Al día siguiente reemprendimos la marcha. Más pueblos en escombros desde los que habían estado disparando los belgas. Más vigas humeantes, tejados rotos y hedor a gente quemada. El país me asqueaba. Ya no sentía ira contra los belgas. Me daban miedo, y la guerra tambien; esa guerra espantosa con su odio entre pueblos. ¿Qué sería de Francia, nuestra vieja enemiga?
Hace años, en un foro especializado en la Primera Guerra Mundial, un aficionado alemán me recomendó vivamente un libro; me dijo que, en su opinión, era uno de los libros sobre el conflicto más genuinos que recordaba, que fue escrito por alguien que lo había experimentado en primera línea, al contrario que el de Erich Maria Remarque, por ejemplo, que ofrecía en Sin novedad en el frente un relato que no estaba basado en su propia experiencia, puesto que el joven Remarque, tras ser llamado a filas, sirvió sólo durante un breve periodo como zapador en Bélgica (hasta que una herida le inhabilitó para el servicio el resto de la guerra). Por mi parte, no creo que la falta de experiencia personal directa deba invalidar una novela, menos aún una de la calidad del clásico de Remarque que, independientemente del porcentaje de experiencias personales de su autor, sin duda cristalizó la de muchos excombatientes de ambos lados. En este sentido, en su discusión sobre The Silver Tassie, William Butler Yeats le recriminaba a Sean O’Casey, entre otras cosas, que su obra no estuviera basada en su experiencia directa del conflicto, a lo que el dramaturgo le replicó agudamente: «¿Acaso estuvo Shakespeare en Accio o Filipos? ¿Estuvo G.B. Shaw en los botes con los franceses, o en los fuertes con los ingleses cuando Santa Juana y Dunois llevaron a cabo el ataque que liberó Orleans?»[1]. Luego la experiencia directa no es por sí misma garante de la calidad o interés de la obra, si bien es cierto que un buen escritor con experiencia de primera mano siempre será capaz de suministrar al lector sensaciones con una frescura de la que carecerá el relato recreado a partir de vivencias ajenas.
El libro que me recomendó el colega del foro es Guerra, de Ludwig Renn, publicado recientemente en castellano por Fórcola Ediciones[2], de manera que he podido por fin comprobar lo acertado de su criterio.

La guerra de verdad, sin efectos especiales. Esta es una de las pocas fotos de la Primera Guerra Mundial que fueron tomadas en el mismo campo de batalla. En ella se pueden ver a las tropas británicas avanzando a través de la neblina de su propio ataque con gas (Batalla de Loos, 25 de septiembre de 1915. Fuente: Wikimedia Commons/Colecciones del Imperial War Museum)
He de decir que una crítica española del libro me asustó un poco, ya que el reseñista la calificaba de lectura algo aburrida. Lo cierto es que nunca podré agradecer como es debido al caballero germano su recomendación; ando un tanto escamada por qué fue lo que causó al crítico hispano la sensación de aburrimiento, aunque sospecho que cuando te han acostumbrado a contemplar la guerra como un espectáculo en 3D con efectos especiales generados digitalmente, un relato veraz de la experiencia bélica debe ser un bajón para aquellos que esperan, no sé, una subtrama de intrigas vaticanas o las fantásticas aventuras de un comando sturmtruppen a las órdenes del Kaiser que busca con denuedo, en el momento más fragoroso de la batalla de Verdún, localizar al hijo pequeño de la señora Müller, que ya ha perdido el resto de sus hijos en la Gran Guerra.

Arnold Friedrich Vieth von Golßenau, alias Ludwig Renn, alrededor de 1918
La novela, un relato novelado de las experiencias de su autor en el frente occidental, sigue la experiencia del cabo (luego Sargento) Ludwig Renn desde el inicio de la guerra hasta el armisticio. Bajo el pseudónimo de Renn se oculta Arnold Friedrich Vieth von Golßenau, un noble sajón de carrera militar que sirvió en el frente a lo largo de todo el conflicto. Al contrario que algunos de sus colegas de sangre azul, von Golßenau se posicionaría vitalmente al lado del soldado y el ciudadano de a pie. En su excelente prólogo al libro, Fernando Castillo explica cómo estando al frente de una unidad encargada de reprimir una manifestación de izquierdistas opuestos al golpe de estado de Kapp contra la República de Weimar se negó a disparar contra los manifestantes y cómo, en consecuencia, abandonaría en breve el ejército, dejando de ser el oficial von Golßenau para convertirse, de manera definitiva, en el escritor Ludwig Renn.
