Sofía Rhei (Madrid, 1978) es poeta. También escribe libros para niños y no tan niños, alguno de ellos escalofriante, ya lo verán; le pedí un rato de su tiempo para que me contara sobre cómo crea sus poemas, sobre los cuentos y libros que escribe. Hablamos de esto y de aquello y de lo otro, incluso de qué es la maldad y cuáles son algunas de sus manifestaciones. Sofía es, a la par que una mujer segura de sí misma, de lo que quiere y de lo que hace, muy dulce y cercana. Además, escribe muy bien.
Acaba de salir el tercer ¿y último Moriarty?
Es posible que el tercer libro sea el último y es posible que no, ya se sabe que en cuestiones de libros la decisión definitiva la tienen los lectores.
Empiezas a escribir escribiendo poesía.
Sí, empecé haciendo poesía, algo experimental. Lo primero que publiqué fue Las flores de alcohol con La Bella Varsovia (Córdoba, 2005). En poesía lo que me interesa más es que los libros tengan, todos, cada uno, una personalidad muy marcada; que tengan algo así como un color, un sabor, una entidad propia, tanto en el estilo como en el léxico, como en el imaginario… Este primer libro —Las flores de alcohol– recreaba una especie de mundo vegetal relacionado con la embriaguez. El siguiente fue Versiones, una especie de alternativa al típico cuento de hadas. Ahora estoy trabajando en algo así, pero con microrrelatos. Tengo escritos ya trescientos. Son o bien versiones o bien nuevos cuentos, muy oscuros, en formatos muy breves, de cien a trescientas palabras. Los estoy trabajando como poemas. Química, por ejemplo, que va después de este, lo escribí utilizando las sílabas de la tabla periódica para componer una serie de palabras clave.
Puede ser lento
acumular la energía necesaria
y crearse.La sed bebe, sin embargo, del océano entrópico,
y encuentra,
construye un orden complejo y elocuente,
ascendente y expansivo,Y le da verbo.
La idea del libro es como la epifanía, la serendipia, ese momento de iluminación en que uno se da cuenta de algo. Todos los poemas buscan ese equilibrio entre en mundo de la ciencia y la iluminación amorosa, la fascinación.
En el año 2007 ganaste el premio Javier Egea. El jurado tuvo en cuenta «la fuerte cohesión del conjunto, la capacidad de renovación de su mirada poética y la intensa sutileza con que Sofía Rhei construye un territorio propio»
Otra explicación para el temblor de las hojas es un libro que tiene forma de mapa de la ciudad. Son poemas con forma de ladrillos y van hablando de las trayectorias y los recorridos que tiene cada uno del lugar en el que habita, de cómo la experiencia de las ciudades es siempre diferente para cada uno y está inevitablemente contaminada por las relaciones urbanas.
Después escribí Alicia Volátil, que es un libro en tres dimensiones, en el sentido de que cada poema tiene tres lecturas posibles: un texto en rojo, otro en azul, cada uno con una lectura diferente, y un texto sumado, la tercera dimensión. Verás que va con unas gafas en 3D. Las ilustraciones son unos collage que hicimos Ignacio Vleming y yo. Ignacio es el autor de Inspiración instantánea. Es un libro chulísimo, de estética aplicada a la vida cotidiana, no sé si te suena. Lo editó Modernito Books.
Hicimos los collages a partir de los dibujos del manuscrito original de Lewis Carroll.
Alicia Ícaro
Perder pie
y caer hacia dentro:el agujero me engulle con el aliento de las leyes de la naturaleza.
Nada más dulce que el abandono,
el convertir el cuerpo en peso muerto,tan libre como la caída,
la oscuridad tiñe como un imán,
disuelve en el vértigo;la velocidad me arranca jirones de placer,
no puede haber mejor amante
que la torsión, el rozamiento, el viento
de la gravitación universal.Ser recibida por el colchón de la gravedad,
la blandura del final inminente.Los sonidos,
incluso los que nacen dentro de mi cuerpo,
se van quedando atrás en la caída:
la carne lleva ventaja ante la muerte.Caer, caer, caer
hacia mi propio centro.
Después de este publiqué El bestiario microscópico, con la Espórtula, editorial digital especializada en fantasía y ciencia ficción. Es un poemario que habla de la relatividad de tamaños y de cómo la percepción contamina absolutamente todo lo que vemos. Es un libro curioso, muy experimental.
