Ya no había vuelta atrás. Una vez que ves ya no puedes no ver. Y no puedes hacer como que no ves
Uno de los proyectos que Eloy de la Iglesia, uno de nuestros cineastas más heterodoxos, no ha podido llevar a la pantalla, es Galopa y corta el viento. El guión, que debe dormir en algún cajón esperando, como el arpa de Becquer, volver a ser despertado, no tiene por el momento muchas oportunidades de ser revisitado, ni tan siquiera por nuestros directores de cine más supuestamente atrevidos; y no por tratarse de una historia de amor homosexual, algo que hoy en día solo chocaría a los más ultramontanos, sino porque los amantes en aquella ficción eran un guardia civil y un etarra. He visto Ballenas, de Javier de Isusi (Astiberri, 2014) no tiene el componente pasional del argumento del director guipuzcoano, pero también narra un acercamiento que no es nada acomodaticio aún en nuestros días, sobretodo para aquellos que preferirían una premisa argumental de buenos y malos: es la historia del encuentro entre un miembro de ETA y un mercenario del GAL[1] que coinciden en una prisión francesa.
El relato se inicia en el pasado, cuando Antón le comunica a su amigo Josu su decisión de entrar en un seminario. A Josu le choca que su compañero de trainera quiera entrar en la Iglesia, una organización que encuentra altamente cuestionable. Antón le argumenta que quiere ser parte de algo más grande: «No me digas que a ti no te gustaría formar parte de algo que luche por tus mismos ideales y que sea capaz de llegar adonde tú nunca podrías llegar». Jon se queda pensativo. Cuando más tarde el padre de Antón es asesinado por ETA, Josu no puede acercarse a dar el pésame a su amigo: él también se ha convertido en parte de algo «más grande que él». Pasados unos años, el ya padre Antón sufre pesadillas recurrentes en las que se ve como un psicópata ultraviolento; pese a que años antes había verbalizado públicamente el perdón hacia quienes mataron a su padre, en realidad todavía no ha digerido la situación. En cuanto a Josu, aunque aparentemente se ha adaptado a la rutina de la vida carcelaria, se ahoga entre cuatro paredes y lamenta no haber tenido el valor de acercarse a Antón tras la muerte de su padre, por no romper la disciplina de «la empresa». Tanto Antón como Josu han llegado a un punto en el que quieren romper con una situación que les abruma, pero a la que siguen atados por miedo al que dirán.
En una conferencia en la prisión, Josu conoce a Emmanuel, un autodenominado «Profesional de la violencia» arrepentido. Le llama la atención su franqueza en un lugar en el que un hombre corre riesgos si exhibe alguna debilidad: «Yo he sido el más duro toda mi vida… y es una mierda», confiesa Emmanuel. Josu cree haber encontrado alguien que le puede entender, y le confiesa a Emmanuel el motivo de su condena. Emmanuel se queda helado, ya que él estuvo, por así decirlo, en la trinchera contraria; de hecho, él fue quien asesinó al asesino del padre de Antón. Josu se encuentra entre el recuerdo de alguien del cual se distanció y la presencia de alguien con quien tiene que guardar las distancias. Sus propias certezas se empiezan a tambalear: aunque él lo hiciera por algo en lo que creía y Emmanuel lo hiciera por dinero ¿Valió la pena su lucha? «… La respuesta a tu pregunta depende de si ese alguien tiene éxito o no. Si gana, se le llama rebelde y libertador, pero si pierde se queda en terrorista o incluso asesino», dirá su compañero Oskar. Sin duda la historia de la humanidad está llena de ejemplos en los que el bando ganador defiende sus argumentos desde su perspectiva en lo alto del podio, pero para Josu la cuestión es otra. En su juventud aspiraba a construir algo y ahora siente que él tambien se podría definir como un «Profesional de la violencia».
