Aves vampiras con picos como floretes, insectos cuya veneno hace dormir, pulpos capaces de imitar la figura de su presa, primos hermanos de los dinosaurios que dejan al T-Rex en hermanita de la caridad, peces fabulosos y criaturas indescriptibles con rostros de recién levantado el lunes… Semejante bestiario, de ser real, conseguiría el milagro de que los documentales de la 2 no incitaran a la cabezada en el sofá. Estos animales son tan sólo una muestra de la desbordante imaginación de Aldebarán, un cómic de ciencia-ficción capaz de describir una estupenda persecución en zeppelines. Bichos y globos dirigibles; ¿qué más se le puede pedir a la vida?
—Pues un barco atrapado a 50 metros de altura por una inverosímil estructura cilíndrica de agua transformada en Dios sabe qué.
—Pues también lo tiene.
La obra de Leo, acrónimo del brasileño Luis Eduardo Oliveira, recupera en cierto modo dos líneas clásicas de la literatura, aunque las tan de moda referencias han de cogerse con la debida distancia. Por una parte, tenemos las aventuras a lo Robert Louis Stevenson. Como en La Isla del Tesoro, jóvenes en periodo de aprendizaje y transición a la edad adulta van madurando debido a una serie de duras peripecias donde se encuentran con todo tipo de personajes: buenos, malos y granujas ambiguos. Por otro, el gusto por los seres fabulosos, la investigación y cierto tipo de tecnología procedentes de una excelente digestión de las novelas de Julio Verne. De hecho, a causa de una desconexión comunicativa con los terrícolas, los humanos que han colonizado Aldebarán se mueven en vehículos más propios del siglo XIX o principios del XX que de las naves en las que llegaron sus antepasados (ahora inservibles).
Esta curiosa mezcla se redondea con un sistema político parecido a las dictaduras iberoamericanas de los años 60 ó 70, con lo que el contraste llama la atención. Donde cabría esperar la habitual sociedad basada en los avances de todo tipo, encontramos un conjunto de pequeños pueblos con grandes ciudades de tan sólo 20.000 habitantes y con casas absolutamente normales y corrientes, además de una vida y un transcurrir de los días parecidos a los de un país en vías de desarrollo de hace décadas.
Una serie de sucesos extraños en el mar concluye con una desgracia mayúscula en uno de esos pueblos de pescadores. A partir de ahí empieza la aventura de unos adolescentes que han de buscarse la vida en un planeta en gran parte desconocido para sus propios habitantes. Ese misterio es uno de los grandes impulsores de la acción y aquí llega un tercer contraste. El paisaje, el entorno y la manera de representarlo —limpia, colorida, bonita— encierra sin embargo multitud de cuestiones, de sucesos indescifrables, además de una fauna y flora enigmáticas. La fascinación o la catástrofe puede pasar a plena luz del día en un lugar que sería portada de una revista de viajes sideral. La belleza, la luz, la hermosura… no siempre están emparentadas precisamente con la serenidad, la paz o la contemplación.
Y podemos seguir sumando los contrastes que vertebran esta obra con pericia. En esta ocasión también se basa en el dibujo, pues el autor refleja a unos humanos algo inexpresivos o uniformes, mientras que la naturaleza y sus peculiares habitantes resultan de una riqueza mucho mayor, lo que está ligado en principio a una serie de cuestiones que apunta este tebeo y que continúan en las siguientes historias Bételgeuse y Antares, pues Aldebarán es parte de un ciclo más amplio. Desde luego el ritmo de la narración y la creatividad de Leo producen pronto un efecto adictivo. Creo que mayoría de lectores saldrán con muchas ganas se seguir con esta saga que añade además diversos pasajes sexuales con un erotismo suave y alegre, además de buenas dosis de humor agradable y bien dosificado.
¿Se pueden poner pegas? Quizá los personajes principales se expresan de forma demasiado adulta en muchas ocasiones, siendo jovencísimos. También se establecen algunas relaciones de cooperación muy apresuradas entre algunos de ellos teniendo en cuenta las precauciones que deberían tenerse en una dictadura. Pero son sólo eso, pegas a un cómic que juega de forma muy inteligente con elementos de la literatura clásica adaptados a la ciencia-ficción y que cuenta con la ventaja de que sus tomos fueron agrupados en ediciones especiales a buen precio. Además, se encuentran en muchas bibliotecas públicas que, afortunadamente, cada vez están concediendo más espacio a los tebeos.
Esperamos que esta «normalización» de las historietas haga que algún avispado productor se fije en estas aventuras que ofrecerían un auténtico filón en forma de película o serie, forma todavía hoy mayoritaria de que consigan llegar al gran público obras de cómic adulto que se mantengan al margen de los superhéroes, el manga o el tebeo más enfocado a los niños.