Remiso a la alharaca que suscita cualquier confesión pública, Rafael Alcides no se ha prodigado en entrevistas a lo largo de su octogenaria vida. Bien que podía haberse pavoneado de algún que otro verso perdurable o bien que podía haber presumido de alguna que otra revolución emprendida, pero, como si un viento tropical le hubiese advertido de los peligros de los cantos de sirena mediáticos, este escritor cubano ha preferido mantener la discreción anónima de un Pessoa caribeño. Lo suyo ha sido más bien el camuflarse en la cotidianidad de paseos, cafeterías y bohíos, de forma que, al acecho de retales de conversaciones de la gente común de su tierra, reluzca su escritura como una prolongación natural de la vida. Lo que ha dicho lo ha dicho casi siempre a través de las sentidas páginas de sus numerosos libros de poemas, artículos y cuentos. Claro que ahora ha roto esta costumbre de solo explayarse literariamente respondiendo sin tapujos, desde la distancia habanera, a un cuestionario abierto y tumultuoso como el océano que baña las costas de su país. Sus sinceras respuestas él mismo las califica de testamento político, pero, limpias de ese salitre que embadurna cualquier acercamiento a la realidad cubana, el trasfondo de lo que dice suena a epifanía. Una epifanía social y artística cuyo primer parto ha fructificado en una nueva obra, muy viva, muy cotidiana, que sigue fiel a su espíritu de recoger la calderilla filosófica y narrativa que le regalan sus paisanos. La ha titulado Un cuento de hadas que termina mal (Pepitas de calabaza), una gavilla bien amasada de pequeñas historias que funcionan todas juntas como un espejo de la incertidumbre con que transita la Cuba contemporánea, un mosaico de voces dispares, rico en tonalidades, en las que resuenan emociones hondas como el fracaso, el desencanto y, sobre todo, la dignidad de los perdedores.
Perdone la indiscreción, pero, si no le importa, ¿nos podría contar el origen de la fotografía en la que sale retratado en su libro?
¿Cuál origen?, porque son dos. ¿El de la broma de mi querido amigo y editor Julián Lacalle al escoger esa foto de juventud para ilustrar el libro de un hombre que cumplió el año pasado ochenta años? Ese origen no requiere comentarios. El otro se remonta a 1961 cuando a mediados de ese año Alberto Korda me tomó dicha foto en la isla de Turiguanó, donde me hallaba, de emergencia, de ayudante del comandante Manuel Fajardo Sotomayor y a donde me había llevado a Alberto a tomar fotos para un reportaje que me pidió el periódico Revolución sobre el pueblo holandés que allí íbamos a inaugurar en sustitución de un caserío de yaguas y guano y piso de tierra y candiles para alumbrarse, con su ostentosa valla, me acuerdo, diciendo con estremecedoras letras rojas: ESTO ES EL CAPITALISMO, en tanto que la del pueblo holandés rugía más que decir: ESTO ES EL SOCIALISMO, vallas, por cierto, salidas de mi cabecita y que para quien como yo nació en un bohío las daba por mi poema inmortal. Después y hasta mediados de la década de los 60, cuando le cerraron el estudio, fue casi devoción vernos allí a diario, pues Alberto y el estudio tenían imán; entre los habituales de aquel templo, recuerdo a los entonces tenientes hermanos La Guardia, a Poldo y a Juanito Ferrer, que entonces eran pilotos de fumigación, y a toda la otra gente fabulosa de aquel tiempo también fabuloso en que nos creíamos cambiando el mundo, haciendo de la casa del hombre una iglesia donde cada ser humano fuera un dios, digo, si con la edad no estoy inventando esos días a fin de que mi vida haya tenido sentido. Camino de la funeraria, cuando de París lo trajeron, me detuve a escribir sobre un muro unos versos todavía hoy inéditos, cuyo final, por modestia, para no dármelas de enterado de las cosas de Allá Arriba, di por suposición mía, pero, aquí entre usted y yo, de cuya veracidad tenía ya entonces la confirmación. Le cuento esto para ir entrando en confianza, pues las entrevistas me sobrecogen, por eso ni a cinco creo haber accedido en toda mi vida… ¿Los versos por Alberto?… Aunque no soy de los que se saben sus cosas de memoria, ese textico lo recuerdo como si acabara de escribirlo. Dice así:
Alberto Korda
fotografió en la Tierra
el humo y la luz,
la belleza y el espanto.
