Nos encontramos con Nazaret Castro con motivo de la publicación en formato digital de su libro Cara y cruz de las multinacionales españolas en América Latina. Financiado mediante una campaña de crowdfunding puesta en marcha por , la autora recorrió diversos países latinoamericanos para estudiar sobre el terreno el impacto de las multinacionales españolas en la zona. Nacida en Extremadura, cuenta que es también madrileña y periodista, «por vocación y convicción». En 2008 llegó a Sao Paulo, donde se estableció unos años para luego mudarse a Buenos Aires, ciudad en la que vive en la actualidad. Colaboradora habitual de medios como El Mundo y Le Monde Diplomatique, también apuesta «por los proyectos independientes: la revista Números Rojos, la web Carro de Combate —dedicada al consumo responsable y la denuncia del trabajo esclavo— y, por supuesto, este Fronterad»; es una periodista de raza, apasionada y crítica; también positiva y con ganas, muchas, ese tipo de persona que, de seguir mucho tiempo por aquí, parece capaz de cambiar el mundo.
Me ha llamado mucho la atención que España fuera el séptimo país que más invierte a nivel mundial y, además, el 66% de nuestras inversiones tienen como destino América Latina. ¿Podría explicarnos su punto de vista sobre esto? ¿Cuál es el motivo? ¿Por qué tanto interés en este continente?
El momento histórico del desembarco de las multinacionales españolas en el continente latinoamericano es muy interesante. En los años 90 se dieron dos procesos paralelos: en España se privatizaron empresas como Endesa, Repsol o Telefónica. En esa misma década, que fue la del auge del neoliberalismo en toda América Latina, se privatizaron también las empresas de sectores estratégicos como la energía y las comunicaciones. La diferencia es que en España esas privatizaciones estuvieron encaminadas a forjar grandes transnacionales, mientras que las empresas latinoamericanas pasaron a ser las filiales que adquirieron las españolas. En muchos casos ha habido denuncias de que esas empresas públicas latinoamericanas fueron malvendidas y se les ofrecieron a las corporaciones españolas condiciones idílicas para que rentabilizaran su inversión. Todo se hizo con la promesa de modernizar las infraestructuras y abaratar los servicios, pero en muchos casos sucedió exactamente lo contrario. Como me repitieron varias personas que entrevisté en Colombia, Chile o Argentina, la inversión extranjera no es buena o mala de por sí; depende de cómo se haga. Pero las grandes inversiones españolas en América Latina, al ser compras de empresas antes públicas, no han generado empleo ni tejido productivo; muchas veces, incluso han llevado a reestructuraciones a la baja de las plantillas y precarización laboral. Ahora bien: en general, las multinacionales de origen español no son mejores ni peores que las estadounidenses, las alemanas o las francesas. Aunque, dada la historia colonial de España en Hispanoamérica, sí corremos el riesgo de alimentar rencores del pasado. Y en América Latina se habla mucho de neocolonialismo.
Es inevitable preguntar acerca del crowdfunding, la cantidad de colaboradores, de financiadores que han aportado (teniendo en cuenta la época que nos ha tocado vivir), una mayor o menor suma de dinero, para que usted fuera a investigar por América Latina sobre las multinacionales españolas. ¿Pensaba que el número de personas que han participado y la suma obtenida sería la que finalmente ha sido?
Lo cierto es que fue una agradable sorpresa. Colgamos el proyecto en la plataforma Goteo y en menos tiempo de lo que habíamos previsto, conseguimos la financiación que nos habíamos marcado. En total, fueron más de cien personas [1]que aportaron los 4.837 euros que hicieron posible el proyecto. En el vídeo que hicimos para la campaña yo apelaba directamente a la responsabilidad del Estado español, y por tanto de los ciudadanos españoles, puesto que el Estado ayuda activamente a las multinacionales españolas que operan en América Latina. Me pareció muy buena señal que tantas personas se sintieran interpeladas por ese mensaje. Pero creo que se trata de una cuestión más general: cada vez más ciudadanos en España sienten que los medios de comunicación tradicionales no aportan una información de calidad, con honestidad y pluralidad informativa. El periodismo de investigación está muriendo por inanición. Esos huecos que dejan los grandes grupos los están ocupando iniciativas independientes como FronteraD y otros medios alternativos que responden también a la necesidad de los lectores y, también, de los periodistas de realizar un trabajo independiente.
Varios de los reportajes que se encuentran dentro de este libro —La bitácora, etcétera— ya habían sido publicados con anterioridad en FronteraD. Otros son materiales complementarios no disponibles en la web. Cuéntenos un poco acerca de estos contenidos.
