Cuando una editorial francesa solicitó a varios autores la confección de guiones cinematográficos, Beckett fue uno de los que respondió afirmativamente y poco después tenía preparado un texto titulado Film; otros autores, entre ellos Robbe‑Grillet, jamás llegaron a entregar las páginas comprometidas. Beckett acostumbraba a supervisar todos los montajes de sus obras, donde quiera que tuviesen lugar, de forma casi maniática; sus conocimientos de francés, alemán e italiano, además de su idioma natural, el inglés, le permitían corregir la dicción y los gestos de los actores o dar indicaciones al director acerca de cómo debía desarrollarse una escena. ¿Fue casualidad que Beckett eligiera personalmente a Charles Chaplin para que protagonizara Film? Charlot ya era entonces un reconocido hombre de cine y le hicieron llegar el texto de Samuel Beckett; al poco tiempo, el agente de Chaplin respondió afirmando que «el señor Chaplin no lee nunca guiones»; la ingeniosa réplica del representante del escritor irlandés resultó contundente y mordaz: «Ignorábamos que el señor Chaplin fuese analfabeto». Cuando se filmó el guión, su protagonista fue Buster Keaton quien al final del rodaje confesó que no se había enterado de nada de lo que había grabado, cosa no insólita con las ficciones de un hermético Beckett cuya lectura requiere paciencia e intuición. ¿Por qué Samuel Beckett, cuyas obras en apariencia son hostiles, carentes de esperanza, nihilistas y abstrusas escogió a Chaplin para protagonizar Film? Los escritos del irlandés, si uno escarba en ellos cuidadosamente, encierran una buena dosis de humor que no conduce a la risa sino a la perplejidad y al absurdo, al desconcierto y a la melancolía; entre el cine mudo de entonces (Laurel y Hardy, Keaton, Chaplin) y algunos textos del premio Nobel existen abundantes concomitancias. Numerosos personajes de Beckett son mendigos o seres marginales como los protagonistas de bastantes películas de Charlot; ni unos ni otros tienen origen, procedencia o familia, como si hubiesen surgido de la nada, sin biografía previa, salvo en algunas ocasiones, lejanas y vagas referencias a una madre muerta o ausente por parte de los personajes beckettianos. Aparecen en un momento determinado en el que la acción lo requiere y desaparecen cuando sienten que están de más o que ya son innecesarios. En ambos casos, los protagonistas carecen de esperanzas aunque en el de Charlot no es insólito que exista un final feliz en la aventura; en Chaplin parece consolidarse un heroico deseo de justicia, que no buscan deliberadamente sino que se ven envueltos en ese acto de ingenuo heroísmo con frecuencia a su pesar, justicia a la que tal vez sean ajenos los personajes de Beckett. En los dos ejemplos, son personajes educados e indiferentes y el humor que subyace en las películas de uno y en los textos del otro, es una comicidad triste y amarga. Y existe otra complicidad entre los protagonistas de Charlot y los de Beckett: suelen tener tendencia a emplear objetos que parecen darles cierta personalidad y en algunas escenas hasta su razón de ser: bastones, paraguas, sombreros. Los mendigos de Chaplin y los desarraigados seres que pueblan casi toda la literatura de Samuel Beckett están unidos por una especie de destino común: son perdedores ambos (aunque, insisto, en el caso del cineasta, no es infrecuente que al final aparezca una especie de justicia universal que parece premiar la nobleza, la honradez, la inocencia o la bondad), vienen de no se sabe dónde, ignoramos su procedencia, están ahí, surgen desde ningún lugar y en el caso del escritor, cuando finalizan las ficciones, continúan en el mismo sitio, tal como llegaron, sin posibilidades de redimirse o de triunfar, de acomodarse a la vida siquiera, mientras que en el cine de Chaplin suelen esfumarse camino de ignoramos qué nuevo destino, después de haber solucionado algún tipo de problema que no les concierne pero en el que voluntariamente o involuntariamente se han metido, y se marchan con sus pasos breves, saltarines, mientras en la pantalla hay un fundido en negro que se cierra como el círculo que se va empequeñeciendo hasta hacerlos desaparecer. Ello nos indica que los protagonistas de Charlot (mejor sería decir el protagonista) va a proseguir su camino hacia otro lugar donde enderezará algún entuerto (hay una cierta similitud entre el personaje protagonista de Charlot y Alonso Quijano) en tanto los de Beckett, anclados en el fatalismo, permanecen en su mundo una vez que la historia concluye sin cerrarse, desafortunados, ajenos a cualquier atisbo de esperanza, conocedores del adverso destino al que están sujetos ellos y, quizá, todo el género humano. La comicidad de Chaplin y la comicidad de Beckett existen aunque sea más fácilmente identificable la del cineasta y más difícil de detectar la de Beckett pero si cuando escribió Film, el irlandés pensó de inmediato que el protagonista perfecto para dicho guión era Chaplin, el Charlot de las comedias, seguramente se debiese a que había detectado ese destino común que subyace entre unos personajes de la ficción narrativa y los del mundo cinematográfico de Charlot: todos ellos son supervivientes, a veces contra su voluntad. Y, de alguna forma, héroes mal que les pese.