Las comparaciones con Hunter S. Thompson y Charles Bukowski en las promociones o la existencia de sendas citas de estos autores al principio del libro Poetas, estrellas del porno y otros relatos indecentes pueden poner en guardia al más pintado. Desde hace un lustro, numerosos autores jóvenes españoles se aferran a estos nombres al hablar de referencias o puntos de partida. Thompson y Bukowski son los nuevos (ponga aquí el nombre de los escritores que fueron referencia de los escritores jóvenes españoles hace 10 años, hace 15, hace 20). De hecho las propias referencias, y no sólo en el ámbito literario sino en cualquier actividad creativa, se han convertido en una forma de analizar las obras sin entrar en ellas. Lean casi cualquier crítica cinematográfica y el desfile de nombres de películas anteriores gastará el espacio del texto antes de que el articulista pueda ocuparse del estreno de esa semana.
Baste esta introducción para poner a cierta distancia a dos escritores tan conocidos y de estilo tan marcado que su mención puede suponer condicionar la lectura de antemano, creando unas expectativas concretas que quizá supongan un lastre para un autor tan joven como Mikel García (1992), que además corre el riesgo de ser introducido por la fuerza, a empellones, en alguna nueva generación que un periodista de provincias bautice con un sonoro nombre que se le ocurra en las aburridas jornadas que pasa en su redacción despoblada y condenada a muerte por cualquier ERE.
Si bien una suerte de realismo sucio y de sexo explícito puede remitir a Thompson o Bukowski por acto reflejo, lo interesante en este punto de Poetas, estrellas del porno… es lo que en términos informáticos se denominaría una actualización, en este caso de una galería de personajes bien reconocibles que pueblan no sólo la literatura de los susodichos sino la de otros muchos y, sobre todo, numerosísimas películas. Adolescentes sin éxito, perdedores de instituto, psicópatas vagabundos, sheriff hastiados de pueblo, muchachas devoradas por la mediocridad… se enfrentan a situaciones bien conocidas gracias a la gran o pequeña pantalla, donde no faltan el cruce a la frontera mejicana, los cadáveres en el desierto de las Vegas, los ganchos donde cuelgan los cadáveres del asesino en serie, las madres alcohólicas y mal habladas, las historias de sexo adolescente frustradas o los novelistas que vieron cómo su talento se esfumaba.
Mikel García toma estas situaciones y personajes sin disimular en ningún momento de donde proceden, sin impostura alguna y trasladando sus historias a la cotidianeidad de hoy día, donde entran en el juego las redes sociales, los chats, las páginas porno habituales o las vivencias propias de un joven en un mundo laboral donde predominan el paro, la precariedad, los contratos-basura y la falta de perspectivas.
El efecto de esta actualización es curioso. Los personajes que pudieron ser transgresores e innovadores en Bukowski y Hunter S. Thompson hace décadas, que más tarde fueron el reflejo de la soledad, la miseria y el fracaso vital en otros muchos autores, quedan sepultados ahora bajo una costumbre y una grisura que consiguen incluso que el morbo que tuvo su suciedad se desmorbice. En un mundo hipersexualizado donde tienes cualquier perversión al alcance de un clic, donde la droga prácticamente se vende en el supermercado de la esquina y en el que cualquier adolescente ha vivido noches de farra antaño reservadas para estrellas del rock, a estos personajes ni siquiera les queda el consuelo de refocilarse en el fango, pues el fango se vende en Teletienda.
De esta manera, Mikel García hace que personajes que en la tradición literaria y cinematográfica no tenían futuro, se queden ahora también sin presente, convertidas sus vidas en la narración de anécdotas semejante a las que piden los compañeros de trabajo cuando solicitan que expongas lo realizado el fin de semana tras narrar el suyo. La estética del fracaso, atractiva y perseguida durante mucho tiempo por tantos escritores, queda aquí enfrentada a su reflejo en el espejo. Y no hay nada. El atractivo del fracaso llega a su fin por saturación, porque como tantas cosas se democratiza. En este sentido, y retomando las citas, se puede decir que el autor bilbaíno termina con lo que Bukowski empezó.
Así se abre paso el aburrimiento como leit motiv de la vida de un personaje que narra en primera persona y que bien puede ser el protagonista de todos los cuentos del libro como un actor que interpretase diversas variaciones de un mismo papel. Una vez su identidad no se puede consolidar gracias a la dignidad del fracaso, y de que al fracaso ni siquiera le quede su parte perturbadora, nos encontramos con una marca blanca que ofrece sucesos pintorescos que no llevan a ningún sitio puesto que no hay ningún sitio adonde ir. Los excesos sexuales, los momentos de ebriedad exacerbada o determinados tipos de miseria, paisajes y paisanaje pasan por la trituradora del hastío para ser el pan de cada día, hasta el punto de no resultar sorprendentes ni llamativos. Y ahí reside precisamente la sorpresa que ofrece este conjunto de relatos, en llamar la atención sobre este fenómeno que casi se podría llamar de forma rimbombante «la muerte del fracaso», que queda despojado de cualquier atisbo de épica e incluso de la más mínima diversión.
El desparpajo y la sencillez con la que se expresa este asunto encuentra su correspondencia en un estilo de escritura también sencillo, claro y sin artificios, pero dotado de fuerza y un constante ritmo. El desenfado con el que aparecen personajes muy familiares para el lector queda correspondido por unas frases cortas, directas y con una cadencia que tiene la capacidad de hacer atractivas las aún-menos-que-desventuras por las que pasan. Mikel Alonso desnuda la estética del fracaso y también la forma en la que lo expone, ofreciendo un primer libro que sorprende por esta apuesta tan sobria como arriesgada y que roza la parodia de forma tan suave que podemos decir se burla sin burlarse de los tópicos parodiados.
Me ha encantado todo, pero sobretodo esta frase:
“(…)en el que cualquier adolescente ha vivido noches de farra antaño reservadas para estrellas del rock,”
#FANS