El índice va al final. Otras veces va al principio. En la mayor parte de los casos es una decisión editorial donde el autor del texto no interviene. A pesar de la insistencia post-Mallarmé sobre el libro como un todo, en muchos casos no se le da la relevancia que, por ejemplo, Genette le otorga dentro de lo que llama los paratextos. Sin entrar en la importancia de ciertos índices, por su carácter articulador o por su poder político represivo, un libro titulado Índice nos hace pensar en un libro sin título, al que se le ha arrancado la portada y al que accedemos de una manera menos lineal, menos segura, menos convencional. Al mismo tiempo, tampoco se puede escapar, si se conoce el trabajo anterior de sus autores, a la referencia a Charles S. Peirce y su estudio sobre el icono, el índice y el símbolo.
Benito del Pliego (Madrid, 1970) y Pedro Núñez (Santiago de Chile, 1958) vienen colaborando desde principios de los noventa, primero en el colectivo Delta 9 y luego en diversos proyectos de ida y vuelta. Como explica la Nota sobre los orígenes y transformaciones de esta obra esta edición de Índice completa y reúne, pero no cierra, diversas formas que antes aparecieron de manera fragmentaria o en proyectos no realizados. Principalmente, en 2003 las dos primeras secciones publicadas en Germanía, con el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya, la tercera sección como cierre de Merma (Tenerife, Baile del Sol, 2009) y una publicación electrónica originada en 2006 que no llegó a realizarse. Si en otras ocasiones, por ejemplo los ensayos de del Pliego sobre las esculturas en papel de Núñez, la colaboración ha sido secuencial, la mirada de uno sobre el trabajo de otro, en Índice el proceso creativo se define como un diálogo donde dos formas de grafía se encuentran. Por una parte, las que llamamos comúnmente textos, en particular poesía, de Benito del Pliego; por otra, los grafismos de Pedro Núñez.
Sería muy extenso reseñar, en su sentido lato, la complejidad visual de esta obra. Baste con decir que, a primera vista, los grafismos de Núñez tienen una cierta semejanza con notas musicales y que tienen su origen en una tipografía. Es decir, aunque pertenezcan al ámbito de las artes visuales abstractas están encadenadas a la grafía semántica en varios niveles, en el sentido de sistema de notación alfabético o musical, aunque, sin duda, justamente no en el semántico.
Así, en el espacio del lector, el libro abierto, página contra página, se enfrentan dos escrituras, dos grafías. A lo largo de las tres secciones principales del libro, palingenesia, índice, doble A, se despliegan estas combinaciones de grafías en grupos de veintisiete. En las dos primeras un grafismo se enfrenta a un texto. En doble A, son dos grafismos combinados. Finalmente, dos series, palabras y citas abandonan el texto de del Pliego y presentan combinaciones de los grafismos anteriores y podrían ser leídos como caminos o senderos de lectura alternativos a la linealidad propia del formato libro. Si palabras mantiene el vínculo numérico con las series anteriores (combinaciones de nueve), citas rompe con esta relación e incluso desborda los márgenes de la hoja pasando de una a la otra en un momento en el que más recuerdan (y suenan) a una notación musical en su ritmo y movimiento. Más que verse, se escuchan en su silencio semántico, de alguna manera quizás lo que ha querido expresar el compositor Wim Mertens al titular un concierto What you see is what you hear.
Esta primera observación, un ojear el texto, lleva a pensar en una disolución del habla, del texto de del Pliego, en ese silencio musical de la abstracción. Pero es un error, hay que leer el iconotexto. Desde la aparente fuga hacia el silencio el texto va al renacimiento (palingenesia) y, en cuanto tal, a la reescritura, a las múltiples virtualidades de la combinatoria gráfica, dejando el sentido en suspenso. En su ensayo sobre la escultura en papel de Pedro Núñez, Benito del Pliego comienza por decir que «[…] sus obras gráficas son verdaderamente “virtuales”, es decir, que contienen la capacidad de generar otras piezas y que, además, contienen otro tipo de virtualidad aún más inesperada, ya que la técnica y el formato en que se presentan son susceptibles de ser modificados sin alterar el sentido de la obra». Así, los grafismos de Núñez y el iconotexto, siguiendo el concepto que ha trabajado Jenaro Talens, de del Pliego-Núñez toma características orgánicas. Esta posibilidad de generar otras piezas parece ser recíproca entre texto y grafismo en Índice y nos presenta un libro que va más allá del objeto, inerte, a la máquina (humana) de múltiples combinaciones, sentidos y lecturas. Como un cuerpo de órganos diferenciados pero comunicados y mutuamente imprescindibles. Como organicidad, materia viva que muere al final del libro y se regenera al volverlo a leer. Es notable que la primera edición de la sección final, doble A en Merma, termine con una cita de Joan Brossa: «I, sitot comença per acabar, / tot acaba per començar de nou». Donde la cita textual daba pie a recomenzar, ahora nos encontramos los grafismos de Núñez que invitan a la iteración y regeneración, en ese momento cobra sentido que la primera sección se titule palingenesia. A fin de cuentas, el índice es la herramienta, el paratexto, que usamos para entrar en un libro por vías distintas a la lineal.
