Si hablamos de películas de samuráis, lo primero que viene a la cabeza es una exótica figura del extremo oriente entre el caballero medieval de brillante armadura y el cowboy que conquista las grandes praderas. Cine deudor de la historia del Japón de una manera no diferente a la de los westerns, está pensado para entretener a la vez que construye una historia mítica del lugar en el que se desarrolla. De proponerme buscar un equivalente local que conjugue aventuras con trasfondo histórico y entretenimiento de masas, tal vez lo más aproximado sería Curro Jimenez, aquella serie de bandoleros justicieros que amenizó muchas infancias de la transición.
Las películas de samuráis tal vez no han alcanzado la universalidad que Hollywood consiguió con sus películas del oeste (género que conoció versiones en cinematografías de otros paises con parajes desérticos a mano en los que rodar), pero constituyen uno de los géneros más tradicionales dentro del cine japonés. En su libro Cine de Samuráis. Bushido y Chambara en la Gran Pantalla (Editorial Líneas Paralelas, 2014), nos ofrece un exhaustivo repaso del género desde sus inicios a la actualidad. Curiosamente, cuando el cine llegó al Japón los samuráis ya habían sido barridos por las reformas llevadas a cabo por el emperador Meiji, entre otras cosas porque el nuevo régimen imperial prefería unas fuerzas armadas a semblanza de las occidentales a la existencia de una casta especializada en la guerra que, como los hechos demostraron, podría oponerse a sus planes de modernización.
El cine de samuráis es principalmente chambara, lo que aquí llamaríamos películas de capa y espada, pero también se ubica dentro de lo que es el jidaigeki, o drama histórico. Ya desde los inicios del cine japonés existieron películas de espadachines con una notable influencia de artes escénicas japonesas como el Kabuki, cuyas danzas y gestualidad influirán en el género. A partir de los años 20, y a medida que en el Japón de Hirohito van ganando poder e influencia los círculos militaristas e imperialistas, en el cine de espadachines predominará la exaltación del espíritu guerrero, el respeto al ancestral código guerrero del bushido y el nacionalismo que el samurái sublimado encarnaba a la perfección; ello marginó, dentro del chambara, las historias con elementos de comedia que pudieran suponer críticas o burlas a tan noble y patriótico ideal.
Tal alineación con la bandera imperial del sol naciente tuvo consecuencias al ser derrotado Japón en la Segunda Guerra Mundial: las autoridades de ocupación americana destruyeron muchas películas de propaganda y proscribieron el género durante unos años. Eventualmente, se levantó la prohibición y el cine de samuráis alcanzó una era dorada en las décadas de los 50 y 60, siendo Akira Kurosawa el director que más fama alcanzó a nivel mundial, con películas de gran repercusión como Los siete samurais (Shichinin no samurai, 1954), muchas de ellas protagonizadas por Toshiro Mifune, un fotógrafo devenido en megaestrella del cine japones. Leí en una ocasión que el éxito de Mifune se debió a la preponderancia hasta entonces de galanes en exceso refinados, ante los que virilidad hirsuta y poco refinada de Mifune resultó una novedad refrescante. En lo que al «Emperador» Kurosawa respecta, su éxito y ambición le fueron propulsando a producciones de más envergadura y creciente presupuesto (Juan Manuel Corral hace una acertada comparación entre el director japonés y el inglés David Lean, que de manera parecida pasó de dramas intimistas en blanco y negro a superproducciones a todo color y en cinemascope). Curiosamente, Kurosawa era considerado por sus paisanos como un director demasiado occidental en cuestiones de estilo.
Lo cierto es que desde el principio el cine japonés y el chambara han recibido influencia del cine occidental y viceversa: Los siete samurais evoca al western pero a su vez generará una version hollywoodense trasladada al Oeste, Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960, dirigida por John Sturges); una película como El Mercenario (Yojimbo, 1964, de Kurosawa) inspira a Sergio Leone Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964) y a su vez el Spaghetti Western inspiraría a realizadores japoneses de los años 60 y 70. En su esplendoroso periodo de post-guerra, y como reacción al espíritu militarista que llevó al pais a la debacle, el género reivindica personajes como los ronin (samuráis errantes sin señor), o narra historias mercenarios que se ofrecen al mejor postor. Predomina un estilo crítico y un espíritu pacifista que no escamoteará el lado menos atractivo del bushido: Películas como Harakiri (Sepukku, 1962), de Masaki Kobayashi, denunciarán el espíritu bélico con contundencia. El autor, por cierto, sin negar la estatura de Kurosawa y otros directores de renombre, reivindica a directores menos conocidos, como Hideo Gosha, generalmente despreciados por auteristas que los consideran directores de películas alimenticias y de baja calidad, pese a que entre sus filmografías se encuentren obras maestras.
Junto a las películas con un cierto mensaje político, serán muy exitosas sagas como la del espadachín ciego Zatoichi o la del Ronin que busca venganza mientras arrastra el carrito de su hijo (la historia de Lone wolf and cub/Ozure Okami, el manga creado por Kazuo Koike y Goseki Kojima); el género conocerá una popularidad que decae de en la década de los 80, sobreviviendo en la televisión, un medio en el que las aventuras de samuráis siempre han tenido seguimiento. En el declive influye el abandono de la audiencia, que prefiere películas americanas o la televisión, y que las espectadoras femeninas, más fieles a la gran pantalla, habían sido alienadas del género por el incremento de elementos gore y el erotismo de corte sadomaso que se habían convertido en habituales en estas películas. Las japonesas gustaban más de productos como la serie televisiva Shogun (1980)[1], sobretodo si el protagonista era tan guapo como Richard Chamberlain. Aprovechemos para mencionar que ya desde el cine mudo también hubo películas protagonizadas por féminas duchas en el manejo de las katanas, aunque no fueran muchas. El género siempre ha tenido un alto componente machote, y protagonistas femeninas o temáticas homosexuales como la de Gohatto (1999, dirigida por Nagisa Oshima), son relativamente recientes y/o poco numerosas.
El cine de samuráis ha conocido una revitalización en la última década. Nuevos directores han aportado una visión nueva; también ha ayudado la creciente popularidad del manga y la cultura japonesa a nivel mundial. El género sobrevive y vuelve a prosperar por su adaptabilidad y capacidad de absorción: ha conocido incursiones en el melodrama, el terror, la ciencia ficción o la espada y brujería (hemos visto samurais ciberpunk, por ejemplo). y todo parece indicar que este veterano género va a dar de sí aún más en el futuro.
Aquellos que quieran ir más allá del concienzudo repaso (ilustrado con multitud de impagables imágenes de la colección privada del autor) de Juan Manuel Corral al cine de samuráis, pueden encontrar, aparte de recomendaciones de visionado, un listado de sugerencias bibliográficas y cibernaúticas para seguir profundizando en el tema todavía más si cabe, aunque este volumen sin duda es capaz por sí solo de satisfacer al aficionado más exigente.
[1] Miniserie basada en el best-seller de James Clavell, de producción americana, aunque filmada íntegramente en Japón)