El tema de nuestro proyecto era tan amplio —analizar los efectos de las inversiones españolas en América Latina—, que necesariamente se iban a tocar muchos temas. Los cuatro reportajes que publicó FronteraD se centran en los conflictos sociales y ambientales que tienen que ver con proyectos de empresas españolas y que conocí sobre el terreno. Pero la intención era ofrecer un marco de comprensión global. Así que traté de condensar muchos conceptos: el poder corporativo, el papel de la Responsabilidad Social Corporativa, el rol de los gobiernos, tanto los latinoamericanos como el español, y un largo etcétera. Cuando pensamos en compendiar los artículos en un ebook me satisfizo mucho la idea de poder explicar mejor algunos de esos puntos, y por eso elaboré algunos capítulos complementarios, por ejemplo para exponer el contexto histórico chileno que favorece que sea el país del mundo donde el agua está más privatizada, un mínimo contexto al complejo escenario de la violencia en Colombia, o el auge del modelo extractivista en América Latina, que está provocando un aumento exponencial de los movimientos sociales en defensa del territorio. También me pareció que el lector agradecería leer íntegramente dos de las entrevistas que a mí más me enseñaron: la del politólogo colombiano Carlos Medina Gallego y la del director del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales, Lucio Cuenca. El mayor desafío para este ebook era darle coherencia interna, como libro, a lo que nació como una serie de reportajes. Si lo hemos logrado o no es algo que deben decidir los lectores.
En uno de tus reportajes, el titulado El deterioro de la Marca España en América Latina. Puertas giratorias: convivencia entre poder político y multinacionales, leemos que el gobierno español (a cuenta de la decisión de Cristina Kirchner de expropiar YPF en abril de 2012) defiende «los intereses de cualquier empresa española que esté en el resto del mundo». ¿Realmente usted cree que es necesaria la defensa de estos intereses? ¿Es el gobierno español el que tiene el poder o, sin embargo, son las empresas multinacionales las que defienden de algún modo al gobierno?
Como trato de explicar en ese reportaje, me parece un enorme error que el Estado español defienda intereses de compañías que, primero, son privadas, y, segundo, ni siquiera cumplen con sus tributos en nuestro país. La práctica totalidad de las empresas del Ibex 35 llevan sus beneficios a paraísos fiscales, a través de complejas tramas que pueden ser legales, pero no me parecen legítimas, ni a mí ni a buena parte de la ciudadanía española, menos en estos tiempos de recortes en que parece que son siempre los mismos los que tienen que ajustarse el cinturón. No veo motivo alguno para que el Estado trabaje a favor de estas empresas, ni aunque sea sólo discursivamente —que no lo es: también hay ayudas económicas, vía, por ejemplo, las ayudas de cooperación al desarrollo—. Lamentablemente, sólo veo una explicación: las puertas giratorias. Esos mismos políticos que hoy defienden los intereses de las grandes corporaciones, y especialmente del sector energético, terminan en los consejos de administración de esas mismas empresas con sueldos millonarios. El conflicto de intereses es evidente: creo que es urgente legislar al respecto.
Leemos que ha centrado su investigación en Enel Endesa y Gas Natural Fenosa y, en menor medida, Repsol. ¿Cree que si alguno de los altos cargos de estas empresas hubiese compartido con usted cada experiencia, cada viaje, cada entrevista, cada visión que ha tenido el placer de realizar en la elaboración de este reportaje, frenaría su modus operandi?
Sería una experiencia de lo más interesante, pero lamentablemente no creo que funcionara. Es lo que, de alguna manera, ha querido hacer Stop Enel, una organización italiana que compró una parte de las acciones de Enel Endesa para poder denunciar los conflictos sociales y ambientales que ha provocado la empresa en varios países en los que tiene inversiones. Gracias a Stop Enel pudieron viajar a Roma varias personas que conocí en el curso de mi investigación, como el chileno mapuche Jorge Weke y el profesor colombiano Miller Dussán. Ambos expusieron las dificultades que las comunidades indígenas y rurales de esos países están sufriendo a causa de los proyectos de represas de las filiales locales de Enel Endesa. Lograron que alguno de los accionistas pidiera explicaciones. Pero, hasta donde yo sé, de momento no han conseguido que la empresa cambie de actitud. Y no es buena señal la opacidad de esta compañía, que no ha querido responder a ninguna de mis muchas solicitudes de entrevista.
Describe con mucho entusiasmo la forma de hacer política en Colombia, cómo son los propios campesinos los que tienen el discurso político más articulado. ¿No es ése el espíritu del que carece hoy día la humanidad? La necesidad de hablar sobre política en la calle, de hacer política en la calle, de vivir con política, ¿no sería necesario que esta forma de actuar bañase a todo ciudadano?
En Colombia escuché varias veces que hay un discurso político mucho más elaborado en el campo, donde la gente está en contacto directo con los problemas que produce el modelo económico, que en la ciudad, donde se ve mucha más televisión. La situación política y social del país es muy compleja: acaba de ser reelegido el presidente Juan Manuel Santos, en una segunda vuelta electoral en que la derecha se enfrentaba con la extrema derecha. Y sin embargo, en el mundo rural se percibe una toma de conciencia política muy lúcida. Esas comunidades entienden que la clave de su lucha es por el territorio, porque si les expulsan, si esas tierras que habitan pasan a manos de una multinacional o del latifundio, con el territorio no sólo pierden la riqueza de sus recursos, sino también sus señas de identidad como pueblo, su cultura, su memoria. Eso lo han tenido claro los pueblos originarios americanos desde hace 500 años. Su lucha siempre ha sido por la tierra, que en Occidente entendemos como un recurso económico, pero para ellos es mucho más, está anclada en su cultura, en su espiritualidad. Como me dijo Óscar, indígena nasa de la Amazonia colombiana, «indio sin tierra no es indio».
