Tras años de crisis y con el afloramiento de casos de corrupción del sistema, empieza a verse de forma simplista a La Transición como causante de todo mal, una horrible criatura nada modélica (adjetivo adjunto oficial, Modélica Transición), o bien, por la muerte reciente de algún dirigente político de aquel periodo, se ven, en el otro extremo, elegías edulcoradas faltas de todo rigor, por lo que resulta interesante y conveniente acercarse a testimonios que intentan ofrecer una visión personal honrada, sin negar en ningún momento su tendencia política o vital, a la vez que desprovistos de aderezos innecesarios que perviertan el valor de las vivencias y su relato. Termina El Contador de Abejas Muertas justo en el punto donde empieza aquello por lo que Bernardo Fuster es más conocido por el gran público, la composición dentro del grupo Suburbano de varias canciones celebérrimas como La puerta de Alcalá o Arde París, popularizadas por Ana Belén y Víctor Manuel. Será, como indica, parte de un futuro libro con el que esperamos contar dado el interés de este primer tomo (confiamos en que sea el primer tomo).
Antes de triunfar en el mundo de la música popular española, Bernardo Fuster fue un joven miembro del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (Frap), organización creada por el Partido Comunista (marxista-leninista), y no sólo corrió delante de los grises, tópico al que se ha apuntado cualquiera de cierta edad por lejos que le pillasen las manifestaciones y protestas a las que jamás asistió, sino que participó en la planificación de atentados y, en suma, fue una pieza importante en la puesta en marcha de actividades muy serias de lucha contra la dictadura franquista tanto en España como en el extranjero, cuando tuvo que huir perseguido por las autoridades.
Si bien el grueso del texto se centra en la actividad como militante del Frap y, más tarde en la evolución que le llevó, como a muchos otros, a abandonar el grupo, El contador de abejas muertas parte de la infancia y árbol genealógico de Fuster, irónicamente de familia alemana simpatizante de Hitler y, por extensión, de Franco. Su padre fue soldado de las Panzer Division en Polonia. También profesor de música de las Juventudes Hitlerianas. El caso del autor parece responder al cliché de rebelión contra sus orígenes. Veremos durante el libro que se trata de algo más complejo, variado y reflexivo. Saber de dónde viene nos va llevando al lugar a donde irá, pero también nos deja algunas anécdotas de niños y jóvenes donde no falta la ternura e incluso el humor descacharrante:
Al llegar de viaje a Madrid, pregunté por él [su primo]. Acaba de salir, me respondieron, si corres, todavía le pillas en el portal. Yo salí corriendo, bajé las escaleras y cerca de la puerta, una ve ya en la calle, le vi de espaldas caminar calle arriba. Corrí a su encuentro y me subí a caballo por detrás al tiempo que gritaba ¡te pillé cabrón!. El individuo se quedó paralizado y empezó a gritar. No era mi primo, lo había confundido con otra persona parecida. Gritaba y yo le pedí perdón pero sin bajarme, paralizado por la situación. La gente miraba y no entendía nada. Cuando me pude bajar y él salió corriendo, yo corrí en sentido opuesto y me metí en casa.
El buen humor no abandona una obra llena de esa nostalgia que no echa de menos el pasado o lo realza, sino que lo vive con sencillez como una etapa con luces y sombras, muy cercano al sentido que ofrece un poema de José Bergamín en el que aparece un pasaje: «Volver no es volver atrás». Este músico por vocación y convicción —uno de los mejores pasajes del libro está dedicado a realzar la canción protesta o de tipo político de forma sensible e inteligente— utiliza el recuerdo no para rememorar hazañas, sino para ser, mediante las vivencias propias, un punto de vista más desde donde poder analizar una serie de sucesos básicos en la historia de España.
