Hoy en día todavía hay quien sigue tratando de justificar las listas negras. Dicen que eran necesarias para proteger a Estados Unidos. Dicen que las únicas personas que resultaron perjudicadas fueron nuestros enemigos.
Mienten. Hombres, mujeres y niños inocentes vieron arruinada su vida debido a esta catástrofe nacional.
Nunca he estado al cien por cien de acuerdo con la Teoría del Autor, ya saben, aquella propuesta por los cahieristas y aquellos en su estela de influencia, que proclama al director de cine como autor último de una película, en la que el resto de profesionales que participan en el rodaje tienen categoría de comparsas a las órdenes del supremo cuando no, como opinaba Alfred Hitchcock[1], de mero ganado. Pese a que yo misma suelo escoger muchas películas en función de la confianza que me inspira su director, no podría estar más de acuerdo con este antiguo artículo de Angel Fernández Santos donde se reivindica que el actor también puede ser el autor de una película. Y no sólo el actor ¿No creen ustedes, por ejemplo, que Ray Harryhausen aportaba a las películas en las que participó una personalidad indiscutible que es absolutamente independiente del director titular? ¿No creen que productores como Irving Thalberg o David O. Selznick otorgaban un sello especial a las películas por ellos producidas[2]? Creo que, independientemente de quien dirija la película, coreógrafos como Busby Berkeley, compositores com Bernard Herrmann, camarógrafos como Edouard Tissé, guionistas como Rafael Azcona o diseñadores de vestuario como Travis Banton le pueden dar a una película una impronta tan marcada o más que la del director.
, el libro de memorias de Kirk Douglas sobre el rodaje de Espartaco[3] (Capitán Swing, 2014[4]) es buen un ejemplo de lo que acabo de exponer: Stanley Kubrick, el director titular del film, nunca lo reconocería como propio, ya que en él habían intervenido tantas manos que el mítico director lo consideraba un vástago lleno de impurezas cuya paternidad era preciso ocultar. La auténtica turbina generadora tras Espartaco es su productor y protagonista, quien echando la vista atrás se pregunta si no estaba loco al proponerse una empresa que duraría varios años y le procuraría muchos desvelos, aunque también la satisfacción de haber creado una película clásica, una de las mejores dentro de su género.
Quisiera felicitar a Capitan Swing, no sólo por publicar en castellano este libro (la traducción es de Ricardo García Pérez), sino por realizar una edición que supera en primor a la original, tanto por esa portada que hace referencia tanto a la antigüedad clásica como al poster de Saul Bass como por la separata con la galería de imágenes impresa en papel couché. Una delicia, ya digo.
Encuadrar Espartaco dentro de un género no es fácil: decir clásico sería definirla como una «peli de romanos»[5]. Podría clasificarse tambien como cine bélico, puesto que ilustra de manera excelente la Tercera Guerra Servil[6] (aprovecho para comentar a aquellos que ponen la batalla final como ejemplo de la excelencia de Kubrick como director, que la escena de la batalla había sido planificada por Saul Bass, autor del póster y los títulos de crédito del film[7]). ¿Cine político? Sin duda alguna, pese a que las lanzas y las sandalias puedan despistar a los programadores televisivos, que la suelen colocar en Semana Santa entre píos ejemplares de cine religioso[8]. De hecho, la política está en la génesis de ésta película y, no sólo eso, fue de las primeras que cerraban una etapa siniestra en Hollywood, la de las listas negras, en las que cualquier trabajador cinematográfico con militancia o simpatías izquierdistas se jugaba el puesto de trabajo e incluso la libertad.
Esa siniestra etapa fue conocida como Maccarthismo, y su figurón de proa era el senador por Wisconsin Joseph MacCarthy, un furibundo anticomunista que encontró en la caza de brujas de Hollywood una excelente tarima mediática para promocionarse políticamente enterrando carreras ajenas. Entre los profesionales que osaron plantar cara a MacCarthy se hallaban los llamados Diez de Hollywood, un grupo de directores y guionistas cuya oposición les costó la cárcel inicialmente, y ser incluidos en las infames listas negras después. Escritores como Dalton Trumbo podían recurrir a tapaderas[9], personas que oficialmente ponían la cara y la firma por los escritores represaliados. En resumen, muchos guionistas seguían trabajando pero sin recibir crédito por ello y, por supuesto, por un sueldo mucho menor al que recibían antes de que el Comité de Actividades AntiAmericanas decidiera condenar al ostracismo a aquellos con ideas no aptas para el americanismo como Dios manda.
