Soy fan total de los libros de memorias pero suelo dejarme a la mitad el noventa por ciento de ellos. El caso es que la mayoría de los que se deciden a relatar su existencia tienen vidas muy interesantes pero no saben escribir un pimiento, o eso, o no le pagan lo suficiente a su negro. Memorias líquidas, de Enric González, me ha durado media mañana y no se crean que por corto, tiene casi 200 páginas, sino porque te engancha y no te suelta. Yo les recomiendo que se sirvan un buen Martini y se dispongan a disfrutar, el Martini hay que prepararlo de antemano porque ya les digo yo que no van a ser capaces de dejar el libro para ponerse uno a la mitad.
Un periodista escribiría: «la prosa de Enric tiene garra». Yo, como soy filólogo, diré que estas memorias funcionan también como una novela de aventuras y que el protagonista, el periodista, es retratado al borde del peligro constantemente, como en los libros de Tintín que tanto gustan a Enric. A veces es su vida la que corre peligro, cuando es enviado a zonas de guerra a hacer reportajes sobre conflictos bélicos, otras, las más, es el peligro de la redacción de periódico, la necesidad siempre de estar al borde de, de vivir en el cambio, de no saber qué va a pasar precisamente en una profesión que nos cuenta lo que pasa y el agarrarse a la vida, tras una mesa de redacción, de forma valiente al mismo tiempo que desesperada, como el que lucha una guerra, como el que sabe que todas las crónicas pueden ser la última crónica.
Una noche me acosté junto a un muro, a unos metros de la carretera entre Goma y Kigali. Había caminado toda la jornada con la mochila, el ordenador y el transmisor (la tecnología del momento pesaba bastantes kilos) y no podía más. Dormí profundamente. Al amanecer noté a mi lado una presencia. Era el cadáver de un hombre de unos 30 años, con la costra en los labios y la piel cenicienta que distinguía a las víctimas del cólera. No sé por qué decidió morir junto a mí. Me levanté, comí unas galletas, recogí mis bártulos y me fui.
La segunda clave del libro es su retrato de la Historia del Periodismo de este nuestro santo país en los últimos 40 años. Así, uno, que es profano, asiste al organigrama interno de varios periódicos, con sus jefazos, directores, jefes de sección, reporteros, fotógrafos, editores. Adquiere una nueva visión sobre aquellos que ya conocía, una visión más íntima, la del que se codea (y ojo al verbo codearse, siempre pensé que encerraba dos caras de la misma moneda, la del que comparte un estatus y una vida y la del que brega a codazos con el otro) con ellos, pero también nuevos nombres por los que interesarse. Además es un ascenso y caída de el diario El País, casi un obituario escrito por el que ve el desastre un poco antes de que suceda.
Por último y sobre todo, Memorias líquidas de Enric González es un relato de vida, un relato íntimo en el que las anécdotas y, más importante aún, las reflexiones van cayendo poco a poco y van dejando un poso casi ético sobre lo que es el buen periodismo y lo que es un buen periodista. Uno de los mejores pasajes, por lo que tiene de desesperante y el humor con el que está relatado es el tiempo que Enric pasó en Arabia Saudí en los previos y el comienzo de la Guerra del Golfo donde los periodistas en una zona segura se dedicaban a ir a la piscina y a inventar noticias que mandar a sus periódicos pues se encontraban en una zona en la que no pasaba nada, cómo entretenían el tiempo muerto inventando maneras de destilar alcohol a partir de una cocción de arroz o eran invitados por jeques a comer camello.
El trabajo periodístico consistía en pasar por el centro de prensa a recoger las notas cotidianas al mando estadounidense. Nada más. Quien intentaba saltarse esa dieta de vaguedades propagandísticas y se buscaba la vida yendo a acuartelamientos o acercándose al frente por su cuenta, al margen de excursiones organizadas, recibía una advertencia: se le recordaba que la retirada de la acreditación implicaba la retirada del visado y la expulsión automática del país. Resultado tentador, realmente. Pero había que quedarse.
Relato personal de estos últimos tiempos desde el inicio del periodismo posfranquista hasta la (rabiosa) actualidad con los EREs de El País de alguien que ha vivido, con todo lo que eso conlleva, de y para el periodismo, donde lo que uno es y lo que uno hace se mezclan y se sirven acompañados de una aceituna verde. Alcen sus Martinis por el viejo Enric, a su salud.
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