La vida puerca (Libros de la Vorágine, 2014) es la historia de un hijo de puta. Así de directa es la respuesta del autor cuando se le pregunta qué nos vamos a encontrar entre las páginas de su última novela. Y la definición es perfecta.
Ocurre que Ledesma Peris, el protagonista de la historia, es un hijo de puta concienzudo, tiene un método, tiene un fin; lo que no tiene son escrúpulos, es además un personaje temerario. Y esto el lector lo percibe a pesar de que no aparece ni una sola vez en primera persona, ya que la novela nos lo describe a través de las vivencias de cuatro personajes que han tenido la mala suerte de cruzarse con él en algún momento de su vida, un encuentro que les ha dejado marcados a cada uno de modo muy distinto y que nos cuentan cada uno con un estilo literario personal y bien definido. De hecho, esta característica, mezcla de estilos narrativos que diferencia a cada personaje, contribuye a darle mayor credibilidad a la novela, casi nos creemos que lo que estamos leyendo bebe de hechos reales.
Sorprende la capacidad que tiene el autor para hacer que que le cojamos tanta tirria a alguien que no dice ni una sola frase en todo el texto. Ledesma nos parece un mal tipo, pero no tenemos el gusto de conocerle, sabemos de sus fechorías de oídas, nos solidarizamos con sus «víctimas» sin darle a él la oportunidad de explicarse. Ni falta que hace. No sabemos si que Ledesma no tenga voz constituye una crítica intencionada por parte del autor a nuestra humana obsesión por juzgar antes de conocer todos los detalles, más aún en este nuevo mundo virtual de la inmediatez en el que encontramos en la red todo tipo de reseñas buenas y malas, verdaderas y falsas, por lo que se requiere un esfuerzo de documentación extra para formarse una opinión propia, lo que provoca que muchos se queden con la que más cómoda les resulta sin profundizar en si es fiel a la realidad o no. Podemos retorcerlo todavía más y ligarlo directamente con esta nueva moda de los influencers o creadores de tendencias que, al fin y al cabo, es lo que serían para el lector los narradores de la novela, ya que sólo contamos con su opinión; nos la creemos a pies juntillas simplemente porque son ellos, porque su sufrimiento despierta nuestra empatía.
En La vida puerca se van a encontrar una novela depravada y a la vez tierna y divertida, unos personajes dóciles y a la vez manipuladores e incluso inmorales (obviamente para los estándares establecidos, quiénes somos nosotros para tachar a alguien de inmoral a estas alturas del siglo XXI), un estilo natural con toques de humor inesperados y unas localizaciones fruto de la pasión por los viajes que ha llevado al autor a recorrerse medio mundo, lo que se palpa en cada una de las cuatro partes de la historia.
El dato curioso: el título de la novela es, además de una sugerente y gráfica presentación de lo que nos espera entre sus capítulos, un guiño al escritor argentino Roberto Arlt, quien había pensado en La vida puerca como título para su primera novela, a la que terminaría llamando El juguete rabioso. Ahora bien, si se nota o no la influencia de Arlt en la narración de Minguillán es algo que deberán decidir ustedes.
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