MacCarthy ya estaba políticamente finiquitado cuando Kirk Douglas se interesó por adaptar al cine Espartaco, irónicamente, por haber dirigido su cruzada anticomunista hacia uno de los estamentos más tradicionalmente conservadores de cualquier país: el ejército[10]. Pese a su caída, las listas negras siguieron vigentes. Dentro de éstas se hallaban Howard Fast, autor de la novela original, y Dalton trumbo, quien la adaptaría al cine. Fast escribió su novela estando en prisión; tuvo que autoeditarla, en principio. Fue ya en 1958, con la película en fase de producción, cuando se publicaría, por fin, de manera oficial.
Trumbo, que hasta entonces había firmado como Sam Jackson, trabajó sin descanso en la adaptación de la novela y las muchas reescrituras del guión, hasta que en un momento dado se plantó porque Douglas estaba permitiendo a Peter Ustinov modificar buena parte de sus escenas. Ante el ultimatum de Trumbo, quien no sólo tenía que soportar el anonimato sino que también tenía que ver cómo uno de los actores andaba añadiendo morcillas a su antojo, Douglas, que no quiere prescindir de él, le propone una prima inesperada: poner su nombre, después de tantos años, en los títulos de crédito. Explica Douglas que esto forzó a Otto Preminger, que también estaba trabajando con Trumbo, a incluirlo en los créditos de Éxodo[11], siendo esta la primera vez que el guionista salía de las sombras de la lista negra. Sobre este punto del relato de Douglas, por cierto, discrepa la hija de Trumbo, quien afirma que fue Preminger el primero en anunciar públicamente que su padre estaba trabajando con él. La viuda de Trumbo, por su parte, agradeció en una carta del 2002 tanto el papel de Preminger como el de Douglas, pero dejando claro que el fin de las listas negras no fue cosa de una sola persona o dos, y que el trabajo de los propios represaliados para salir del anonimato fue clave en ello. En mi opinión, esta es la versión que más se acerca a la realidad.
Espartaco suponía para Douglas un desafío enorme: en tanto que productor independiente[12], tenía que conseguir dinero para producir un film épico de alto calibre, para eso necesitaba el apoyo de un estudio poderoso como la Universal. Una dificultad añadida era que United Artists preparaba una película de temática muy similar, The Gladiators, protagonizada Yul Brynner. Para convencer a los ejecutivos de la Universal contó con el quión de Trumbo, escrito en un tiempo réecord. Por otro lado, el reparto estelar estaba asegurado: el guionista iba añadiendo escenas con diálogos para lucimiento de los diferentes actores, gracias a lo cual Douglas reunió un elenco de renombre.
No obstante, todos aquellos retoques del guión tendrían consecuencias, ya que en la primera lectura conjunta del guión los actores se dieron cuenta de que algo no cuadraba: sus guiones no coincidían. Charles Laughton llegó a amenazar a Douglas con una demanda por ofrecerle un guión falso.
En su biografía de Kubrick[13], John Baxter descartaba la posibilidad de que Douglas hubiera utilizado versiones diferentes del guión; implicaba que Laughton chocheaba. De manera que agradezco a Douglas que explique en el libro que es posible que en un momento dado los actores hubieran tenido en la mano diferentes versiones del guión. Laughton, pobre, pensó que podía fiarse de un contrato[14]. Laurence Olivier, más habil en lo que a maniobras tras las bambalinas se refiere, optó por la estrategia «colegui» con guionista y productor, y Ustinov, quien permaneció vinculado al proyecto de principio a fin, aprovechó para reescribir muchas de sus frases para irritación de Trumbo. Ambos consiguieron extender sus papeles de tal manera que son casi son los protagonistas, por detrás de Douglas. Contrastando con la alta competitividad entre las estrellas británicas, el bueno de Tony Curtis, por ejemplo, estaba encantado de interpretar un papel breve que le libraba de sus obligaciones contractuales con la Universal.
Por lo demás, Douglas no tuvo motivos para respirar tranquilo hasta el final del larguísimo rodaje: cambios de guión, aumentos de presupuesto, escenas añadidas cuando la película se consideraba prácticamente en fase de montaje final, escenas recortadas (algunas perdidas para siempre), cambios de director y sus tensiones y ruptura definitiva con el segundo, Stanley Kubrick… Realmente la historia del rodaje no es menos épica que la que contemplamos en la pantalla, y Douglas nos la explica de manera ciertamente amena y trufada de anécdotas. El autor no se ha limitado a tirar de sus recuerdos, también se apoya en una sólida base documental[15] con la que refuerza y contrasta sus propios recuerdos.
