Y como vino se fue. De repente la indignación se sustituyó por la abnegación. Todo el mundo dejó de hablar de lo importante y comenzó a jugar al descreimiento. Los que nunca habían llegado a ninguna parte ahora pretendían estar de vuelta de todo.
Crecer durante los años 70 en el área metropolitana de una gran ciudad[1] no es lo mejor del mundo, pero tiene cuando menos un par de ventajas: la primera es que habiendo crecido en un barrio bastante desangelado, por no decir feo a matar, cualquier otro lugar que visites te parece una maravilla; la segunda es que los 70 fueron muy cutres, sí, pero lo que ha venido después es francamente peor; con toda su purpurina, su pelo frito, sus hombreras y sus yuppies farloperos, los 80 y los 90 fueron, en comparación con los 70, la cuesta abajo (del 2000 en adelante ya ni les hablo, que aún no me he recuperado de que el siglo XXI no se estrenara con coches voladores como los de Los Supersónicos).
En los 70 todo era tan gris y tan triste como para que pudieras crecer con la esperanza de que las cosas mejorarían. Aun siendo una criatura te enterabas por el telediario[2] de que Nixon era un bergante; quienes crecieron en los 80 y después, en cambio, parecen haberlo hecho convencidos de que Reagan fue un tipo brillantísimo, que las deportivas con plataforma son un motivo genuino para sentir nostalgia y se resignan, con la flexibilidad del junco ante la galerna, a que un contrato de trabajo decente sea una especie amanazada de extinción. No es que me identifique necesariamente con la Generación X que esbozó Douglas Coupland; después de todo, aquellos jóvenes americanos parecían apalancados por pura y simple desgana; y aquí no es que no hubiera ganas: por no haber, no había ni macjobs[3], por no hablar de una generación por delante nuestro que no sólo hacía de tapón, sino que tenían por hobby cortar las alas de aquellos por debajo suyo.
Al cabo de unas horas volvía a estar fichando en el trabajo, cogiendo cajas, escuchando una radio que no quería oír, pensando en el fin de semana.
En Trayecto en Noche Cerrada (Ediciones Lupercalia, 2014) Daniel Bernabé dibuja en una serie de relatos cortos su visión sobre la vida en la gran urbe; en su caso no se trata de suburbios periféricos, sino de barrios razonablemente céntricos de Madrid, cuyo carácter popular ha ido desdibujando la peligrosa cercanía al centro y la crisis; comercios antiguos que desaparecen dejando persianas cerradas y llenas de garabatos; corralas que resisten heroicamente al nuevo siglo habitadas por los nuevos desplazados llegados de diversos confines del globo, que sustituyen a quienes antaño se alojaran en ellas, aquellos a quienes había echado de sus pueblos la pobreza o la bota de caña alta de los vencedores que no berreaban Vae Victis porque habían proclamado la muerte de la inteligencia y no estaban para latinajos.
Son historias de una cotidianidad inquietante, donde el mañana está tan lleno de incertidumbre que la esperanza suele quedar descartada por defecto para disminuir la intensidad del probable batacazo, con personajes a los que el narrador disecciona impelido por un punto de voyeurismo y otro de especulación sobre sus existencias, en ocasión con frenéticas descripciones dignas de un atestado policíaco. En cierto modo, estas ventanas a vidas ajenas me recordaron a Lauzier; si bien el francés se distanciaba de sus sujetos para carcajearse de ellos, mientras que Bernabé mantiene una cierta empatía con sus personajes, quienes, por cierto, se alternan en los relatos con diferentes papeles: ora como protagonistas, ora como figurantes; con lo cual las historias quedan sutilmente entrelazadas formando un tapiz de soledades urbanas.
En sus páginas la gente vaga, tropieza, se pierde, zascandilea y sobrevive a derrotas vitales, trabajos degradantes o rutinarios; guardan secretos nimios que temen sean descubiertos y castigados de manera terrible. Tenemos al mirón de barrio que espía a las compradoras de lencería de la tienda de enfrente; las ancianas beatas que conviven en su cápsula del tiempo, donde se detestan en su mutua dependencia; amistades distanciadas y recuperadas de manera momentánea tras una intensa libación de cañas. Ocasionalmente, nos encontramos algún triunfador, pero incluso entre ellos los hay secretamente angustiados por el alto precio a pagar por un ascenso, y hasta a los perfectamente ufanos de si mismos se les revela de repente el horror al vacío que intentan tapar rodeándose de objetos de gama alta que den fe de su status.
Lo peor de hacerse mayor es que no sabes nunca cuándo puedes decir que lo eres. para algunas cosas parece que sigo siendo como los chicos de la barca, para otras me siento muy viejo. No es una cuestión de crisis de edad de un tipo que no tiene mayor preocupación y se entretiene enredando. Es una indeterminación que lo ocupa todo, que mezcla y rompe las categorías.
Y, por supuesto, también está presente el tema eterno, la historia de los hombres y mujeres cuyas vidas se cruzan con el agridulce esgrima del flirteo, o comparten una vida en común que deviene repetitiva: parejas en conflicto, a la deriva, en stand by, en clara ruptura, y también parejas que florecen pese a todo, sorteando la precariedad con arrumacos. Y tras todo ello, como dilema de fondo, la accidentada transición a la vida de adulto y la duda de si tal mudanza se ha llevado a cabo de manera efectiva y apropiada, si esa madurez, no siempre deseada, era lo que habíamos imaginado. Ocurre que nada es nunca como nos lo habíamos imaginado. Puede ser que, a veces, incluso entre las nubes más negras aparezca la estrella polar que marca nuestro Norte.
Notas:
[1] Léase banlieue, que es una forma he hacer que la vida entre hormigones suene más fina refina.
[2] Iba a decir que a pesar de la censura, pero la verdad es que los informativos no tenían tantos problemas para ofrecer las noticias del exterior (aquí, ya se sabe, vivíamos tiempos de extraordinaria placidez y nunca pasaba nada malo).
[3] A Dios pongo por testigo que de la gente con la que crecí a los únicos que he visto tirar adelante en la vida sin zozobras son aquellos a quienes se les ocurrió presentarse a unas oposiciones. Luego se quejará la patronal de que hay muchos jóvenes que quieren ser funcionarios.Y sí; antes que trabajar con contratos por horas sin saber donde caerse uno muerto, señores, la aspiración es bastante comprensible.