Emmanuel está ya hecho a la idea de que pasará el resto de su vida encerrado, algo más seguro que estar suelto y arriesgarse a situarse en el punto de mira de sus antiguos superiores, dispuestos a liquidar de manera expeditiva cualquier tentación de unir a su arrepentimiento un ataque de locuacidad ante algún juez. Emmanuel intenta vaciar su mente dándose panzadas de correr sobre la cinta estática del gimnasio de la cárcel, como un hamster dando vueltas en la rueda de su jaula. Se sabe solo (Josu no se arriesga a que le vean conversando con él) y fantasea sobre la posibilidad de que en su pasado de matón a sueldo, hubiera plantado la semilla de una vida, él que ha terminado con tantas.
Los jóvenes ven las cosas de otra manera: Omar, el gamberrete al que Emmanuel protege, se enfrenta a la vida con regodeo, como si de un gran juego se tratara; a Aritz, el hijo de Josu, le molesta ser visto por otros sólo como una prolongación de su padre: ellos ya están en otra película, tienen su propio proyecto de vida. Sus mayores Antón, Josu, Emmanuel, viven separados por abismos que no saben si algún día serán capaces de franquear. En la historia que nos explica Javier de Isusi no es lo que se dice sino lo que no se llega a decir lo que le pesa a sus protagonistas, que andan a tientas buscando aquello que perdieron, enfrentándose a rejas físicas y mentales, errando en busca del camino a casa, o de la simple posibilidad de conversar de nuevo.
Respecto a la obra, De Izusi declaraba: «Hay muchos condicionantes evidentes de índole política, social y personal que me hicieron decidir que esta historia sólo la iba a contar si me salía sola». Ciertamente, el cómic transmite esa sensación de que el autor ha dejado fermentar su idea hasta que ha estado lista para el horno. He visto ballenas tiene un trasfondo eminentemente reflexivo que huye de maniqueísmos: su mismo dibujo, realizado en acuarela, mezcla sutilmente grises y amarillos (que evocan con igual eficiencia el chirimiri que un día de calor sofocante), es como una declaración de principios: como en el dibujo, el guión rehuye de la rotundidad con la que tal vez otros explicarían una historia en blancos y negros fuertemente contrastados. Digamos que estamos tan lejos de la versión oficial de la noticia en un telediario como de un comunicado de la banda. He visto Ballenas sigue la máxima de Jean Renoir de que todos tienen sus razones, allá donde otros recurrirían a planteamientos maximalistas de peli de acción de Michael Bay. Un cómic que vale la pena leer con tranquilidad y lejos del ruido mediatico.
Nota al pie:
[1] Pese a que el GAL (que operó entre 1983 y 1987) ha pasado como el ejemplo más mediático de lo que se denomina “terrorismo de estado”, lo cierto es que tuvo un precedente igualmente letal, el Batallón Vasco Español, que curiosamente desapareció con el gobierno de UCD que precedió al del PSOE. El BVA operaba de manera parecida al GAL y tenía objetivos similares. El BVE era una de las muchas cabezas de la hidra del terrorismo de ultraderecha (con tufillo de guerra sucia) que durante los primeros años de la transición fueron responsables de atentados sangrientos como los hechos de Montejurra, la Matanza de Atocha o la bomba en la redacción de la revísta satírica El Papus. Si alguien tuvo la idea de dar continuidad a aquella lamentable “herencia recibida”, hay que decir que la ocurrencia fue tan poco brillante como hacer una de James Bond protagonizada por Anacleto, agente secreto.
Excelente artículo, pero Alex de la Iglesia es de Bilbao, del botxo, no guipuzcoano.
Jajaja! Disculpa, que he leído Alex donde ponía Eloy!!! Ahora te mando un mensaje únicamente con lo que es pertinente colgar!
Pievsnichek, pues acabo de caer en que se apellidan igual…
Alex, por cierto, hizo “Acción mutante” que también es una aproximación heterodoxa al tema
Excelente artículo (¡sin más añadidos!)