No hay que desechar el mérito de la acción de este aristócrata, más teniendo en cuenta que el año anterior el ministro socialdemocrata Gustav Noske se había servido de los derechistas Freikorps para aplastar de manera sangrienta el Levantamiento Espartaquista[3]. Renn volverá brevemente a ejercer de militar en nuestra guerra civil, en el Batallón Thälmann de las Brigadas Internacionales, compuesto por alemanes huidos del régimen de Hitler. Pese a rebasar la cuarentena, estuvo en varias ocasiones en primera línea de combate; lo cual tiene mérito, ya que podria haberse limitado a realizar tareas organizativas durante todo el conflicto sin que nadie se lo reprochara, pero Renn era un tipo que no se tomaba a la ligera su compromiso antifascista. Recuerden pues que hubo alemanes que desde buen principio se opusieron al nazismo y que luego se ofrecieron a defender al gobierno legítimo de la República española[4].
En base a este prolegómeno, tal vez ustedes esperen encontrar en Guerra un alegato antimilitarista de alto octanaje y, he aquí el detalle, no lo es. El estilo de Renn es de frases cortas y precisas; su prosa es expositiva, nunca argumentativa, sin florituras. Sus marciales protagonistas no son dados a expansiones de emotividad, sino que se conducen estoicos y eficientes en condiciones atroces, fieles a su deber pese a que no le acaban de encontrar un sentido profundo a su situación; a veces se preguntan por cuál es esa patria que defienden, o ese Dios del que habla el Pater en las misas de campaña… No obstante, vacían su mente de todo aquello que no sea estrictamente apremiante, la patria, la familia, los hermanos de fe de Renn son sus compañeros de trinchera.
A mí no me concernían los demás. No. Mi compañía, si. Pero las otras compañías, en absoluto. Que atacasen las otras, pero otra vez nosotros, no. ¿No bastaba con haber atacado ya una vez?.

Soldado cegado por el gas. Ilustración de Bernhard Heisig para una edición alemana de 1979 de “Guerra” (fuente: eBay)
El relato empieza en 1914, cuando Renn y sus compañeros invaden la neutral Bélgica con la intención de flanquear el ejército francés. El alto mando alemán pretendía con ello finalizar la guerra de manera rápida sorteando un choque frontal con el enemigo y rodeándolo por la retaguardia. Renn retrata bien el constante avance de los alemanes en ese momento de la guerra, así como el pánico de la tropa a sufrir los disparos de francotiradores belgas reprimidos por los teutones con una brutal aplicación de la ley marcial. Esta fase era una guerra de movimiento a la manera de las batallas napoleónicas. Decía Bonaparte que Dios estaba al lado del bando con mejor artillería. En este caso, igualado el potencial humano y artillero-destructivo de aliados e imperios centrales, el frente occidental se estabiliza en invierno de 1914 en una guerra de trincheras en las que las líneas apenas verán modificaciones hasta que en 1918 ambos bandos regresen a la guerra de moviento en los campos de Picardía y Flandes, desfigurados ya por innumerables cráteres de obús.
Tras la batalla del Marne, en la que la contraofensiva francesa detuvo el avance alemán, el cabo Renn ha perdido buena parte de sus compañeros de reemplazo, su unidad será reforzada por reservistas mayores que «Siempre hablaban con solemnidad de sus mujeres. Todos eran alguien en la vida». Aún con todo, la dureza de la vida en las trincheras va compactando estas pequeñas unidades, a pesar a la disparidad de sus componentes y aunque estos son más felices cuando en ellas coinciden con rostros que les son familiares, rostros que la guerra va diezmando sin cesar. Después de que su unidad se haya visto mermada varias veces, en los últimos meses del conflicto al superviviente Renn le cuesta encajar con los adolescentes de las últimas quintas de la guerra: apenas pulidos por la instrucción, parecen más interesados en juegos infantiles que en guerrear contra el enemigo hasta la muerte.
A lo largo de la novela Renn y sus compañeros temen su desprotección ante las balas y la metralla de los obuses, pero también les inquieta sobremanera no estar a la altura de lo que se espera de ellos o defraudar a quienes les rodean: «¿Me había conducido en la primera batalla como había soñado que me comportaría? ¿No había soñado con el honor de regresar cargando con algún oficial al que hubiera rescatado en el fragor del tiroteo o de derribar a un negro en la temible batalla? ¡Era necesario haber vivido algo tan tremendo!¡La primera espantada, cuando estábamos tras la casa! (…) No quería acordarme más de ello; quería olvidarlo todo». Este núcleo casi familiar resiente la distancia que respecto a ellos mantiene el alto mando o de aquellos que no sufren como ellos las penalidades de la guerra en las trincheras, los pilotos, esa élite que han sustituido en la imaginación del infante al pavoneo del húsar «Nosotros no sentíamos ninguna simpatía por los aviadores, que se daban unos aires inaguantables; cada vez se les criticaba más». Apenas hay ocasión de tener delante un enemigo al que enfrentar la mirada: los soldados enemigos son, generalmente, algo apenas entrevisto entre balas y explosiones de artillería; sólo se hacen plenamente presentes como cadáveres:
Nos topamos con un muerto francés que debía estar allí desde la última primavera. Ya no olía.

