El tópico «escribir duele» es algo más que las molestias de espalda que pueden ocasionar las posiciones incómodas tras tanto darle a la tecla del ordenador, antiguamente a la máquina de escribir, antiguamente al bolígrafo, antiguamente a la pluma de ganso. Sea con pluma de ganso, bolígrafo, máquina de escribir u ordenador, la literatura sigue siendo un destino fatal para algunos, la imposibilidad de no poder hacer otra cosa, la búsqueda de plasmar una historia que en el momento de ser plasamada frustrará al escritor por no haber conseguido plasmarla como quería. Ya dijo Woody Allen que escribía como protección contra el suicidio. El protagonista de Examen Final (ed. Trifolium) escribe como maldición mientras una idea martillea su cabeza constantemente, la de su cuerpo cayendo al vacío y estrellándose contra un coche rojo.
Lo que le duele al protagonista de la novela de José María Pérez Álvarez, además de la escritura, es el hígado de tanto beber, y la existencia en general. Rodeado de enemigos —siendo él mismo el primero de ellos— trata de retomar una carrera literaria en la que sigue su propio camino. Este camino parece no ajustarse a los dictados del mercado, a los gustos de los lectores o a las preferencias de los editores. Añadamos al panorama un matrimonio que se derrumba y unos hijos emancipados que no hacen ni el más mínimo caso. Y el dolorcito, pues así se refiere a él, el dolorcito de hígado que es a la vez el tema central de todo lo que hace, trasunto de su egocentrismo en el que a la vez se basa su honradez con el oficio de escribir.
El resultado es una novela que habla sobre otra novela que seguramente hable sobre otra y… un juego de espejos o muñecas rusas resuelto con una prosa rítmica y poderosa, y con un sentido del humor caústico del que nadie, ni siquiera el protagonista, se salva. Todo ello se enhebra mediante un soliloquio que hace constantes referencias al oficio de escritor, a la crueldad de ese mercado, a la falta de visión de aquellos editores, a la volubilidad del público… pero también al egoísmo, soberbia y ensimismamiento del novelista; rasgos que, además, paradójicamente, son los que pueden conducir a metas artísticas más altas a la vez que despeñarle en todos los demás campos de la vida. Y ni siquiera asegura que se consigan esas metas artísticas. Ya saben, escribir duele. Y el hígado también.
Así que mientras el personaje principal escribe una novela críptica que decepciona a editores y allegados, que tratan de reconducir al novelista por una senda más convencional, José María Pérez Álvarez, escribe una novela en absoluto convencional sobre el mismo proceso de creación que contiene una crítica directa y llena de sarcasmo a todos sus componentes.
Raro y arriesgado en tiempos tan conformistas, la escritura de Pérez Álvarez es una especie de plato concentrado donde el vitriolo, el dominio del lenguaje y su cadencia, consiguen crear un sello personal e intransferible, un estilo reconocible, adictivo y, lo mejor: en conjunto, divertidísimo. Además, logra dar apariencia de sencillez a una historia compleja y muy difícil de contar de la manera en que lo hace, ofreciendo un doble mortal con voltereta mediante una trama que, en principio, parecería no dar de sí. Gracias a no pensar en el lector, llega el compromiso verdadero con el lector, que a su vez debe de ser comprometido.
Una amiga definió a José María Pérez Álvarez, el hombre de las cuatro tildes, como «mi escritor vivo favorito», y uno no puede dejar de preguntarse qué posición ocuparía ya menos vivo, cuando suele haber movimiento en el Top 10. Pero al margen de estos existenciales interrogantes, y como el propio autor indica en una entrevista, uno no escribe para, escribe sin más, lo que se traduce en un texto honesto en cuanto no busca un lector, sino que un lector ya avezado y con bagaje puede, si tiene suerte, encontrarlo. Y una vez que lo encuentre, con toda seguridad y sin exageración, el autor escalará en esos rankings particulares hasta entrar, sin duda, entre los primeros. De momento, entre los primeros vivos. Esperemos que por mucho tiempo.