Justo en ese momento, cuando ese libro, hice un hallazgo: la palabra más polisémica del idioma castellano es la palabra punto. Tiene cuarenta y dos acepciones. Es maravillosa.
Este año he publicado La simiente de la luz, donde utilizo el imaginario de la alquimia, que es algo como la pre-química. Esta vez lo utilizo ya no para hablar de la iluminación amorosa, sino del desengaño generado por todas las expectativas… Mi amigo Carlo Fabreti siempre dice que el mito del amor es la mentira más instaurada a nivel mundial.
En este libro se hace la reflexión: Para qué sirve una mujer que no tiene hijos, que no los va a tener. Esa sensación de perplejidad, ese «Para qué estoy aquí». Es un libro bastante duro.
Es decir, ninguno de los poemarios da respuestas, se trata siempre de plantear preguntas. La simiente de la luz es el más cercano a lo emocional que he hecho.
Háblame de ti, quién eres, cuál ha sido tu formación, cuántos idiomas hablas…
Mi madre es de Madrid, pero cuando nacimos pidió una plaza en un instituto de un pueblecito de Cáceres, Jaraíz de la Vera. Y nos fuimos allí a vivir, mis padres, mis hermanos y yo. Fue una infancia muy privilegiada. Además, mi madre, que es una persona extraordinariamente culta y creativa, estaba completamente dedicada a nosotros. Fue una escuela de creatividad de 24 horas al día; podíamos pintar en las paredes, era idílico. Se fue así fraguando toda esa creatividad que ahora tenemos todos: mi hermano tiene un grupo, Juanita y los feos, y es él el que compone la mayoría de los temas, también es diseñador de ropa; mi otra hermana es filósofa, también ha sido cantante, tiene publicaciones muy interesantes; la pequeña es bióloga, está en La Sorbona, en París.
Yo me matriculé en Filosofía, por lo típico: cuando acabas COU no sabes qué hacer. Luego me animó mi madre a que lo intentara en Bellas Artes, y me cogieron, y como esto le pasaba a diez de cada trescientas, me dije: «Ea, no voy a desaprovechar esta oportunidad». E hice Bellas Artes, en Cuenca. Fue muy interesante. Sobre todo, a la hora de explorar las diferentes tendencias de la Historia del Arte, del Arte Contemporáneo. Ahí me di cuenta de que lo que a mí me interesaba, fundamentalmente, era el lenguaje. Los artistas por los que sentía mayor fascinación eran los que trabajaban con palabras. Creo que también de ahí viene el intento de hacer poesía experimental.
Empiezas escribiendo poesía. Escribes también relatos.
Sí. El primero que escribí fue Las ciudades reversibles. Es una reescritura de homenaje, de amor total, a Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino. Es un libro que toma el esquema que él propone en ese libro, como si fuera un modelo universal. Es la misma estructura matemática que Calvino le da a su libro, para construir otra ficción y otras ciudades.
He publicado también relatos infantiles, y alguno en antologías. Al final, casi todos son de fantasía.
Y están los talleres de escritura.
Una de las cosas que hago en los talleres son las máquinas de texto. Son dispositivos para generar el argumento de un relato, o un poema. Tengo desarrolladas ya unas cuantas. Al principio intenté construir la máquina físicamente con piezas de lego, pero era carísimo, me podría costar, qué sé yo, 700 euros…
Esto me interesa mucho, la generación automática de textos e ideas.
¿Conoces el cuento de Roal Dahl, El gran gramatizador automático?
Sí, sí. No obstante, creo que el origen ded esta idea está en Los viajes de Gulliver. Es el primer momento en que se habla de una máquina capaz de generar textos.
Empezaste a escribir cuentos infantiles porque te contrataron como lectora profesional, ¿no?
Sí, para leer los manuscritos que llegaban y echarles una mano a las editoras. Después de tres o cuatro años leyendo literatura juvenil y a la vez que traducía otras cosas, me di cuenta de que yo podía hacerlo, y me animé a escribir una novela. Les gustó y la publicaron. Como lectora siempre me había gustado la literatura infantil, creo que es uno de los géneros donde la fantasía está más libre.
Publicas varios títulos hasta que llegas a Olivia Shakespeare, que lo escribes antes que los Moriarty, pero que se publica después, en Edelvives.
