1.
Este grifo gotea. Lleva goteando desde que llegué aquí. Llevo cinco días sin beber y sin ver a Ana. Cinco días. Y el grifo gotea. ¿Cómo se arreglará un grifo? Encima del grifo está el espejo. Tiene manchas de óxido en los bordes.También está manchada la bañera. No recordaba la casa de mis padres así. La casa de Ana estaba impecable. Muebles nuevos, paredes y puertas blancas. Ikea. Luz. Ana.
Tengo que ir al médico. No me puedo quedar encerrado en esta casa. Mi madre no pregunta. Me cuenta cosas de cuando ella era joven. Se ha quedado a vivir en sus libros y en su infancia. Mi padre es un joven galán con el que habla por los pasillos de la casa y que le regaña cuando deja desordenados los libros por encima de las mesas, en la encimera del salón, en el balcón, entre las macetas.
¿Te dan la baja por dejar de beber? Tendrás que decir las palabras mágicas. Agacharte, poner cara de enfermo y aceptar públicamente que eres un desecho. Me niego. Todavía no he decidido que es todo esto. Mírate, mírame. Ahí estás. Con cara de perro. No quiero la baja. Arreglar el grifo. Luego, lo demás.
2.
Una llave grifa para el grifo. Apretar. Vuelve a gotear un minuto después. Mi madre busca una edición del Quijote para enseñarme que ya no puede leer letras tan pequeñas. Quiere que le haga sopa otra vez. Es la única ventaja de que estés aquí: la sopa. Me gusta estar sola. Quédate y no hables. Haz sopa.
Pone ópera todo el rato en un viejo tocadiscos. No suena nada mal. Algunas canciones me hacen daño. Estoy en la otra habitación, con los cascos puestos y viendo basura en el portátil. No conecto internet. No hay mundo exterior. Luego saldré y preguntaré en la ferretería qué hay que hacer para arreglar el puto grifo. Con la llave no puedo.
3.
Mamá bebe vino en la cena y me ofrece. No quiero. Me mira y se calla. Sopa con vino. Sopa con nada. Me gustaría ver a Ana. Canta María Callas. Pienso en el libro que perdí la última tarde. Me animo y creo que si no vuelvo a beber merecerá la pena la pérdida. Quiero preguntarle a Mamá si ha leído Ana Karenina. No me atrevo. Voy al baño y el grifo gotea.
En la cama a oscuras, la ventana, tan alta que llega hasta el techo y con la verja de hierro forjado, deja entrar luz amarilla y algo de fresco. Se oyen las primeras voces de estudiantes que vuelven y salen por la noche. Me asomo y veo un grupo con bolsas de botellas. Todo el mundo bebe y cree que no pasa nada. La luz amarilla de la ventana y la voz de la Callas, Mamá lee en el salón. No quiero volver a la casa de Ana y esta ya no es mi casa.
4.
Me despierto y enciendo el móvil. Lleva apagado desde el viernes. Hay llamadas perdidas de Ana y de algún número que no conozco. Antes, todas las llamadas del viernes. Estoy sudando y en el baño, el grifo gotea. En el espejo un tipo con el pelo mojado me recuerda que no tengo dónde caerme muerto. Vuelvo a la habitación y se oyen voces de alcohol en la calle. Intento dormir y no puedo. Repaso las llamadas perdidas, no quiero conectar internet, así no tengo que leer los mensajes. Mañana, hoy, llamaré a Ana. Apago el móvil.
Me he levantado temprano, he desayunado en San Juan de Dios y había todavía gente despierta desde anoche. Hoy no beberé, no iré a ningún bar al mediodía y no tomaré cañas. Es lunes, el viernes empezará a llamarme gente para que salga y beba con ellos. No. No. El rollo de siempre acabó.
5.
La edición de Ana Karenina de Alba. ¿La que compraste el viernes? Sí, por favor. El librero gordo y barbudo me está diciendo que la perdí. Creo que me mira mal, apenas si me conoce, él que sabe. La pago y me siento estúpido. La he comprado dos veces en cinco días. Llamo a Ana para volver a regalárselo. Quiere quedar en un bar. No puedo.
Vuelvo a casa y apago el móvil. Ana estaba preocupada, quería verme, quería que volviera. Mi madre recita a Garcilaso a lo lejos. El sol entra por la ventana. La Karenina me mira desde la mesa y busca unas vías de tren. Sostengo el techo sobre la cabeza, me la tuerce, me acuesto. Demasiada luz. Me piden sopa desde el salón. No puedo levantarme.
