Existen varios tópicos literarios sobre la creación, lugares comunes repetidos —como sólo pueden serlo los lugares comunes— hasta crear pequeñas fábulas habituales, fabulitas que se consideran la etiqueta de presentación, el uniforme del colegio del escritor. Así, están los escritores, casi siempre poetas, que no pueden dejar de escribir en cualquier sitio. En ese punto suele aparecer una servilleta. El poeta añadirá a su discurso “… incluso en servilletas de los bares”. Es el escritor de la servilleta. Luego está el escritor que ofrece el nacimiento mítico de su libro casi siempre sugestionado por un peculiar estado de ánimo (alcohol o drogas); suele mantener que escribió su magna obra en unos pocos días, sin dormir, enloquecido por algún problema vital o espoleado por alguna sustancia acabada en -ina. Es el escritor del Big Bang. Los dos siguientes son escritores que han muerto: el escritor muerto nº 1 dejó en su cajón obras completas o inacabadas que indistintamente encuentran sus herederos a las dos horas de enterrarle; multitud de papeles en un cajón del escritorio que, a juzgar por la cantidad de obras póstumas que suelen después de su muerte ver la luz, hacen pensar en que debió ser un arca o un par de ellas y no un cajón donde fueron hallados todos los manuscritos. Es el escritor del cajón con doble fondo. El escritor muerto nº 2 —y lugar común nº 4, por tanto— es aquel cuya obra es rescatada porque estaba perseguida. Fue muerto de alguna forma violenta. Alguien, igual que con el anterior, consigue salvar poemas, cuentos y novelas. Es el escritor resucitado.
El caso de Daniil Jarms es, lamentablemente, este último: el de un escritor resucitado. Por desgracia, toda resurrección implica una muerte y, salvo en los libros sagrados, las resurrecciones de ordinario no incluyen la parte en la que el muerto se levanta. Jarms no se levantó. Murió de inanición en febrero de 1942 en el asilo psiquiátrico de una cárcel tras ser detenido en agosto de 1941 acusado de actividades antisoviéticas. Hay una mala en esta película, Antonina Oranzhiréiva, confidente de la OGPU, la policía secreta de la URSS. Fue quien delató a Jarms. Pero, sobre todo, hay dos buenos muy buenos, Marina Málich, segunda esposa del escritor, y el filósofo Yákov Druskin, su amigo. Ambos rescataron gran parte de la obra de Danil Jarms de su piso unos meses después de ser encarcelado. Esa obra permaneció en una maleta hasta la muerte de Stalin. Daniil Jarms sólo había publicado dos poemas en vida y algunos cuentos infantiles.
Automática Editorial recopila en el libro Me llaman capuchino un puñado de los relatos de Jarms y dos cuentos infantiles. Daniil Jarms fue, además, poeta y dramaturgo; su nombre es uno de los 30 seudónimos que utilizó Daniil Ivánovich Yuvachov. la que el muerto se levanta. Jarms no se levantó. Murió de inanición en febrero de 1942 en el asilo psiquiátrico de una cárcel tras ser detenido en agosto de 1941 acusado de actividades antisoviéticas. Hay una mala en esta película, Antonina Oranzhiréiva, confidente de la OGPU, la policía secreta de la URSS. Fue quien delató a Jarms. Pero, sobre todo, hay dos buenos muy buenos, Marina Málich, segunda esposa del escritor, y el filósofo Yákov Druskin, su amigo. Ambos rescataron gran parte de la obra de Danil Jarms de su piso unos meses después de ser encarcelado. Esa obra permaneció en una maleta hasta la muerte de Stalin. Daniil Jarms sólo había publicado dos poemas en vida y algunos cuentos infantiles.
Si volvemos la vista a su trágica historia, sobrecoge en sus relatos una especie de don visionario fatalista sobre su destino, un don involuntario que no le sirvió para anticipar y evitar su destino: personas que desaparecen de pronto, muertes brutales inesperadas, violencia sin motivo aparente, un tratamiento infecto a ancianos, enfermos o heridos, desprotección absoluta de los niños… Una insana cadena de la que el escritor de San Petesburgo fue víctima en ese matadero que fue la URSS de Stalin. Escribía, en fin, lo que veía a su alrededor.
Los cuentos de Daniil Jarms tienen un efecto curioso. Si se leen sueltos nos encontramos con piezas de humor absurdo, unas descacharrantes, otras insólitas, todas llenas de imaginación y un sentido negro de la existencia. Si se leen seguidos el lector empieza a incomodarse. Se acumulan las desapariciones, las muertes, la agresividad del ambiente, la carencia de alimentos y medicinas. Del humor absurdo surge algo muy parecido al desasosiego… Y ya no tiene tanta gracia. Quizá el autor no se propuso este juego, pero el caso es que el juego existe y los relatos se pueden leer de ambas maneras, al estilo Rayuela. Esa sensación de desasosiego, como en las alegorías bien hechas, no necesita de su referencia, es decir, si un lector no conociese por cualquier motivo los sucesos históricos acaecidos en la URSS percibiría igual esa sensación incómoda, que lo es todavía más, por supuesto, si se conocen dichos sucesos y la triste suerte de Jarms.
De esta forma, se siguen sonrisa, carcajada y puñetazo en el estómago. Un puñetazo que no se sabe muy bien de dónde viene y que resulta paradójico teniendo en cuenta el estilo humorístico de Daniil Jarms: disparatado de principio a fin, incluso en cuanto al propio hecho de escribir: muchas veces concluye los cuentos indicando que nada más tiene que decir o que hasta ahí ha llegado, o bien empieza hablando de alguien y lo desecha poco después para hablar de otro. Uno se pregunta: “¿Cómo lo hace? Esto parecía una tontería y me está poniendo enfermo”.
Sobrevuela una idea en los relatos de Jarms, la alegría de crear, de la imaginación, de vivir, que, si bien no se impone a la brutalidad o ni siquiera protege de ella, sirve, encuentra un lugar en un mundo bestial. Un lugar pequeño, modestísimo, que consigue diferenciar entre el que profesa dicha alegría y los que son indiferentes a ella o quieren aplastarla. Esa idea puede notarse todavía con más fuerza en los dos cuentos que sirven de epílogo a los relatos adultos en Me llaman capuchino. Se pueden calificar sin lugar a dudas de preciosos. Incluso, se podría poner todo en mayúscula: PRECIOSOS. Y estupendos para cualquier edad, para todos los públicos. En ellos subyace el contraste entre la fantasía infantil y un mundo de adultos absolutamente pervertido que deja en el desamparo a los más débiles, en el mejor de los casos.
Curiosamente, en algún relato hay muertos que se levantan, resucitan. Quizá nos tengamos que replantear el asunto de los poderes adivinatorios de Daniil Jarms. Mientras reflexionamos sobre ello, sigamos leyendo a este enorme talento humorístico cuya obra resucitó, como Lázaro, en forma de una maleta arrastrada por dos valientes y buenas personas a la que los lectores de este escritor, tras habernos deleitado e incluso estremecido con sus cuentos, debemos de estar muy, pero que muy agradecidos.