La reciente dimisión de varios humoristas en plantilla de El Jueves tras un polémico episodio de autocensura[1] por parte de la alta dirección del grupo empresarial al que pertenece dicha publicación en vísperas de cierta coronación real[2], así como la decisión por parte de los dimisionarios de crear una nueva revista de humor por su cuenta y riesgo, me ha traido a la mente el espléndido cómic de Paco Roca El invierno del dibujante (Astiberri, 2010), recreación de la aventura de cinco dibujantes de Editorial Bruguera que se fueron para crear su propia revista, Tio Vivo.
Estamos en verano de 1957. El trabajo del dibujante de cómics, pese a todo el glamour que le atribuyan hoy en día los que acaban de descubrir el medio bajo la retórica denominación de «novela gráfica», consiste básicamente en encadenarse al tablero de dibujo, y trabajar lápiz en ristre durante horas[3]. Bruguera editaba entonces por semana un millón de ejemplares de Pulgarcito[4] una publicación dirigida al público infantil que sin embargo también era popular entre los adultos, que se veían reflejados en personajes como el hambriento Carpanta o las solteronas Hermanas Gilda, sátiras sociales que bajo la guisa de humor para niños y niñas sorteaban los envites de la censura.
En las oficinas en las que se gestaba Pulgarcito y otras publicaciones de Bruguera, no encontramos el ambiente juvenil y sumamente gamberro que Carlos Gimenez recreó en Los Profesionales[5] sobre sus experiencias dibujando cómics para agencias en la década de los 60. En comparación, los empleados de Bruguera de una década antes eran (casi) probos oficinistas, muchos de ellos de ellos casados y padres de familia. Trabajaban a destajo para producir páginas y más páginas a fin de satisfacer las necesidades de una editorial en expansión; sufrían no sólo el férreo control de la censura sino también la estricta dirección de Rafael González, el coordinador de publicaciones. El éxito de Pulgarcito, además, no se reflejaba en el precio que sus autores cobraban por página. Una vez entregado el trabajo, los personajes creados por ellos pasaban a ser propiedad de Bruguera: sus historietas se podían volver a publicar, ad infinitum, sin que sus autores olieran un mísero royalty. Sus creaciones podían incluso ser dibujadas por otros a capricho de la editorial y sin opción a consulta.
En ese contexto, Paco Roca narra cómo cinco de ellos, Josep Escobar, Guillermo Cifré, José Peñarroya, Carlos Conti y Eugenio Giner, se plantean dejar su trabajo seguro en una editorial en la que son autores de bandera y se arriesgan a tomar el sendero de la autogestión. Crear una revista propia donde nadie les regateará el sueldo si tienen éxito, en la que ellos mismos decidirán los contenidos, en la que sus derechos de autor serán respetados, en la que las fechas de entrega no serán apresuradas ni decididas por terceros, afectando a la calidad del producto… En suma, un sueño de libertad, dentro de lo entonces posible. Tio Vivo será una revista dirigida a un público adulto en la que los dibujantes decidirán cómo se las tienen con la rigurosa censura franquista sin pasar previamente por el inflexible control de González. Dado que la narración, que se sucede en saltos atrás y adelante en el tiempo, empieza por el final de la aventura, no le estropearé nada al potencial lector de El invierno del Dibujante explicando que pese a ofrecer un producto de calidad bastante superior a la media, Tio Vivo, David de los quioscos, tenía las de perder enfrentado a un Goliath como Bruguera; más si, como explica Roca, había una mano negra[6] que iba poniendo palos en la rueda a la editorial formada por nuestros bravos protagonistas.
El invierno del dibujante es básicamente una historia de perdedores: aunque hay niveles y hay quien aún en la derrota mantiene la dignidad, mientras que otros para ganar un pulso pierden el alma. Lo de perdedores no es una figura retórica, ya que en Bruguera, empezando por los dueños, todos habían sido leales a la 2ª República, y habían sufrido las represalias derivadas de ello tras la victoria de los golpistas. Los hermanos Bruguera han conseguido volver a poner a flote la empresa de su padre prácticamente desde las cenizas, y para ellos el éxito de la pequeña editorial que han creado sus antiguos trabajadores es una amenaza, no por que Tío Vivo vaya a ocasionar una disminución significativa de ventas al leviatán editorial, sino por que el ejemplo pueden cundir entre los que se han quedado, y no soportan la idea de que alguien haya abandonado «la gran familia» que es Bruguera, en la que ejercen de padres-patrones. Las maniobras para hundir a su modesta competencia son, básicamente, pour décourager les autres.