Ahora en la eternidad
me lo imagino
fotografiando a Dios.
Si leemos estos cuentos como un retrato de la Cuba actual, ¿qué queda en su país de aquel hombre nuevo que quería acabar con el imperialismo?
Decepción, luto, vergüenza, sentimiento de culpa y el mar, el mar, siempre el mar entre nosotros. Pacífico o Atlántico, el mar dentro de la casa; día y noche el mar alejándonos, distanciándonos, convirtiendo en recuerdos, en fantasmas a quienes una vez fuimos seres reales, gente de carne y hueso que se daban todos los días las buenas noches al acostarse y todos los días los buenos días al levantarse.
¿Por qué ha elegido como prefacio del libro la imagen de un hombre resistiendo los embates del mar?
Por exacta. Cualquier economista serio le diría que pretender sacarnos, por la vía del socialismo de cuartel que nos ha regido durante más de medio siglo, del atolladero en que semejante disparate político y económico nos metió, sería no menos locura que la del infeliz de mi fábula, aquel hombre que vivía frente al malecón e intentaba resistir detrás de la puerta el ras de mar que le sepultaría la casa.
Si tenemos en cuenta el título del libro, ¿la revolución cubana ha sido un cuento de hadas que ha terminado mal?
Empezó siéndolo. Los días en que Korda fotografiaba el pueblo holandés de Turiguanó, entre el bramido del ganado y el polvo de cal y el cemento de las construcciones tiñendo de gris el pasto, lo testimonian. Pero con su manía de no dejar hablar a los demás, Fidel, que la había hecho posible, enseguida la echó a perder.
¿Hasta qué punto la nostalgia ayuda a sobrevivir?
No lo sé, yo no me alimento de nostalgias, soy de los que sueñan con el porvenir, allá vivo yo, para ese día trabajo. La nostalgia la utilizo para escribir, para hacer públicos los errores que no deberían repetir los que vengan detrás.
Del difícil equilibro gramsciano entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, ¿quién vence en su caso?
El optimismo, por supuesto. Siempre el optimismo, aun cuando parezca no caber.
¿Qué opina de la libertad de mercado que se está introduciendo en Cuba?, ¿se acabará cobrando hasta por un rayo de sol como relata en uno de sus cuentos?
No hay tal libertad de mercado, todo eso, con los lineamientos del nuevo modelo económico cubano (así le llama el gobernante a tales remiendos) es pura utilería para seguir el muy astuto pegado a la teta hasta que muera. En cuanto a los precios, vi el otro día a uno de esos dichosos ciudadanos que reciben remesas del exterior, o que tal vez era el gerente de una firma comercial, pagar por una col de un kilogramo el equivalente de dos días y medio de trabajo de salario mínimo. ¡Una humilde col que no era de Cartier ni estaba firmada por Picasso!
¿El ejercicio del poder corrompe por naturaleza?
Eso creía José Martí, que lo sabía todo, y antes que Martí lo creyó Goethe; pero, por lo que se ve, Mandela lo ha desmentido.
Da la impresión por la lectura de su libro de que el precio que hay que pagar por la dignidad resulta muchas veces muy caro, ¿merece la pena hacer semejante sacrificio?
Las numerosas cárceles cubanas y un mar atestado de balseros comidos por los tiburones han contestado esa pregunta.
¿El fracaso cuando va acompañado de una actitud íntegra es menos fracaso?
Lo es; lo es para el fracasado y para la causa también: para los dos lo es. Sin contar con que la victoria, deidad engañosa, suele a veces aparecerse en escena vestida de fracaso. Por no inventarme dedos en la mano para recordar algunos casos famosos, ahí tiene a Jesús muriendo en la cruz creyéndose abandonado. O a Cristóbal Colón, quien, después de todo, no llegó a la India de sus sueños.
¿Cómo se puede lograr preservar la libertad de espíritu cuando las circunstancias históricas fuerzan a lo contrario?
Resistiendo, resistiendo; sabiendo que el día de mañana existe y que el poderoso es el justo que no cede, el que llora en secreto, no quien le oprime.
En su libro se perciben ideales sociales contrapuestos dentro de la Cuba contemporánea, ¿cómo congenian esos modelos antagónicos?
No congenian, se observan, y a menudo, como habrá visto usted en internet, dan lugar a palos, cárcel, fusilamientos.
¿Qué pequeños gestos favoritos de su cotidianidad podrían entrar a formar parte de eso que denomina usted en su libro «efecto alud»? O, preguntado de una manera más simple, ¿qué le hace feliz?