Hay una cosa que personalmente no me acaba de gustar, y es la recreación y dramatización de escenas recordadas, tal y como si de un guión se tratara. Reconozco que ello hace la lectura más entretenida, pero le da un toque algo artificioso. En temas históricos suelo preferir una narración con citas (auténticas) insertadas en un texto más o menos neutro, en lugar de que diálogos recreados. Por supuesto, el punto de vista del narrador predomina y no está libre de subjetividad, pero las páginas de este libro transmiten la indomable energía de quien llevó a buen término la filmación de una película mítica que todavía mantiene su vigencia. ¿En cuantas circunstancias hoy en día no nos dan ganas de ponernos en pie y decir «Yo soy Espartaco»?
Notas al texto:
[1] Aunque hay quien considera esta cita del británico como apócrifa, este artículo aporta bastantes pruebas a favor de su autenticidad.
[2] Tengo en Cuenta que el control que ambos productores ejercían sobre sus producciones era fuente de sufrimientos para directores como Hitchcock o Erich Von Stroheim (quien vió dos de sus mayores protectos tijereteados en la sala de montaje por decisión del productor Thalberg)
[3] Spartacus, 1960
[4] I Am Spartacus!: Making a Film, Breaking the Blacklist, publicada originalmente por Open Road Media en 2012
[5] En este caso sería más acertado clasificarla como el personaje interpretado por Peter Graves en Aterriza como puedas (Airplane, 1980): Película de gladiadores.
[6] La rebelión de esclavos capitaneada por Espartaco fue precedida por otras dos Guerras Servile: hay que ver que pesados podían llegar a ponerse los esclavos con eso de tener derechos.
[7] Aquí pueden ver alguno de los storyboards de Bass. No es la primera vez en la que Bass ponía su talento como creador de storyboards al servicio de un productor o director: está también, por ejemplo, tras la creación de la famosa escena de la ducha en Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock.
[8] Entre los que raramente verán ustedes que se emita El Evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, dirigida en 1964 por Pier Paolo Pasolini) a no ser ocasionalmente y a altas horas de la madrugada. Narciso Negro (Black Narcissus, 1947), de Michael Powell y Emeric Pressburger, una emocionante película sobre las peripecias de unas monjitas misioneras en el Himalaya, tampoco la he visto programada ni en Semana Santa ni en Navidades, vayan ustedes a saber por que.
[9] La película La tapadera (The Front, 1976) dirigida por Martin Ritt y protagonizada por Woody Allen y Zero Mostel es una tragicomedia inspirada en situaciones como esa. Varios participantes en esta película habían sido víctimas de las listas negras.
[10] Historia que recreó George Clooney en su película Buenas noches, y buena suerte (Good night, and good luck, 2005). Clooney, por cierto, escribe el prólogo de Yo soy Espartaco.
[11] Exodus, 1960
[12] Douglas, como también lo era, por ejemplo, Burt Lancaster, era uno de las actores-productores emergentes de los 50,una figura que no se veía desde la creación, en 1919, de United Artists, en la que tres actores (Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charles Chaplin) y un director (David W. Griffith) se unieron para producir sus propios proyectos de manera independiente y sin depender de las grandes productoras de Hollywood. Tal ocurrencia fue definida por algunos como “Los locos se han hecho cargo del manicomio”, y lo cierto es que United Artists fue una rareza entre las grandes productoras de cine americanas, en las que seguía predominando el modelo de gran estudio con un productor casi omnipotente llevando el timón. Tras la segunda Guerra Mundial, la figura del productor independiente vuelve con fuerza, con pequeñas productoras que se embarcan en proyectos demasiado personales o arriesgados para los grandes estudios.
[13] Stanley Kubrick: A Biography. Da Capo Press, 1997
[14] Trumbo creía, y estoy de acuerdo con él, que la pérdida de peso de Graco (el personaje de Laughton) en el guión definitivo es en perjuicio de la película (en la novela original, la presencia de los contrincantes políticos Graco y Craso, interpretado por Olivier, está más equilibrada). Algunas escenas de con Laughton fueron además recortadas en el montaje final, y se han perdido para siempre. Para los que querais más detalles, escribí un artículo al respecto.
[15] De hecho, he podido reconocer referencias directas de otros libros sobre Espartaco en el texto.