En la lectura del Índice aparece el primer poema como una suerte de programa. La pregunta por el sentido se funde en gestos, mirada, reiteración y memoria. El sentido y su suspensión que van a ser un leitmotiv a lo largo del texto. La contemplación del paisaje, no descrito pero dicho, se abre al desborde, no tanto de la extensión como de la visión, a veces, alucinada. El paisaje, el viaje, no se dice en la anécdota sino en el lenguaje de la observación fragmentaria que lo integra. De alguna manera, en el límite, se invierte el proceso descriptivo: «Cuando quiere hacerlo real, lo pronuncia, y así comienza a existir, encarnado por la ausencia». Lo que recuerda la teoría del fantasma de la que habla Agamben en Estancias. Sin duda, una teoría melancólica. «Se mira al mundo y nada responde», dice del Pliego, del mismo modo los grafismos de Núñez son presencia ofrecida a la contemplación. Es «la mirada que diverge y se mira tocando su piel», texto del primer poema del libro. Es una mirada táctil, que redunda en mirada-diálogo entre grafismo par y texto impar que se miran y escuchan, con lo que volvemos y engarzamos con la mirada auditiva.
La poética de la reescritura desestima el valor semántico, definitivo, dictado, del texto. «Después de terminar le gusta repetir lo dicho». Y sin embargo, la insistencia, el cincelado, le remiten al texto, que casi podría ser un texto encontrado, un valor esencial, urgente y necesario. Reducido, acotado, pero libre de imposición, libre para el espacio del lector. Aquí quizás con más fuerza o evidencia que en otros textos, lo que se presenta es una partitura. Partitura de voz e imagen, sin código para interpretación con otros instrumentos y abierta, como las partituras barrocas o de jazz, a la improvisación. Tema y variaciones, a veces una frase (musical) muy simple, que varía, se fuga, fluye o se disuelve. Esto se enfatiza en la tercera sección, donde el texto sigue una numeración romana descendente, desde el VII al I. Su comienzo es contundente: «No hay sentido». Podríamos decir que aquí es donde se concentra la reflexión desligada de referentes, donde más se acerca a un diálogo de «las palabras y las cosas» foucaultiano en poesía. La suspensión aparece constantemente en el texto frente al grafismo suspendido en la página blanca, silencioso. Como si cada serie de grafismo y texto sólo estuviera ahí para marcar esa cesura que sucede entre página par y página impar. Un libro en suspenso. Un libro por venir. Hacia el final, que no es final, se siente una tensión originada, quizás, en el querer decir el no poder decir, la falta de sentido. «El sentido se abisma: claridad». El sentido de una poética abismada, enfrentada a la convención y puesta en la frontera: «Resolución: suspende la metáfora». Donde el poema final se construye con un adversativo y una interrogación: «Pero, ¿puede cesar lo que alguna vez fue puesto en marcha?» y se abre a los grafismos de Pedro Núñez. Adversar y preguntar nos lleva a dar la vuelta al libro, reiniciar la lectura. En su límite la palabra poética respira.
En su ensayo Sobre la poesía dilatada (en Del caminar sobre hielo, Madrid, Machado Libros, 2001) Miguel Casado dice: «El índice afirma una existencia concreta y sólo eso: no añade ni declara un sentido, queda como enigma para quien no se mueve en el mismo contexto de su origen. […] la negación del sentido que conlleva el índice hace que surja, imprevisible y libremente, en otro sitio: la existencia, allí, ocurrió –la realidad se perfila entonces como un exterior no sólo soñado, tiñe de brillo el don de la vida, incluso el más amargo de sus minutos». Este índice es el Índice que nos presentan del Pliego y Núñez. Desplegado en su sólo estar allí es doblemente índice ya que se niega a ser índice de un título, un sentido que organice la lectura. Sólo el propio índice, autorreferente pero en cuanto tal virtual y polisémico, se ofrece para suceder en el espacio del lector. Síntesis de un discurso intuido que en su decir resiste al proceso hermenéutico que escribir sobre él, generar un discurso de segundo grado, significa. Si algo queda en la re-seña es la cita, huella, seña de las palabras a falta de medios para incluir los grafismos. Falta el ausente, el fantasma, el grafismo de Pedro Núñez, para dar cuenta, testimonio, de la experiencia lectora que significa entrar en Índice.
[Pueden escuchar aquí Índice, por David Pineda-Huezo. La pieza se estrenó en el High Museum of Art de Atlanta, Georgia, en el año 2001. Aquí está interpretada por la orquesta Huntsville Chamber Winds, dirigida por David Ragsdale con la soprano Karen Young. El autor, Benito del Pliego, interviene como narrador. Es una grabación en vivo del 28 September 2012, en el auditorio de First Baptist Church, en Huntsville, Alabama, Estados Unidos.]