Uno de los puntos fuertes del El Contador de Abejas Muertas es establecer la propia perspectiva del autor como narradora. De esta manera el lector sabe lo que supo el protagonista en su momento. Desconoce lo que él también desconoció. Duda donde se planteó una duda. En lugar de dar explicaciones globales contamos con su visión en exclusiva. Por ejemplo, si se explica una cita en una ciudad determinada para contactar con un grupo en el exilio, no conoceremos los entresijos sobre cómo funcionaba la organización. Sólo contamos con la información que Bernardo Fuster tuvo en ese episodio. Nada más. Este tratamiento, en lugar de ser un defecto por la posible falta de comprensión de unas circunstancias concretas, termina siendo un pleno acierto al reflejar una atmósfera que transmite autenticidad. La opción de que falten una serie de datos concluye finalmente en un testimonio seguramente mucho más cercano a la vivencia real.
Entre numerosas peripecias, pues se podría hablar de algo así como «autobiografía de aventuras y desventuras», queda tiempo para desmontar algunas cuestiones que, a fuerza de repetición por ignorancia unas veces o de simple y llana propaganda otras, se han convertido en supuesta verdades. Una de ellas, la apertura del régimen franquista en su tramo final, queda desmentida de manera clara con los hechos que expone Bernardo Fuster. Si bien existió una etapa de apertura, ésta se corresponde con la parte anterior a la etapa que dio paso a la transición. Los años previos y posteriores a la muerte de Franco se caracterizan, por contra, por un incremeno de la represión y numerosos asesinatos.
Hay una cierta opinión interesada que busca hacernos creer que los últimos años de la dictadura fueron los más blandos. No es cierto. En los últimos ocho años fueron asesinadas más de 40 personas en manifestaciones, comisarías y actos de protesta. Se decretaron 7 Estados de Excepción, dos de ellos de carácter nacional; el número de presos políticos creción con respecto a los ocho años anteriores; de un Tribunal de Orden Público se pasó a dos. Se recuperó el fusilamiento y el garrote vil (…).
Numerosos alegatos anticlericales forman otro de los núcleos de El contador de abejas muertas. Curiosamente, Bernardo Fuster es un experto en historia del Vaticano y de los Papas. También en historia de los piratas del Caribe (ha publicado Piratas libertarios del Caribe). Además de una serie de reflexiones sobre la Iglesia y el Vaticano, nos topamos con un gran hallazgo, la blasfemia automática:
En cuanto a la blasfemia como forma de expresión artística, la descubrí poco más tarde leyendo a André Bretón y Prevert. Dos de mis variadas lecturas de cabecera y a las que recurro con frecuencia. En algún manifiesto suscrito por estos surrealistas habla de la «escritura automática» y en qué consiste esta. En mis ratos de aburrimiento en Alemania pensé que por qué no se podía fomentar la blasfemia automática. Consiste en lanzar un «me cago en Dios» o «en la Virge» y luego ir añadiéndole alguna frase que te salga del subconsciente y que dé intensidad y sobre todo plasticidad al conjunto. Empezaba a interesarme por la estética aunque fuese por medio de la blasfemia. Así, por ejemplo, a un «me cago en Dios…» añadía sin pensarlo «y en los párpados del Papa» para continuar sin lógica «…negro de Villacañas». Hubo una época en que incluso llegué a escribirlas. «Me cago en la hostia verde del ojete del ogro», «en la caspa del Cristo de Medinaceli» o «en la Virgen fallera de la teta al hombro». Salían cientos, como rosquillas (…)
Y por supuesto y como no podía ser de otra manera, el libro realza la importancia de la música en todas sus manifestaciones, desde la educación hasta el ámbito familiar, como elemento liberador en la adolescencia y estímulo constante luego en la madurez. Casi se puede leer el libro con la banda sonora según la canciones, grupos o estilos de los que habla el autor. Y desde luego ejerce una labor divulgadora acerca de ciertos cantantes que ahora mismo han ido olvidándose. El lector que no los conozca sentirá sin duda curiosidad por la vida y obra de esos artistas.
En resumen, unas memorias que transmiten un tono vital indudable, con valor histórico, escritas de forma amena, sencilla y con ritmo, y de las que esperamos, como dijimos al principio, su segunda parte.
[…] Ese libro es muy, muy divertido. Tiene momentos que son un auténtico […]
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