1. Llega uno del exilio capitalista y lo primero que hace es ir a comer con padre por aquello de que es padre y con padre hay que ir a comer lo primero. Padre se sienta a la mesa, ha preparado lentejas, padre está divorciado de madre, padre me mira severo, padre saca una bolsita con un regalo, es un libro: Diez de diciembre, de George Saunders. Ediciones Alfabia.
2. Yo, en realidad, a padre le digo papá, o mi padre, o el padre. Pero fíjense: padre, el padre, padre, el padre. No es lo mismo, ¿verdad? Leemos uno de los cuentos de Diez de diciembre, Los diarios de las chicas sémplicas, tan sencillo como decidir quitar los artículos del texto, todos los artículos, determinados e indeterminados, no dejar ni uno, y de pronto, cambia todo, la narración desaparece y aparece espontáneamente en otro lugar, con algo distinto, intrigante, especial.
(3 septiembre)
Tras cumplir 40, he decidido embarcarme en gran proyecto de escribir cada día en nueva libreta negra comprada en OfficeMax. Emocionante pensar que en un año a página/día, habré escrito 365 páginas, y menudo retrato de vida y época disponible entonces para hijos & nietos, incluso bisnietos, quien sea, todos bienvenidos (!) para que puedan ver como es/era vida hoy. Porque, ¿qué sabemos realmente de otros tiempos? ¿Cómo olía ropa y sonaban carruajes?
3. Y es eso, tan sencillo, ¿tan sencillo? Muchas veces son pequeños cambios los que abren una puerta a otro lugar como en A casa, el cuento en el que Saunders aborda el tema de los soldados que regresan a casa tras la guerra y el de su adaptación, donde todos los insultos se dicen con sus consonantes sustituidas por la ‘b’. ¡Que te boban! Sólo los insultos, no son muchos, el cuento no está plagado de ellos, unos pocos, parece una nimiedad y sin embargo, ese pequeño cambio te recoloca, provoca un extrañamiento que te aleja a la vez que te acerca, te deja tomar distancia mientras que te hace empatizar.
4. Los cuentos de Saunders emergen de personajes y por ello ese decir, ese decir escogido tan meticulosamente, con cambios pequeños pero importantes, es tan determinante. Pues es ese decir, lo que dice y su forma, lo que define al personaje. Las taras, cambios, variaciones, mutaciones en nuestro lenguaje son las mismas que en nuestra alma. Y son esos personajes los que por necesidad van construyendo las historias. Muchas construidas simplemente al cruzarlos como en el primer cuento Vuelta de honor en el que tres voces van intercalando monólogos. Lo mismo ocurre en el último, Diez de diciembre, donde también accedemos a la historia a través de dos puntos de vista monologados y trenzados. Aquí un extracto de Vuelta de honor con Kyle Boot, a quien sus padres no le dejan decir tacos.
Pero ¿qué le pasaba? ¿Por qué no podía estar agradecido por todo lo que Mamá y Papá hacían por él en ved de-
Encéstasela en el coñoreja-
Cortafolla el pálido vestigio con una pollarrodilla punzante.
5. Saunders no sólo crea personajes inmensos de los que emanan mundos, sino que hace que esos personajes compartan mundos, se toquen en las tangentes. Mundos geniales, divertidos, ingeniosos, como ese mundo futuro en el que hay inventos geniales que nos ayudan en casi todo como en el cuento Mi debacle como hidalgo, donde el protagonista recibe una dosis de Metievotamol® para hablar como en la Edad Media. O en Escapar de La Cabeza de la Araña situado precisamente en el lugar donde se prueban estos sueros como el Verbasuel™, VerdaDictel™ o VidalDura™.
En ese instante empezó a hacer efecto el Medievomatol®. Se me secó la boca. Pensé que fue amable por parte de Kyle no darme caña por mi traspié. Se me ocurrió que Kyle me caía realmente bien. Incluso que quería a Kile. Como a un hermano. Un compadre. Un noble compadre. Sentía que habíamos capeado juntos numerosos temporales. Por ejemplo se me antojaba que, en algún momento, en cierto reino en lontananza, nos habíamos reguardado juntos contra la muralla de algún castillo, con aceite hirviendo que caía justo al lado, y que allí compartido habíamos una risa desesperada.
6. En Palos, el padre no es ni siquiera padre, es Padre. Mi padre no es como el del cuento aunque en su aire arisco se le parece. Y, por eso, yo me pregunto dónde se enteraría mi padre de que existía esta joyita, qué blogs frecuenta en internet, qué bares, qué amigos, para haber oído hablar de Diez diciembre, de George Saunders, y decidir regalárselo a su hijo.
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