Saber (no he dicho soñar sino saber), estar seguro de que por una u otra razón en Cuba está al desencadenarse la democracia. Sí, desencadenarse.
¿Está orgulloso de la época que le ha tocado vivir o se siente fuera de época como uno de sus personajes?
Como estoy seguro de que en ninguna otra época me habría topado con las personas que han sido mi orgullo y mi bien supremo en esta de ahora, no la cambio ni por otra donde yo fuera el rey de la galaxia, a pesar de sus matanzas habituales a lo largo del planeta, a pesar del avance de las drogas, y a pesar, Dios me perdone, de esta Habana que tan sana y tan nueva estaba en 1959, y hoy, la pobrecita, cayéndose a pedazos.
¿Es posible una reconciliación nacional con la diáspora de Miami?
¿Posible ha dicho usted? Yo diría imprescindible… Claro está que con estos militares del nuevo modelo económico vivos aún, llegar a tal reconciliación puede demorar… Aunque en política de nada cabe estar seguro: de repente Constantino ve en el cielo una señal y la historia del mundo cambia.
¿Entiende a los jóvenes cubanos que se juegan la vida por salir del país?
¿A los jóvenes? Días atrás fue recogido en mal estado, pero ya llegando a las costas de La Florida, un hombre de sesenta y cinco años que se había hecho a la mar en una balsa.
He aprovechado la lectura de su libro para volver a ver la película cubana Memorias del subdesarrollo. ¿Cree que el subdesarrollo intelectual es más grave que el material?
Yo le aconsejaría completar esa película viendo la segunda parte: Memorias del desarrollo, producida y dirigida a todo tren por el joven realizador Miguel Coyula. En cuanto a la pregunta en sí, con oro o petróleo en abundancia (Emiratos por ahí lo demuestran), el subdesarrollo material puede ser borrado en dos años. El material, dije.
¿Qué opinión le merece la expresión de Jorge Semprún: «Prefiero la mentira dentro del partido que la verdad fuera»?
¡Caramba, me mete usted en dudas! ¿Eso es de Semprún o se lo oyó Semprún a un dirigente cubano?
¿Cómo calificaría su relación con Logroño, donde le han publicado varias editoriales?
No sé si fue en la próxima vida o en la anterior, pero yo una vez nací en Logroño. Esa es mi otra patria. Allí hay gente a las que quiero como a hermanos, a otros como a hijos. De algún modo el cielo ha de ser como Logroño, me digo. No me lo imagino sin una calle como Bretón de los Herreros, o sin un café como el de Colo con sus Quevedos y sus Manriques del mañana, hoy allí con sus copas pasando los muy modestos por simples parroquianos. Digo Logroño y míreme, enseguida se me humedecen los ojos.
¿Cuándo elige la poesía y cuándo elige el cuento para expresarse literariamente?
No elijo. Ellos me eligen. Soy el obediente amanuense.
¿Concibe la literatura como una manera de cambiar el mundo?
De hecho, lo ha cambiado. Piense en la cochiquera espiritual que sería el mundo sin un Homero, para empezar, o sin un Salomón.
A pesar de que existe una dilatada tradición del cuento fantástico latinoamericano (Borges, Cortázar, Arreola…), usted se decanta por el cuento realista, ¿por qué razón?
Tenga la bondad de agregar a los nombres mencionados el del cubano Virgilio Piñera. En cuanto a su pregunta, tampoco en el cuento me ha sido dado escoger la modalidad. No por eso dejo de estar dentro del género, y con categoría de número, personaje como soy del más original cuento fantástico de los tiempos modernos y, acaso, de todos los tiempos, el cuento (dirán después los antólogos) del país donde los muchachos que pretendían haberlo liberado con sus escopetas amarradas con alambre se hicieron ancianitos gobernándolo sin que les diera pena.
¿Quiénes son sus maestros literarios?
Homero el primero y después los demás. Hasta de los peores autores sigo aprendiendo, pues es muy importante saber cómo no se debe escribir.
¿La edad le ha vuelto un escéptico o cree todavía en la utopía de un mundo más justo?
Ese mundo más justo es para mí tan real como la cordillera de los Andes. Existe. Tenemos entre todos que dar con él, pero no buscándolo como los jóvenes del vellocino del cuento, no, construyéndolo mano con mano y corazón con corazón, y sin un revólver, nada que mate.