Recuerdo en el colegio a L., que pasaba los recreos lanzando una roca por una cuesta. Una y otra vez, como una especie de Sísifo. La llamaba «piedra rodante». Recuerdo a P., que en bachillerato le quitaba en clase las alas a las moscas y las ponía en la mesa en plena clase, inventando una obra de teatro para ellas. Recuerdo a R., que ante la visión lejana de una aveja o avispa se tabapa las orejas porque una vez de niño le picó una ahí. Y así se quedaba minutos y minutos, incluso aunque el insecto ya estuviese volando a varios kilómetros del lugar. Recurdo a O., obsesionado con estar siempre en la misma mesa y silla. Se la cambiábamos al llegar al clase, colocando una en un sitio y otra más allá. A pesar de ser todas iguales, o al menos muy parecidas, terminaba encontrándolas; era lo primero que hacía al llegar. Ah de las rarezas de algunos adolescentes en el instituto. Y no entramos ya en el grupo de los violentos que a primera de cambio montaban un sin Dios de puñetazos y patadas giratorias (alguno había que iba siempre pertrechado con un nunckaku y una navaja mariposa y, atención, varios shurikens). Todo esto queda en un puro juego ante las… vamos a llamar pequeñas extravagancias de Jeff Dhamer. Y no hablemos ya de algunas de sus costumbres de adulto.
Mi amigo Dhamer (ed. Astiberri) supone una acercamiento interesantísimo, por poco frecuente, a una parte de la vida corriente que tuvo uno de los asesinos en serie más conocidos de todos los tiempos, Jeff Dhamer, alias El carnicero de Milwaukee. La historia está narrada y dibujada por Derf Backderf, amigo y compañero de clase, que quedó impactado al conocer la detención del antiguo miembro de su pandilla, aunque nunca fue aceptado totalmente en ella, debido a su carácter esquivo y solitario. Curiosamente, fue la esposa de Backderf quien le comunicó la noticia diciéndole que habían capturado a un demente necrófilo y caníbal que había matado a un montón de gente, un compañero de su clase, «Avergigüa quién es». Y a Backderf le vino a la mente Dhamer como… segunda opción (vaya clasecita).
El autor ofrece su punto de vista basándose en recuerdos y entrevistas con profesores, amigos y compañeros de clase, con el objetivo de ofrecer exclusivamente la historia del que sería Carnicero de Milwaukee en el momento previo a empezar su carrera asesina. De hecho el cómic concluye cuando se produce el primero de los asesinatos. Acostumbrados al tratamiento de estos temas a través de los medios de comunicación -que hacen hincapié en los hechos más truculentos casi siempre de forma sensacionalista- o de las series y películas, encontrarnos con una parte de vida cotidiana de uno de estos monstruos resulta novedosa y muy atractiva. Por una parte se liga a los sucesos posteriores que concluirían en numerosas muertes, por otra, quizá lo más impactante, que esos sucesos quizá se podrían haber evitado si determinados adultos hubiesen tenido más responsabilidad, atención o perspicacia. O sencillamente si hubiesen estado ahí cuando tenían que estar.
Dhamer, alumno excéntrico y solitario, se enfrenta a una difícil situación en casa, con continuas discusiones entre sus padres, estando además su madre afectada por una enfermedad mental. Ambos descuidan su atención a los hijos, tan preocupados están por machacarse entre ellos. Sin embargo lo que ocurre no es una atrocidad que explique el comportamiento del Carnicero, que seguramente tendría tendencia por vía genética a algún trastorno grave. El ambiente del hogar y la desatención terminarían por desatarlo (sin embargo su hermano tuvo una vida común y aceptable). Junto a eso un colegio superpoblado a causa del baby-boom donde ningún profesor se preocupa por él, a pesar de que en determinado momento se alcoholiza a diario en el recinto. Dhamer no tiene a nadie y su mente es un hervidero repleto de impulsos atroces.
Y ahí entra el mayor acierto del cómic, la descripción de las relaciones de Dhamer con sus compañeros y amigos. Aunque, como indicamos antes, nunca fue aceptado por grupo alguno debido a su carácter, llama la atención el hecho de que consiguiera entre algunos cierta popularidad precisamente debido a ello, hasta tal punto de que se llegaron a bautizar como «dhamerismos» ciertos modos de expresarse propios de él, basados muchos en la imitación de un retrasado mental (y que parece ser estaban inspirados en unos ataques que sufría la madre). Estos «dhamerismos» llegan a su punto más alto en un pasaje humorístico en un centro comercial que no vamos a desvelar, pero que en cierto modo fueron el último acto de alguien en un mundo más cercano al de la camaradería que al que tomaría poco después, cuando se separó de cualquier tipo de normalidad dando el salto definitivo a una locura que hasta ese instante sólo asomaba la patita (bueno, las dos patas o patazas). Curiosamente, no es el único episodio de tipo humorístico protagonizado por el futuro asesino, y otro relacionado con unas fotografías hará reír a más de un lector. A su vez, esto incrementa la sordidez de la historia.
Quien más tarde estrangularía, descuatizaría e incluso haría pequeños experimentos propios del Doctor Mengele, como trepanar cerebros para echar ácido eintentar someter a la persona a sus órdenes al estilo «fabríquese su propio zombi en casa», tuvo también sus jornadas escolares, su pandilla e incluso su baile de fin de curso. Ver el prólogo del asesino en serie de esta manera hacen de Mi amigo Dhamer una obra inquietante, dramática y descorazonadora. Lleva implícita una pregunta constante «¿pudo haberse evitado?».