El miedo descontrolado al subconsciente, los recuerdos que se desentierran y nos dan alcance, una metáfora contracultural, el espejo de una crisis, el hombre que no se pertenece a sí mismo, el terror al capitalismo burgués decimonónico, la muchedumbre que depreda, la salvaje sociedad de consumo… todo zombi parece albergar esta rica simbología, y así se puede leer en muchos libros, blogs, novelas e incluso tratados especializados. Luego ves a un amasijo de carne sin dientes al que los ojos pendientes de un hilo les caen sobre unas tetas putrefactas que preceden a unos intestinos llevados por fuera de los pantalones y que van andando dando ridículos gruñiditos y, claro, ves un poco de exageración. Para el que esto suscribe los zombis o corren o andan, y ahí se acaba la clasificación. Pero ah, amigo. Hay expertos. Expertos en zombilogía cuya erudición elabora taxonomías que ni el mismísimo Linneo y símiles filosóficos dejan en meros aprendices a los esforzados pre-socráticos.
Lo cierto es que hoy día hay zombi hasta en la sopa. Series, cómics, películas, cualquier excusa es válida para liar un buen Apocalipsis con sus pedazo de zombis y una pandilla de atribulados supervivientes que irán cayendo uno a uno. Vamos a reconocer que esto es un gustazo. Y uno está ahí pensando «que maten ya al niño repelente», «que muerdan al hijo puta del negro». Y es que lo que estas obras sobre zombis muestran es que el hombre es un zombi para el hombre.
El éxito de 28 días después y 28 semanas después, junto a los libros de Max Brooks y el cómic The Walking Dead, tuvieron el doble efecto de sacar a los zombis del gueto de la serie b (o serie z) en que habitaban y mostrar que con guiones sencillos y muertos vivientes bien maquillados se podían hacer obras divertidisímas e inquietantes. A partir de ahí surgió una moda que ha convertido a este subgénero en una máquina expendedora que abarca desde la comedia absurda con castores zombis hasta las miradas de autor. Y, por supuesto, a los superéxitos y fenómenos globales como The Walking Dead (la serie basada en el cómic).
El escritor sevillano Gabriel Díaz Barragán escoge diversos elementos de todo este fenómeno en su novela corta The Fucking Dead. Por una parte se mantiente en los márgenes correspondientes a la serie B. Por otra rescata el género erótico ya explotado en el cómic dentro del mundo zombi para trasladarlo a la literatura sin viñetas, que sin embargo parece remitir por espíritu y desenfado en todo momento al universo del tebeo. Por último, y de forma consciente, traslada al lector a tópicos de películas americanas de sobra conocidos. Abundan los fornidos quaterbacks, las bellas animadoras, los reverendos, las cougasrs, los marines y muchos personajes habituales de las películas de terror juveniles, reunidos aquí para un festival de sangre y sexo destinado a que los locos por los zombis completen todas las variedades temáticas que puede dar este subgénero, al que sólo le falta ya que Woody Allen decida atreverse con él un año de estos.
Con este segundo libro autoeditado, y tras el primero, Una extravagante historia de serie B, Barragán continúa explotando de forma deliberada e irónica todo un territorio que antaño se hubiese calificado con cierto desprecio de friki y que hoy día ha llegado a generalizarse hasta el punto de que cualquiera puede llegar a autocalificarse de tal como sello de prestigio. Quién diría hace un tiempo que el gore, los muertos vivientes y las vísceras se disfrutaría en familia a la hora de la cena. Con The Fucking Dead llega una parodia que, eso sí, ha de dejarse fuera del alcance de los niños.