Rafael González, que en manos de otro autor sería un villano de opereta, es presentado por Paco Roca como un antihéroe de tintes trágicos: un periodista al que el régimen no le permite ejercer su oficio y que, fiel a los jefes que le rescataron de una vida condenada al subempleo, se dedica en cuerpo y alma a un trabajo poco agradecido que garantiza el funcionamiento eficiente de la redacción, pero que le hace impopular entre sus trabajadores. González sigue órdenes pese a que no siempre esté de acuerdo con ellas. Es un hombre que no quiere volver a las penurias de su pasado, que se resigna a la frustración y la rutina, pero que sin embargo aconseja en la intimidad a los redactores jóvenes que no se entierren en vida, renunciando del todo a ser creadores a cambio de un despacho.
La marcha de cinco de sus mejores autores no merma los efectivos de Pulgarcito: aún tienen montones de sus páginas que pueden reeditar tanto como les plazca y jóvenes dibujantes fogueados en publicaciones de revistas más modestas, que aprovechan el vacío generado para hacerse con un hueco en la primera división del oficio. Entre ellos hallamos a un joven Francisco Ibáñez, que pese a su éxito como recién llegado, teme que el fracaso de Tío Vivo suponga el regreso de las antiguas estrellas en perjuicio de los recién llegados (Tal vez por eso el padre de Mortadelo y Filemón se convierte en un stajanovista de la viñeta). Los nuevos han perdido el mordiente de sus predecesores, centrándose en un humor más absurdo pero también más inofensivo para la autoridad. «Son otros tiempos», dice Peñarroya. «Nadie pasa hambre como Carpanta». Y es cierto que en la Barcelona gris y fría del invierno de 1959, cuando muere el sueño de los cinco rebeldes, pese a que la represión continúa y la vida no es fácil, buena parte de sus lectores consideran que las penurias de la posguerra han sido superadas. La ciudad, por cierto, es primorosamente recreada por Paco Roca hasta el último detalle, se pueden ver muchos comercios que no hace tanto eran patrimonio ciudadano y han ido cayendo en las últimas décadas ante los ataques de la voracidad inmobiliaria y la presión de unas franquicias clónicas que han ido afianzando posiciones en una ciudad que cada vez menos apta para sus habitantes en su ambición de convertirse en ciudad-dormitorio-abrevadero para los turistas que los tour-operators acarrean en masa[7].
El cómic tiene un extenso e irresistible plantel de secundarios, y una lamenta que el autor no les dedique más espacio, aunque era inevitable para centrarse en la historia. En cada uno de estos figurantes con frase se reconoce a los padres de personajes que me hicieron disfrutar mucho en la infancia. Entre ellos destaca Manuel Vázquez, demasiado bala perdida como para formar parte del nuevo proyecto de sus compañeros: cuando le proponen unirse a ellos, responde de manera desarmante: «¿Acaso quereis que os hunda la revista?». Vázquez, uno de los mayores talentos del humor gráfico en España no es, según Roca, el sinverguenza simpático que nos presentaba Óscar Aibar en su muy disfrutable film El Gran Vázquez (2010), que embellecía un tanto la leyenda creada alrededor del dibujante. Vázquez se nos presenta como la alegría de la huerta, alguien con una capacidad sobrenatural para escaquearse de responsabilidades y vivir sin gastar un duro a base de sablazos cuando no de apropiaciones francamente indebidas, pero carece de aquel glamour canalla que le otorgaba la película protagonizada por Santiago Segura. Su acracia és basicamente de raiz egoista: Vázquez sólo puede salvarse a si mismo, aunque dadas las circunstancias se puede disculpar su cinismo. El padre de Anacleto no es un revolucionario, lo suyo son pequeñas insubordinaciones que al final le acarrean más penurias que ventajas. ¿Acaso es vida tener que ir haciendo zigzag de acera en acera para no pasar por delante de uno de los muchos lugares en los que ha dejado algo a deber?
