Quedamos con Esteban Alfaro en , una librería café en pleno corazón de la Latina. Llega tarde, de ahí su gesto contrariado cuando lo recibo. A mitad de camino entre la disculpa y el despiste. No hacen falta muchas aclaraciones, le conozco bien. Es un hombre culto y tímido, pero eso no le resta velocidad a sus respuestas, aderezadas con un toque naif e irónico. Abandona una carpeta marrón cargada de folios sobre la mesa. Se acomoda en silencio. Prefiere no quitarse la americana y me mira fijamente, para él no existen los preámbulos ni las introducciones. La entrevista ha comenzado.
El día después, Michael Robinson y usted en el epicentro de la noticia por casualidad. Entiéndame como casualidad esa conjunción de factores que le convirtieron en protagonista involuntario, pero tremendamente necesario para analizar el fútbol desde otra óptica.
[Sonríe.] Le he entendido, tranquilo. Yo trabajaba en la teoría de la información artificial, una teoría que se basa en la alimentación estratégica del sistema fútbol. Me explico: si usted ojea los periódicos se dará cuenta de que el deporte en general, y el fútbol en particular, genera una cantidad ingente de información a la que no se le aplica filtro alguno y que tiene como razón de ser, despertar el interés del público. Superado ese primer nivel, que yo he considerado antinatural, la información atraviesa los diarios, los espacios deportivos en medios audiovisuales y los portales de internet dotándolo de ideología, de valores, de sesgo. El receptor, entendido como consumidor, elige lo que quiere, sí, pero el abanico de opciones es muy reducido porque la oferta informativa es muy limitada, muy poco interesante.
Expuse mi teoría, en pequeñas dosis, en un blog enfocado, básicamente, a las apuestas. ¿Por qué? Para conseguir penetrar en los círculos donde se movían habitualmente los medios tenía que utilizar sus herramientas y comprobé que las apuestas no se trataban de la forma en que yo lo hacía. Existía un nicho de mercado y lo aproveché. ¿El secreto? Ayudar a los demás a conseguir un beneficio a través de las apuestas. Y nadie quiere rechazar un consejo acertado si el beneficio es alcanzable y el riesgo limitado.
Una vez establecido entre el segmento que me interesaba, los medios me dieron voz y pude introducir las variables defendidas en mi teoría para el gran público. Ahí fue cuando me convertí en protagonista, cuando conseguí modificar la agenda setting de la mayoría de medios deportivos que dejaron de lado las noticias artificiales y se centraron en el debate que yo había planteado. Michael Robinson y su programa El día después entre ellos.
Se considera futbolero social, una especie de arquetipo silencioso que convive con el fútbol de un modo neutro, que no se deja llevar por los colores de ningún equipo en particular y al que, en definitiva, le preocupa más bien poco el resultado de un partido, los convocados del seleccionador nacional o el campeón de liga.
En un inicio sí, es cierto, me consideraba un bicho raro porque el fútbol no me despertaba el interés como a otras personas. Leo prensa y veo televisión, es imposible no saber que Cristiano Ronaldo es uno de los mejores jugadores del momento, que el Barcelona de Pep Guardiola consiguió un fútbol brillante y todos los títulos habidos y por haber: el bombardeo es constante, pero no es real, se trata de una burbuja que mantiene a la gente entretenida mientras se mueve el dinero y se pactan los negocios, grandes y pequeños, del país. Entiendo que de esto no se salva ningún equipo, de ahí mi escasa simpatía por cualquiera de los clubes más allá de partidos, goles o detalles concretos. No hablo de objetividad porque no existe, pero sí de cierta independencia. Eso me ayudaba a la hora de realizar mis pronósticos.
Ese debate, como usted lo ha llamado, sólo trataba de levantar una sospecha, la sospecha de que la teoría de la información artificial venía marcada desde el poder político, desde arriba, desde las élites.
Parto de la base de que los clubes, jugadores, directivos, técnicos, medios de comunicación, poderes fácticos, pero también los aficionados, consumidores al fin y al cabo, forman el sistema fútbol y que una mutación en cualquiera de ellos, por minúscula que sea, alteraría el sistema como conjunto. Eso explicaría la dificultad a la hora de analizarlo desde fuera, la endogamia con la que se maneja la información y la toma de decisiones. Mi teoría recoge estos estímulos y los analiza.
Después de valorar partidos y campeonatos, de estudiar las decisiones políticas y las repercusiones sociales que generan, llegué a la conclusión de que el fútbol era un sistema con entidad propia que pertenecía al sistema económico sirviendo, especialmente, de válvula de escape para los ciudadanos y de cortina de humo para la asunción de las decisiones sin un mayor coste político y social de consecuencias incalculables, si me permite la vulgaridad, esto permite que las cosas fluyan sin que pase nada.
Según su teoría, el poder político —y entiendo que en él incluye el poder financiero y económico— se sirve del fútbol para gobernar y la generación de información artificial funciona para construir una imagen pública en la que el fútbol es un elemento de vital importancia para la aceptación social, el prestigio individual y la educación como país. ¿No es un poco extravagante este planteamiento?