Sí. Parte de una idea de Virginia Wolf: si Shakespeare hubiera tenido una hermana —a la que ella llama Judith y yo Olivia; me gustaba jugar con la idea de que se hubiera inspirado en su propia hermana para crear uno de los personajes que más me gustan de sus obras: la Olivia de Twelfth Night (Noche de epifanía o Lo que queráis)—, en primer lugar, nunca hubiera podido escribir, por muy igualmente genial que fuera, o habría podido escribir muy poco, de una manera muy limitada, y, segundo, con toda seguridad no habríamos sabido nada de ella. Virginia habla de la imposibilidad física de la mujer en muchos momentos históricos para poder dedicarse a escribir. El libro, evidentemente, aborda esta idea desde una perspectiva, digamos, ideológicamente inofensiva; es un libro infantil. Habla esta niña que quiere escribir, pero que no puede porque el papel y la tinta son muy caros. Cosa que es cierta: en aquella época tenían precios prohibitivos.
¿Es más complicado publicar siendo mujer?
En infantil no. Y en fantasía igual, hay más mujeres que hombres. Me refiero a libros para adultos. La Ciencia Ficción sí es claramente un territorio de hombres en España, cosa que en EEUU está cambiando mucho. Hay bastantes mujeres pegando fuerte.
¿Cómo de mal lo pasaste escribiendo el cuento que se recoge en Presencia Humana MGZ. ¿Cómo se te ocurre? Marian Womack me contaba que había llorado con ese cuento.
Lo pasé muy mal, fatal…
Noemí Risco, que es traductora y tiene además un club de lectura muy importante en Barcelona organizó un congreso sobre hadas, y como yo había escrito un par de libros sobre hadas ese año, uno infantil y otro juvenil, me invitó. Ahí conocí a Sandra Arteagam que construye muñecos. Uno tenía una cerradura en la frente. Esa imagen me obsesionó, me volvió loquísima. Y a partir de ahí fue surgiendo la idea. También en ese momento leía mucha fantasía, libros que aún no se han traducido, como Sean Steward… Hay toda una corriente en la fantasía biológica, que habla del cuerpo como una materia inquietante. Creo que mezclando todo esto con, una vez más, los cuentos tradicionales, fue surgiendo este cuento. Responde también a un momento emocional muy duro.
Sí, pero es como con la poesía. Solo soy capaz de escribir lo que estoy en ese momento viviendo. Tengo que estar ahí.
¿No es entonces como decía Rainer Maria Rilke, que para la literatura es necesaria la experiencia, los recuerdos[1]?
No sé… Yo escribo muchas cosas a la vez. Tengo ahora unas 150 carpetas de proyectos. Hoy en el metro venía escribiendo microrrelatos, muy oscuros. Esto lo hago un poco como ejercicio. Es algo casi de computación. Tiene mucho de técnica. Y con la narrativa es así: no me pongo a escribir nada sin tener un guión superdetallado de lo que quiero, de cada personaje, etc. Pero en la poesía y en otro tipo de textos, como puede ser Céfiro, responden a lo que queda de la técnica, es el residuo de todo ese trabajo, ese dejarse fluir. Soy escritora de mapa, generalmente, salvo excepciones en las que soy más emocional.
¿Y dónde estás más a gusto?
Creo que un autor siempre está más ilusionado con lo que hace en ese momento. Ahora estoy escribiendo una novela bastante ambiciosa, en tanto a extensión y argumento. A la vez, es de humor, lo cual no es nada fácil. También habla de los cuentos de hadas, esta vez desde el punto de vista de cómo modelan a la persona, las cosas que te dicen de pequeño, cómo te condicionan, las expectativas que te generan en relación a la realidad. Los cuentos infantiles tienen esa función voluntariamente didáctica que habrá tenido en su momento un lado bueno, pero que ahora la sensación que da es la de que son un intento de modelar a la gente.
Uno de los cuentos más reescritos, del que existen más versiones en la Edad Media, claramente moralizante, es la historia de Griselda, que era una mujer obediente, virtuosa, dócil, que se casó con un señor que la elige por esta reputación. Se casa con ella y comienza a ponerle trampas: le dice que sus hijos en realidad son animales, la acusa de atrocidades, de serle infiel, y al final la encierra en una torre durante años, y él sigue con su vida, se casa incluso con otra. Y ella, durante su encierro, sigue diciendo que ama a su marido, hasta que él se da cuenta, lo da por fin por bueno, y se vuelve a casar con ella. Y ahí se acaba el cuento.