Ha tenido y tiene la suerte de poder vivir en dos escenarios muy distintos y a la vez muy similares, como pueden ser América Latina y España. ¿Qué personas le da la sensación de que son más felices? ¿Un español que pasea por la Gran Vía o un campesino de El Quimbo, por ejemplo?
Es una pregunta difícil. Me quedo tentada de decir que vi más armonía entre los campesinos de El Quimbo o los indígenas del Cauca, pero también sufren muchas dificultades y miserias, y es cierto que, como urbanita, puedo correr el riesgo de idealizar esas formas de vida más sencillas. Sí creo que nuestra civilización occidental ha cometido muchos errores de base: llamamos desarrollo a darle la espalda a la naturaleza, tratamos el planeta como una fuente de recursos económicos y nos olvidamos de que formamos parte de ella, y de que las cosas más importantes de la vida son gratis –o, al menos, deberían serlo–. De recuperar esa conexión con la naturaleza, que muchos pueblos indígenas latinoamericanos siguen teniendo muy clara, depende nuestra supervivencia como especie, y también nuestra felicidad. Porque está más que demostrado que la ideología del consumo crea sociedades insatisfechas e infelices.
Cuando pasa alguna temporada en Madrid y observa cómo todo el mundo aquí vive ajeno a las situaciones que describe en este libro, es más, ni quiera son capaces de imaginar qué realidad se está desarrollando en la otra parte del mundo, ni en la periferia de su propia ciudad, ¿qué siente? ¿Qué le diría a toda esa gente que no toma conciencia de en qué nos estamos convirtiendo y en qué estamos convirtiendo a otras personas aunque sea de forma indirecta?
Como le decía al principio, para mí el apoyo que recibió nuestra campaña de microfinanciación es una buena señal. Yo soy optimista, en el sentido de que creo que si la gente tiene información, se sensibiliza y le da importancia a este tipo de realidades. Siempre he pensado que no hay democracia posible sin unos medios de comunicación independientes y sólidos; pero no es eso lo que consume la mayoría que no invierte su tiempo en buscar y contrastar alternativas informativas en internet. Pero, volviendo a su pregunta, yo les diría que deben percatarse de que los abusos de poder de las grandes corporaciones no afectan sólo a países lejanos: en los últimos años hemos visto en España cómo la deslocalización laboral, por la que las empresas buscan los salarios más baratos, ha llevado a cifras insoportables de paro en nuestro país. Y los españoles sufren también la carestía de las facturas de la luz. Por no hablar del cambio climático, que visibiliza cómo la explotación irracional de la naturaleza conlleva efectos que se sufren en todo el globo.
En el libro y en los reportajes de FronteraD también encontramos una serie de fotografías de los lugares que visitó.
Tuve la suerte inmensa de viajar con un fotógrafo colombiano, Jheisson A. López, que hizo una excelente serie fotográfica tanto en Colombia como en Chile, y que dejó una impronta en la investigación mucho más allá de las fotos. En Colombia fue un guía espectacular y me facilitó llegar a lugares a los que tal vez hubiese tenido que desistir de haber viajado sola. Y tanto allí como en Chile me aportó en todo momento su visión, el diálogo, el intercambio de ideas. Está de moda que los medios se ahorren el camarógrafo a cambio de una camarita digital a cargo del redactor o de unas fotos de agencia. Pero entonces no sólo se pierde la calidad del reportaje fotográfico: es que, además, cuatro ojos ven mucho más que dos.
Si tuviera que quedarse con una imagen, una palabra y una frase de todas las que ha visto y escuchado en esta trepidante aventura, ¿cuáles serían?
Rescato una frase que escuché de los habitantes del resguardo indígena de Honduras, en el Cauca colombiano: «Nosotros vemos el río como una forma de vida; ellos sólo ven pasar los dólares». Una palabra: soberanía, que la escuché tantas veces en Colombia, en el sentido de luchar por la soberanía de los pueblos frente a los superderechos con los que se blindan las grandes corporaciones. Soberanía, y territorio, que en muchos sentidos van unidas, como cuando se habla de soberanía alimentaria. Imágenes tengo muchas grabadas en la memoria, resulta difícil escoger una, pero puedo recordar, por ejemplo, la mañana de charlas y mates con Jorge Weke y Humberto Manquel, dos referentes del pueblo mapuche en Panguipulli, al sur de Chile, que me hablaron de la larga lucha mapuche por preservar su territorio en la casa de Jorge, ante unas vistas espectaculares de esa tierra de lagos y quietud.
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