Existe una diferencia entre hipótesis y teoría y es la demostración de las primeras para construir leyes, pero no quiero justificarme. Las sociedades necesitan elementos comunes para convivir, para determinar el nivel de pertenencia y el fútbol, en España, ha sustituido a las religiones, ala cultura o a cualquier otro elemento que alguna vez nos unió como ciudadanos.
¿Recuerda aquella patada de Pepe a Dani Alves en un partido de Copa? Una entrada durísima del central del Real Madrid que el árbitro sancionó con tarjeta roja. A partir de ese momento, con un jugador más, el Barcelona se hizo con el encuentro y, finalmente, con el pase a la final. A priori, la decisión parecía correcta, pero se utilizaron todas las herramientas técnicas y humanas para soliviantar al madridismo en contra del colegiado. ¿Era necesaria aquella campaña? ¿Información natural y pertinente o exageradamente artificial? Cada uno puede pensar lo que quiera, lo que está claro es que aquellas portadas, artículos de opinión, cortes de vídeo editados para justificar la injusticia… iban encaminados a crispar al personal. Al día siguiente, cualquier ciudadano, aficionado al fútbol o no, tenía una opinión formada. No se hablaba de otro asunto, nada podía ser más importante aquella mañana. Absolutamente nada.
Recuerdo la jugada, sí; el bochorno con el que contemplé tamaño desastre periodístico, la vergüenza ajena que me produjeron algunas noticias y opiniones surgidas a raíz de aquello. El villarato, las declaraciones de Mourinho, la imagen cómica y burlesca de algunos futbolistas. Recuerdo que, efectivamente, al día siguiente era tema principal y único de la agenda setting de todo el país. Las dos Españas otra vez. Me di cuenta de que no habíamos avanzado nada después de tantos años.
Usted y yo no, no habíamos avanzado nada. ¿Y las élites? Porque el mismo día del partido, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, del partido socialista y obrero, anunciaba un paquete de medidas enfocadas al recorte de gastos en los trabajadores públicos para contentar a los temidos mercados y las presiones comunitarias. ¿Cuántos funcionarios trabajan en España? ¿No era un asunto trascendente? A la luz de los acontecimientos, bastante menos importante que una simple patada en un partido de fútbol. En un juego.
Vaya, estoy sorprendido con sus argumentos.
Ya, por aquel entonces pocos estaban preparados para asumir este tipo de relaciones, de analogías, de análisis. Cuando pasó la tormenta del partido ya era tarde para hablar de las decisiones del gobierno, ya no estaba en la agenda setting. Ya había otros temas sobre la mesa de mayor actualidad.
Sin embargo, a pesar de su capacidad para establecer relaciones, confiaba en el sistema fútbol en tanto en cuanto pronosticaba en su blog los resultados de la jornada de liga. Por un lado, usted dudaba y alimentaba las sospechas de que el fútbol respondía —y responde— a un guión establecido, a cierta corrupción, a una suerte de teatro para incautos. Por otro, a pesar de las dudas sobre la competición, defendía sus pronósticos y no sentía amenazado su estatus con posibles amaños entre actores menos importantes que el Gobierno y el Real Madrid o Barcelona.
Es que el prisma desde el que usted observa no es el mismo que el mío. El fútbol es un sistema ultraprofesionalizado, pero a veces los hilos parecen verse y la gente se da cuenta, quizá no de un modo tremendista y categórico, pero el público sospecha y la sospecha es el primer paso para empezar a creer en algo diferente. Pregúntele a los aficionados de cualquier equipo que no sea el Barcelona si la semifinal de Champions del 2009, ante el Chelsea, no le generó sospechas. No hablo de amaños, no hablo de guiones, sólo de sospechas. No recuerdo con exactitud, pero quizá hubo tres, cuatro o cinco penaltis no señalados al Barça que, in extremis, conseguía el pase a la final con un golazo de Iniesta. Luego levantarían la copa en la final y comenzaría el glorioso ciclo de éxitos de Pep Guardiola.
Las dudas de los aficionados fueron razonables, justificadas, y no tienen explicación más allá de la fe. Cuando alguien dudaba del catecismo el poder se escudaba en la fe, en la creencia de que un individuo no podía ser todopoderoso y omnipotente como el altísimo. Ahora las frases tipo son cosas del fútbol o el fútbol es así forman parte del argumentario, de la defensa de la fe para tapar las vergüenzas.
Y la fe no tiene nada que ver con los pronósticos. Yo defendía una relación de causa-efecto entre las decisiones políticas y los resultados y, en base a esos análisis, determinaba cómo acabarían los partidos. Las sospechas no me corresponden a mí, sino a los aficionados, que de vez en cuando descubren las entretelas del fútbol y dudan. Y esas dudas, en ocasiones, permanecen en el imaginario colectivo durante mucho tiempo. ¿El penalti de Djukich en 1994? ¿La mano de Maradona en 1986? ¿La victoria de Alemania en el mundial de 1990 meses después de la reunificación?
