Soy capitalista. Tengo cuenta en un banco que especula con alimentos.
Tengo un seguro médico privado. Tengo la luz contratada con una
empresa que roba a sus clientes porque su objetivo es el máximo
beneficio. Cuando trabajo cobro el sueldo más alto que pueda conseguir,
sin preocuparme de cuál es el sueldo y el resto de las condiciones
laborales de mis compañeros. Puedo ayudar económicamente a un amigo,
pero nunca a costa de rebajar mi nivel de vida. Quiero preservar mi fama,
mi cotización comercial, mis propiedades. La sociedad en la que vivo es
injusta hasta la crueldad. Me gustaría que cambiase, pero no estoy
dispuesto a perder en el intento aquello que he logrado acumular. Estoy
hablando muy en serio. (Alberto San Juan.)
Dos horas de espectáculo teatral. Dos horas de monólogo. Pero sobre todo, dos horas que suponen un severo y sonoro puñetazo en la mesa del banquete de los ricos. Ese es el Autorretrato de un joven capitalista español que nos propone Alberto San Juan, y que lleva representando por media península desde su estreno en las salas más recónditas de Madrid en abril de 2013. Alberto se reinventa, en parte por convicción, en parte por necesidad. Al igual que a otros muchos ciudadanos y que al propio Estado supuestamente soberano, los bancos reclaman deudas a Alberto y a su compañía de toda la vida, Animalario, hasta el punto de haberla obligado a paralizar sus actividades teatrales. La deuda ha lanzado a Alberto San Juan de nuevo a los escenarios, y a la creatividad más punzante. Escribe, dirige y representa este Autorretrato, producido por El Terrat. De Animalario, especialmente de aquella magnífica Alejandro y Ana (esperpento fundamentado en la difícilmente pronunciable unión Agag-Aznar que recibiera el premio Max a la mejor obra teatral de 2004), queda el tono irreverente, el volumen de la queja, el acierto implacable e impecable en el análisis de los males de España.
Asistimos, en medio de esta farsa tragicómica que se ha dado en llamar crisis, a un cierto aluvión de propuestas literarias que intentan explicar qué nos ha llevado hasta aquí. Isaac Rosa nos colocó a todos en La habitación oscura (Seix Barral, 2013) para que fuéramos conscientes de nuestro grado de culpabilidad y de mansedumbre. Enric González nos brindó sus Memorias líquidas (Jot Down Books, 2013) como ejemplo del ascenso y caída de un tipo de periodismo y de cierto periódico. Antonio Muñoz Molina se fue a las hemerotecas del derroche para tratar de entender por qué se ha desvanecido Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013). Al igual que ellos, Alberto San Juan se remonta a los albores de la Transición para trazar la ruta del desencanto y del latrocinio. A diferencia de ellos, el actor va un poco más atrás, a 1969, a la sucesión entre el actual jefe de Estado y el anterior: así empieza Autorretrato, con la voz de pito de Francisco y la voz de tonto de Juancar, sendas imitaciones que arrancan las primeras risas del respetable. A partir de ahí, Alberto San Juan se atreve con todo, incluso a desmontar los más delicados aspectos de la farsa, como la certeza de que la Transición fue tutelada y pagada por capital americano y alemán.
Nuestro joven capitalista español ha hecho los deberes: se ha documentado, ha hablado con las personas adecuadas, saca papeles de los bolsillos con datos estremecedores, como conejos de una proverbial chistera. El mayor mérito de la obra (además de la interpretación y del propio texto) es trasladar al espectador una gran cantidad de información que, en el mejor de los casos, ha oído deslavazada, sin prestar demasiado crédito porque no forma parte del discurso oficial (de hecho, lo rebate). Este Autorretrato es una enmienda a la totalidad, bien hilvanada y con las suficientes dosis de humor para mantener la atención del público, que asiste entre atónito y risueño al mejor y mayor repaso por la trayectoria del sistema capitalista desde los años setenta. Y señala a los culpables, a los miserables que extienden la miseria, a los criminales.
Aparte de gracias a la risa, el mensaje (que apenas soportaría un discurso escrito o hablado en una tediosa sala de conferencias) cala entre los espectadores gracias al paralelismo entre lo público y lo privado: a la privatización de la riqueza y de los recursos del pueblo, a esa cuesta abajo hacia la pobreza, se superpone la caída del actor de éxito, del hijo de clase obrera que vivía por encima de sus posibilidades. Alberto San Juan se burla de sí mismo, de sus aires de grandeza, de su paso de triunfador a víctima. Todos hemos querido en alguna medida ser como él, exitosos escritores o artistas o profesionales liberales, apuntalarnos en la clase media que a su vez servía para apuntalar la continuidad del régimen de Francisco, primero, y de la democracia tutelada, después; pero todo era una mascarada, una ficción que ha dejado de ser tal y se revela como tragedia en cuanto ha dejado de ser útil a los intereses del gran capital. Ahora toca la destrucción de la clase media, ya lo sabemos, nos lo recuerda nuestro joven capitalista español que no ha tenido más remedio que volver a empezar desde abajo, desde las salas de teatro alternativas, sin compañía, a fuerza de tesón y talento y mala leche.
Su Autorretrato es mucho más que un alegato antisistema trufado de chistes. Es una lección de historia; es emoción contenida y sostenida. «Pido que España expulse a esos demonios / que la pobreza suba hasta el gobierno / que sea el hombre el dueño de su historia». Así termina la obra, con Alberto San Juan recitando el poema Apología y petición, de Jaime Gil de Biedma. Antes, justo antes del interludio, Alberto ya nos ha sorprendido cantando Grândola, Vila Morena en voz baja pero firme, llenando el silencio con el himno de la revolución portuguesa, expandiéndolo, haciendo que pase de un alma a otra, como un rumor. «Aquesta remor que se sent no és de pluja / ja fa molt de temps que no plou», decía otro poeta de aquellos mismos tiempos, Miquel Martí i Pol.
Si hay que destacar alguno de los ejes temáticos del monólogo, el más importante de ellos es sin duda el de la emancipación: Alberto San Juan demuestra con datos, fechas y citas, que al pueblo español se le ha negado sistemáticamente el derecho a decidir. Bajo la premisa de que no está lo bastante maduro como para tomar las riendas de su destino, todo ha sido condicionado, supervisado y dirigido hacia la OTAN, la Unión Europea y el sistema capitalista occidental. Pero, ¿de qué sirve ahora formar parte de Occidente? ¿Sólo para llevar cierta ventaja en la carrera de la miseria a los países emergentes? ¿Sólo para contemplar cómo, paso a paso, «ellos» lo desmantelan todo para seguir llenando sus arcas y para convertirnos (por oposición a los emergentes) en países en proceso de hundimiento? ¿Y quiénes son ellos, los culpables? ¿Hace falta decirlo? Alberto enumera algunos, por si las dudas. «Ellos, ellos, los ominosos ellos», se queja Tyrion Lannister (Peter Dinklage), uno de los personajes principales de la serie de moda, Juego de Tronos, en un lamento de resonancias shakesperianas.
Frente a ellos, Alberto confiesa que su padre, el humorista gráfico Máximo San Juan, le decía que, si deseaba la llegada de un mundo mejor, debía actuar como si ese mundo mejor ya hubiera llegado. El teatro es representación mediante la palabra, y Autorretrato de un joven capitalista español una invitación a transformar la pesadilla de hoy en el sueño de mañana, como si tal mañana ya estuviera aquí. Va muy en serio.