Dios mío. Es aterrador.
Hay versiones en todas las lenguas, creo que sale en el Decameron. Todos los países tienen su versión. Barba azul me gusta mucho por esto. Es como la venganza de las chicas.
Este cuento es un ejemplo de cómo los relatos, las narraciones hacen una programación psicológica, sobre todo la construcción artificial del género. Es muy curioso esto. Cuando tú ves llegar a una persona por la calle a lo mejor no te importa qué idioma habla, si es pobre o rico, si no sabes qué edad tiene tampoco te inquieta demasiado… Ahora bien, si no sabes cuál es su género te ralla mucho.
Te refieres a su sexo.
Sí, si no sabes si es hombre o mujer. Y esto no te lo genera ningún otro factor del mundo.
Ahora parece que la división en géneros se ha quedado un poco anticuada, pero a mí me gusta porque indica que no es algo necesariamente emparejado con el sexo.
¿Tú crees que no?
No, la verdad. Y no solo por el hecho minoritario de que haya personas que no nacen con el sexo definido, que es algo que ya me parece indicativo. El conjunto de características de la masculinidad y de la feminidad es algo tan cerrado y tan limitado… He conocido a personas para las cuales el esfuerzo de adaptarse al conjunto de características de su sexo biológico supone un esfuerzo insoportable o que, directamente, no eran capaces. Es como un corsé demasiado estrecho.
Pero el sexo es algo biológico.
Sí. ¿Pero el género?
Ah, ya. Ahora te entiendo.
El sexo no tiene por qué ser el género con el que uno se identifica.
Creo que la mejor militancia feminista que uno puede hacer es reflexionar sobre todo esto.
¿Por qué? Cuéntame.
Para mí, la definición de maldad es utilizar o pensar en otros seres humanos como si fuesen objetos. La mediatización de la mujer y del cuerpo femenino muy frecuentemente la convierte en un objeto. Por lo tanto, legitima a nivel subconsciente el que las mujeres sean percibidas y utilizadas como seres inanimados.
Nevsky, con quien has publicado ya por fin este tercer Moriarty, es una de las pocas editoriales que apuesta por autoras en la misma medida que por hombres y sin darles un trato diferente además.
Es porque es de las pocas editoriales de lectores. Se apasionan con aquello que leen y quieren compartirlo con otras personas. Otras editoriales, sobre todo las más grandes, son empresas. Se busca por encima de todo el rendimiento económico, y esto puede estar reñido con lo que a uno le gusta leer. Cuando una editorial que busca lucrarse ha de elegir entre un libro de muy alta calidad o con una temática más arriesgada o específica y otro que tiene más posibilidades de ser consumido por un mayor número de personas siempre va a elegir publicar este último. Una persona a la que le gusta leer puede trabajar en una editorial y no poder publicar los libros que le gustan. No es el caso de Nevsky.
No, no lo es. Lo dejamos aquí, entonces, si te parece, tal como hemos empezado, con Moriarty.
Las aventuras del Joven Moriarty son libros de misterio y humor para lectores a partir de 10 años. Hemos tratado de combinar en estas novelas el aspecto de un libro de época, con un papel precioso y unas ilustraciones excelentes, con un texto fresco, accesible y divertido. Los «malos» siempre resultan fascinantes porque suele ser más libres y tienen un punto alocado; en el caso de Moriarty, este pequeño Napoleón del crimen bombardea al lector con sus ocurrencias y travesuras, muchas de ellas relacionadas con la ciencia y la experimentación. Es un futuro científico loco. Los libros están ambientados en 1862-64 y en ellos aparecen personajes reales como Lewis Carroll, Charles Darwin, Bram Stoker o Charles Babbage.
En la meta nos esperaba John, el hijo del jardinero. A lo mejor no debería llamarle así. Supongo que podría decir que es mi amigo. Sin embargo, eso de tener amigos no encaja demasiado con mi carácter. Supongo que las personas están bien, pero me interesan más otras cosas. Como, por ejemplo, ganar.
Nota al pie:
[1] Rainer María Rilke: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, cit. en La Gota Pura 2 (Santiago, enero 1982), p.1.
Las fotografías son de Manu Granadero []