Marchando fatigosamente sobre un amasijo de barro y cadáveres: Pelotón de ametralladoras avanzando/Maschinengewehrzug geht vor (Batalla del Somme 1916). Grabado de Otto Dix de 1924, de su serie Der Krieg.
Pese a que el oficial von Golßenau se pone en la piel de sus subordinados, es interesante ver sus tres retratos de oficiales subalternos a cargo de las compañías: El alférez Fabian, un joven militar de carrera, distinguido y de carácter sensible, preocupado por dar buen ejemplo a sus soldados y no exponerlos a daños innecesarios, que dirige la compañía de Renn al principio de la Guerra; el bachiller Lamm, compañero de tropa de Renn, quien habiendo sido indiferente a lo militar en la instrucción anterior a a la guerra, revelará en la batalla del Marne un coraje y una capacidad de liderazgo que más tarde le llevarán al mando de la compañía. Lamm es un tipo sincero en la estela de Fabian que ha experimentado la guerra desde su inicio en la infantería, y será el oficial más eficiente y querido por sus soldados. El tercer oficial al mando, Lößberg, es un tipo de alcurnia que luce monóculo y le preocupa sobretodo cumplir estrictamente las ordenanzas. Lößberg es odiado por sus subordinados, con los que es extremadamente puntilloso en cuanto a la limpieza e impecabilidad de sus uniformes. Sus soldados descubrirán pronto la manera de torearlo: «A éste se le maneja facilmente. Pronto sabremos a qué hora pasa revista y le pondremos de centinelas a los más guapos del pelotón»[5].
Renn, el soldado pundonoroso, cumple su deber de principio a fin de la guerra, viendo cómo sus juveniles anhelos de hazañas bélicas se evaporan ante la carnicería del frente, ¿y todo para que? El Kaiser, cuyo imperio aspiraban a imponer, escapa a Holanda dejando una Alemania en pleno derrumbe y empobrecida por la guerra. El soldado se descubre al final como avatar de otros soldados, de otras guerras, otras devastaciones: Lamm le regala para su cumpleaños un ejemplar de Simplicius Simplicíssimus:
– ¿Lo conoces?
– No, no he oído hablar de él.
– Lo que hay en él es muy adecuado para ti. Tú eres como el del libro. Pero ahora voy a acabar la ronda, estoy cansado.
Notas al pie:
[1] La crítica de Yeats y la réplica de O’Casey se pueden leer en The Letters of Sean O’Casey. Volume 1. 1910-1941, Edición a cargo de David Krause (Macmillan Publishing Co, 1975)
[2] La traducción al castellano es de Natalia Perez-Galdós y el libro está prologado por Fernando Castillo.
[3] Noske dijo en aquella ocasión que “alguien tenía que ejercer de perro guardián”(Tal vez sería más adecuado decir ejerció de Pitbull). En cuanto a ejemplares de socialdemócratas aliándose con la oligarquía para reprimir a su base electoral natural, hum, algún ejemplo reciente tenemos en nuestra propia historia.
[4] A riesgo de que me consideren sesgada no estoy de acuerdo en absoluto con quienes igualan a todos los extranjeros que lucharon en la guerra civil. No puedo poner en la misma balanza a quienes vinieron, con toda suerte de recursos, a experimentar las tácticas de guerra total (verbigracia Guernica), con quienes tuvieron que huir de Alemania so pena de ser ejecutados “por malos alemanes” o enviados a un campo de concentración, y que venían a España a evitar la victoria de los aliados de Hitler y Mussolini. Por otro lado ¿Han visto alguna vez alguna historia en la que se equipare el bando aliado a las fuerzas del eje? Pues eso. Digamos que hay a nivel local un relativismo bastante marcado por el hecho de que si, en el extranjero, la guerra la ganaron quienes la ganaron, aquí, ahem, la ganó quien la ganó, por decirlo suavemente.
[5] Justo me ha pasado por la cabeza la idea de un libro de coaching para ejecutivos, inspirado en las tradiciones del antiguo ejército prusiano: podría venderse como rosquillas.