Puede parecer, y esto no es una crítica, que usted se sirve del fútbol para construir un discurso que le viene bien, que le funciona a la hora de justificar su teoría, que sabe seleccionar los fragmentos adecuados para hacer fluir su mensaje y que la sospecha se instale en el ambiente. Necesita, tal vez, del río revuelto para conseguir sus objetivos.
Recuerdo aquella mañana de 2002. España se jugaba las semifinales del Mundial con Corea del Sur, la anfitriona del torneo. Tuve la suerte de verlo en un bar, rodeado de personas normales, ajenas a teorías de la comunicación y la documentación periodística. Recuerdo perfectamente sus caras al terminar el partido. El árbitro, y sólo el árbitro, había conseguido eliminar a España. Aquella selección hizo un fútbol notable durante todo el torneo, jugadores experimentados se mezclaron con otros más jóvenes, bien liderados por Camacho, con las dosis de talento suficientes como para alcanzar las semifinales. Pero no pudo ser. Dos goles anulados, tarjetas, juego sucio sin sancionar… España, incapaz de sobreponerse al penoso arbitraje, sucumbió en los penaltis, presa de sus nervios.
Por aquel entonces yo no era tan popular y trabajaba en la universidad como investigador, no había iniciado esta campaña como usted la llama, no había seleccionado los fragmentos que me interesaban para construir un discurso. La realidad siempre se impone a las ideas preconcebidas de cualquier investigador. Quizá, lo único que sí hice, fue aprovechar aquellos acontecimientos para cimentar mi teoría, para convencerme de la necesidad de investigar en esa línea.
Quiere decir que usted utilizó estos acontecimientos en su beneficio.
El Mundial 2002 me empujó a realizar esta investigación, aquel fue el detonante. Lo sucedido en aquel torneo no necesita cocina ni manipulación, quedó patente para cualquier aficionado que algo estaba sucediendo, lo que no sabíamos era el qué, pero desde las primeras de cambio pudimos comprobar la necesidad de que Corea como anfitrión llegase lejos en el Mundial. Y así fue.
Además de la eliminación de España en cuartos de final, hubo otro partido de infausto recuerdo, el Italia-Corea de octavos, donde el equipo italiano fue masacrado por el arbitraje hasta conseguir su eliminación. Una cosa son los acontecimientos, que existen, que todos pudimos ver, pero de ahí a determinar las relaciones entre poder y resultados, hay un trecho.
Sí, es cierto. Yo me limito a constatar, no a inventar, lo mismo he mantenido siempre sobre mis pronósticos deportivos. Y constato que Italia fue masacrada como lo fue España para que Corea llegase a semifinales. Y constato, además, que Italia ganó el Mundial 2006 y España el de 2010. Esto son acontecimientos reales, sucesos que cualquiera puede comprobar. La pregunta es: ¿Ganaron Italia y España estos dos mundiales como pago por los servicios prestados? En ese terreno de la especulación me muevo, mi labor es delimitar qué hay de inventiva y razonar las causas y los efectos. Y, en este caso, no hay demasiado espacio para especular, la verdad está ahí. Y cualquier aficionado lo recordará.
Esto que dice es muy grave, si fuese como usted dice, el sistema fútbol se caería por completo, habría que refundarlo prácticamente desde cero.
Es grave, sí, pero el sistema es un engranaje perfecto. Las victorias sirven de catalizador de las pasiones y el resto se construye a través de la fe. Cuando gana tu equipo, crees en la limpieza del sistema al cien por cien, porque no puedes albergar un espacio para la duda, para sentir que esas victorias no son limpias. Cuando pierde, en cambio, la fe se desvanece y en ese territorio puedes encontrar puntos negros, los hilos ocultos de los que hablábamos antes. Por eso los ciclos deportivos son tan cortos, por eso los equipos ganan durante periodos de tiempo tan breves, para que las dudas vengan y se vayan cada cierto tiempo, para que esa pérdida de fe no se agrave con el tiempo. El sistema se autorregula y se recicla, adopta formas diferentes para que todo siga su curso habitual. Incluso la sospecha alimenta al sistema, la necesita para seguir ocupando cada espacio, porque al final, el que se queja en la derrota se olvida de todo en la victoria. Es un sentimiento primario, casi instintivo, que despierta las pasiones más bajas del ser humano.
No hay posibilidad de cambio…
Desde dentro, si el equipo que gana desmontara el espectáculo, podríamos ver cambios sustanciales, pero si las denuncias provienen del que pierde, el sistema las engullirá en un halo de victimismo, de no saber perder, de faltar al fair play… como se decía entre los valedores del Régimen del 78 en España: está todo atado y bien atado.
Y su teoría viene a demostrar que el mundo está equivocado y que no tiene solución.
No, mi teoría viene a demostrar que los seres humanos somos estúpidos y, cuanto más forofos de un equipo, más estúpidos nos volvemos. Pero la estupidez humana es el gran tema de investigación de las ciencias sociales desde hace muchos años.
[Esteban Alfaro es el protagonista de El día después, de David Refoyo (Lupercalia, 2014)]
[…] perezosa, con la trillada frase «El fútbol es así». Tras esa bitácora deportiva hallamos a Esteban Alfaro, un profesor universitario que ha pedido un año de excedencia para profundizar en una extraña […]
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