6.
Enciendo el móvil y conecto los datos. Hay llamadas perdidas de Ana, cientos de mensajes, mil notificaciones de facebook, un millón de correos electrónicos. Lo apago.
Abro la ventana y la luz dorada del barrio en el que me crié me resulta ofensiva. Tengo que recordar qué hacía cuando no bebía. Es la hora de salir. Durante tanto tiempo esta era la hora de salir. Miro la mesa de la habitación que he ocupado y que antes era mía: Ana Karenina y un móvil apagado. Busco algo que leer. Mi madre suena a ópera. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música. Quizás eso no esté tan mal. Linea 1. Es lo mismo.
7.
Salí a la calle, corriendo casi. Llegué a la ferretería y compré un plástico blanco y suave, teflón me dijo el dependiente que se llamaba. ¿Por qué no llamas a un fontanero? Lo tengo que hacer yo. Necesito hacerlo yo. El dependiente, un tipo larguirucho, con gafas de pasta, la cara estrecha y pinta de pringado, puso cara de entenderme. ¿Qué sabrás tú? Vuelvo corriendo y muy decidido. Tengo una llave grifa y teflón. Cierro llave de paso, desenrosco, teflón, aprieto, abro llave de paso, gotea.
8.
Suena el timbre y es Ana. Me escondo en el baño. Mi madre se hace la loca y la echa. Desde el baño la oigo contarle a mi padre, al fantasma de mi padre, que el niño la ha obligado a mentir. El móvil apagado, el libro de la Karenina, el goteo del grifo. Todo sigue igual que ayer.
9.
Sueño con mi padre, me dice que no beba, él no bebía. No es el anciano de los últimos años, es más joven, un poco mayor que yo ahora. Me habla como si fuera mi padre pero es casi como yo. Aparece mi madre, joven y muy guapa. Tonterías, bebe lo que quieras, todos hemos bebido y no ha pasado nada. ¿Sabes hacer sopa? Se comporta como si no me conociera, ajena y lejana. Mi padre me hace un gesto y se marcha. Me despierto sudando. El móvil está encendido y vibra.
10.
Las paredes de la habitación están vacías, no hay muebles más allá de la cama, una pequeña mesita y un armario empotrado que apenas se ve. Mi madre tiró todos los restos que dejé al irme. Pintó de blanco la pared y la dejó esterilizada, impecable por si alguien venía de visita. Las sábanas son de hilo, antiguas y muy agradables. La reja negra y la persiana verde. La luz de mi juventud. Miro atrás y veo tristeza, noches con alcohol, días con alcohol. Intento recordar momentos sobrios y no puedo. Dejé que beber se convirtiera en el acompañamiento de todo. En el manto que todo lo cubría, que daba y quitaba sentido.
11.
Llamaré al puto fontanero, seguro que lo arregla en un instante. Llamaré a Ana. ¿Qué le digo? ¿Cómo le explico? Conecto el móvil, obvio los mensajes sin mirarlos, busco información para arreglar el grifo. No encuentro nada. Unas gomas negras. Corro a la ferretería. El tipo de las gafas me pregunta cosas extrañas. No lo insulto. Imbécil. Puedo beber menos, no beber copas, puedo. Qué. Corro hasta el grifo. Llave de paso, aflojo, busco la goma, pongo la nueva, aprieto, no puedo, cambio la goma. Gotea. Aflojo, teflón, goma… ¡no gotea!
12.
Me despierto de madrugada. Veo luz al final del pasillo y no me atrevo a molestar a mi madre. Voy al baño y el grifo gotea. Mañana es el día. Tengo que ir a trabajar. ¿Cómo voy a salir de aquí?
13.
Me levanto, me ducho y me visto. Parezco un tipo normal, sin problemas, algo blancuzco y con algunas ojeras. No pienso en nada. Saldré y seré normal. Me comportaré como todos y tendré una vida normal con bares, risas y noches. ¿Sí? Recojo lentamente la ropa, Ana Karenina, el portátil, el móvil. ¿Volveré a casa de Ana? No puedo tomar decisiones, no quiero tomarlas. Quiero volver a acostarme y no salir de esta casa que ya no es mía. Sigo recogiendo, aparece mi madre, me da un beso y me dice que hago bien marchándome. Puedes venir a verme más y hacerme sopa. Sigo fingiendo y acabo de recoger. Voy al baño y me lavo la cara para que se me pase la congestión. Al salir, oigo como el grifo gotea.