Contrastando con esa figura, Escobar se erige en el héroe de la obra: un héroe cotidiano, sin grandilocuencias, el hombre que no se rinde ante la adversidad. Roca nos presenta a un Escobar polifacético como artista e integro como persona. «Hay que levantarse y luchar», dice, «Tantas veces como haga falta». Colaborador en revistas humorísticas de la República, Escobar fue represaliado y estuvo en prisión, lo que le une al joven Victor Mora, nuevo redactor jefe en Bruguera y guionista de El Capitán Trueno, tambien encarcelado, en su caso durante el tiempo en el que suceden los hechos narrados en El invierno del dibujante (por su clandestina militancia comunista). Junto a él, Armonía Rodriguez, que luego sería su esposa, aquí como secretaria y traductora, mujer de criterio propio, vista por Roca como una mujer pragmática pero con el corazón alineado con las buenas causas, alguien entre la Joan Holloway de Mad Men y Sigrid de Thule (sin las curvas de vértigo de la pelirroja de Sterling Cooper, con la actitud independiente de la princesa vikinga). Curiosamente, Roca no menciona que Armonía estuvo encarcelada como Víctor. De hecho, ella ya era miembro del Partido Comunista antes que él[8]. Me choca un poco esta omisión, dado que en El invierno del dibujante se nota que el autor se ha documentado a fondo. Retratar a Armonía como la chica de oficina enamorada del redactor idealista me parece saltarse unas cuantas cosas bastante relevantes sobre el personaje, y sería la única pega que, personalmente, le encuentro a un cómic que hace justicia a la historia de personas que, de una manera u otra, se jugaban en su apuesta por la libertad algo más que su forma de ganarse la vida. No dudo que el sacrificio de relevantes detalles sobre la vida de algunos personajes se deben, como he comentado antes, a necesidades narrativas ¿Tal vez Paco Roca se ha reservado esas historias para otra ocasión? Cruzo los dedos.
Notas:
[1] Quiero añadir que existen otras publicaciones con portadas y contenidos mucho más ofensivos para la autoridad incompetente que no tienen estos problemas de autocensura al no pertenecer a un gran grupo mediático: Pienso, por ejemplo, en el TMO o Mongolia, revistas en manos de sus autores y por tanto, independientes de la presión que suponen ciertos anunciantes y/o los guardianes de la inmoralidad. Aprovecho para desear a los miembros de la recién creada Orgullo y Satisfacción una buena singladura.
[2] Tal vez hayan oido hablar algunos de ustedes del mencionado suceso, aunque desconozco si la prensa generalista ha cubierto con la suficiente intensidad tal acto de pompa y circunstancia.
[3] Poco han cambiado las cosas hoy en día, si no contamos con que hoy en día el dibujante dispone de más medios tecnológicos para crear y menos revistas en las que publicar cobrando por su trabajo. Por lo demás, si algún individuo les dice que se dedica a dibujar cómics, además de hacer skating (o parkour, o kitesurfing o bolos leoneses), además de diseñar joyas y recetas de gin-tonic, desconfíen: El auténtico dibujante de cómics difícilmente se aventura más allá de su hábitat natural y ve la luz menos que un pez abisal en la Fosa de las Marianas
[4] Pese a que los exégetas de la “novela gráfica” (el “conceto”) hablen como si el cómic hoy disfrutara de una edad de oro, las cifras de venta actuales tienen bastante que envidiar a las publicaciones de entonces. Vean ustedes mismos una muestra de las actuales cifras de venta en La Guía del Cómic: Look on my works, ye Mighty, and despair!’/Nothing beside remains. Round the decay/Of that colossal wreck, boundless and bare/The lone and level sands stretch far away, que decía Shelley.
[5] Serie que, por cierto, se empezó a publicar en la Rambla (1982 -1985), otra revista propiedad de sus autores. La serie fue luego editada en álbum por Ediciones de la Torre y ha sido reeditada posteriormente por Glenat y Random House Mondadori (esta última, con un cuestionado remontaje de viñetas).
[6] El negro es muchas veces el autentico color de esa mano supuestamente invisible mencionada por Adam Smith.
[7] Espero que ustedes, amables lectores, no se tomen el comentario como breve e indiscriminada catilinaria contra el turismo en si (todos, en un momento u otro, nos desplazamos para convertirnos en extraños en tierra extraña), sino a un modelo de negocio masivo que sus ávidos ejercientes, presos de la fiebre del oro, defienden a capa y espada como única alternativa e inevitable monocultivo para reactivar la (su) economía: Entre el solitario caminante de Friedrich que contempla el mar de niebla a sus pies y el modelo Lloret/Benidorm/Calvià/Marbella podría hallarse un punto medio, carambas.
[8] Lo explica aquí el propio Victor Mora.