Hay libros que están destinados a hacernos felices; al encontrarlos sentimos la necesidad de compartirlos para que también otros, desconocidos integrantes de La Hermandad de Los Lectores Comunes, lo sean. Uno de esos libros es La consciència de Zeno [1], la tercera novela del triestino Italo Svevo. Hubiera pasado tan desapercibida como las dos anteriores si no hubiera sido por uno de sus lectores, su profesor de inglés, un tal James Joyce, quien se la presentó a su agente literario y a un par de críticos amigos suyos en París. Aunque también es justo el recuerdo para el anónimo librero de Bolonia que se la recomendó a Eugenio Montale, lo que tiene más mérito si cabe, pues se trataba de una obra autoeditada que había sido rechazada por varias editoriales, algo en lo que coincide con el primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust, por cierto. No es en esto en lo único que coinciden; ambas hablan de la memoria y recrean a su modo el mundo burgués de la Belle Èpoque, una en París otra en Trieste; en ambas la conclusión es antitética: si Proust recobra el tiempo y el mundo idos mediante la memoria, Svevo nos habla de la imposibilidad de lograrlo.
Hacia el principio del libro, Zeno Cosini nos regala la que tal vez sea la frase clave del mismo: «Lo recuerdo todo, pero no entiendo nada», lo que parece ser el destino de la mujer y el hombre modernos: haber perdido la capacidad de dotar de sentido tanto a ellos mismos como al mundo.
El libro utiliza el artificio del manuscrito encontrado o traducido, como ya había hecho el Quijote; un anónimo psicoanalista nos informa que ha dado a la imprenta los cuadernos que Zeno Cosini, último fruto de una familia de comerciantes, negado para los negocios, fumador empedernido y adúltero, escribiera por indicación suya antes de iniciar el tratamiento; reconoce que lo hace en venganza por haberlo abandonado. Que esto sea una violación flagrante de su código deontológico es la primera y feroz broma que Svevo reserva para médicos y psicoanalistas a lo largo de toda la novela. Al parecer, Svevo había acompañado a su cuñado a Viena –entonces Trieste pertenecía al Imperio Austrohúngaro- para que le tratasen una crisis nerviosa y allí entraría en contacto con el psicoanálisis, llegando a adquirir algunos manuales que leería por pura curiosidad en las aburridas tardes en las que atendía el negocio familiar. No parece que le dejaran una buena impresión; algunas de sus críticas hacia el final de la novela son tan pertinentes y agudas como divertidas.
Pronto olvidamos el artificio del manuscrito encontrado debido a las divertidas y vulgares peripecias de este hombre a la vez irrelevante y extraordinario. Svevo añade unas notas finales al supuesto manuscrito que recuperan y aumentan la sensación deliberada de estar ante un juego literario. Lo que nos dice Svevo mediante la pluma de Zeno es que muchas cosas de las que se han escrito anteriormente pueden no ser del todo ciertas porque están escritas en toscano –el italiano normativo- cuando él sólo podría haberlas explicado cabalmente en dialecto, caso que, como un juego de espejos, era el del mismo Svevo, cuya sintaxis italiana era, al parecer, idiosincrática. Este juego de distanciamiento es lo que transforma un desmañado diario íntimo en una novela en la que el protagonista se observa a la vez sagaz y asombrado de sí mismo, sin que al fin y al cabo sirva para nada pues, al terminar la obra, Zeno Cosini sigue siendo tan extraño para Zeno Cosini como al principio.
Ya se ha dicho que Zeno es a la vez un hombre irrelevante y extraordinario: su vida externa es indistinguible de cualquiera de sus contemporáneos y compañeros de clase social. De puertas para afuera es cualquier cosa menos un excéntrico. Su vida interior es digna de Hamlet, pues todo se reduce a la duda y a la inacción, a dejar pasar la vida mientras se va cumpliendo tal y como se supone que debe cumplirse; no hay ningún fantasma de un padre muerto que clame venganza y, por fortuna, Zeno tiene un sentido del humor del que el príncipe danés carece. También tiene una afabilidad que es imposible que sintamos en Hamlet, quien sólo se escucha a sí mismo. Por sus notas sabemos que ha intentado dejar de fumar durante años, apuntando en libretas, billetes, cuadernos, postales la fecha de lo que él llama «último cigarrillo», que queda inútil en cuanto enciende el siguiente; pasa años matriculándose alternativamente en Derecho y Química, según el semestre, incapaz de escoger entre una de las dos carreras y sin llegar a acabar ninguna. Si como tantos burgueses de su época toma una amante, una joven aspirante a cantante, tan pobre que está casi en la miseria, en lugar de disfrutar del menage a trois se pasa el día yendo y viniendo de su casa a casa de su amante y viceversa, queriendo ora a su mujer ora a su amante, sin saber con cuál quedarse y tratando de ser honesto con ambas — elaborando unas tan complicadas como hilarantes justificaciones ante sí mismo para convencerse de su honestidad—. Sempiterno enfermo imaginario, su catálogo de dolencias y las explicaciones que les da es infinito y fantástico, siendo la mejor de sus teorías la que explica el mundo según la enfermedad de Graves-Basedow que padece su cuñada. Tal vez por ser un enfermo imaginario y por desear la salud toda su vida, identificándola muchas veces con la vida burguesa, siente un rencor nada disimulado por los médicos, a los que teme tanto como desprecia, y a los que no duda en criticar a la mínima ocasión que se le presenta.
No es casual que la novela, las notas dispersas de Zeno Cosini sobre los acontecimientos más importantes de su vida, termine cuando la Iª Guerra Mundial le sorprende paseando por el campo y lo separa de su familia, obligándole a permanecer en Trieste mientras esta se refugia en Turín. También Thomas Mann nos mostraba a Hans Castorp luchando en las trincheras. Como La montaña mágica o La señora Dalloway, La consciència de Zeno es una novela sobre el mundo anterior a la Guerra escrita cuando esta ya había acabado con él. De las tres, la de Svevo es la más divertida, y no palidece junto a ellas, lo que ya es mucho.
Nota al pie:
[1]En el ejemplar que yo tengo (La Butxaca, 2011), en catalán, su traductora nos advierte que ha corregido lo que ella llama rebelde sintaxis de Svevo, lo que me hace pensar en esas adaptaciones de Vivaldi cuando fue redescubierto, en las que se utilizan instrumentos que el cura veneciano no llegó a conocer. La culpa es mía, por no leer italiano.