Diez maneras de cruzar el Serengueti
UNA. Mientras leía este nuevo libro de cuentos de Juan Bonilla tuve la sensación de que por sus páginas habitaban dos espíritus: el de Holden Caulfield ya adulto (o, para ser más exacto, el de los personajes de Salinger, la sombra de cuyo personaje más conocido siempre es alargada) y el de Vladimir Nabokov en forma de estilo y juego y fina perspicacia en la dimensión psicológica de los adultos y adolescentes que el autor pone en solfa. Una vez leído, la sensación permanece, pero afloran otras más urgentes, conmovedoras, melancólicas, porque uno de los hallazgos de las narraciones de Juan Bonilla es la de generar la empatía emocional con el lector a partir de situaciones que de un modo u otro nos resultan cercanas. Como si sus historias fueran una inversión emocional en la que descubrimos con nitidez los engaños y trampas que nos ponemos a nosotros mismos.
DOS. Y es que en esta colección de relatos emocionante hay una especie de ajuste de cuentas de la persona ya adulta con el adolescente que fue, como en Subasta holandesa o en Tú sigue por donde vas, que no vas a ninguna parte. A otros, como El llanto o Justicia poética, los mueve un inesperado e impetuoso sentimiento de venganza. Pero en todos planea o late algo más relevante, la sabiduría de lo poco que apreciamos los momentos cuando los vivimos, la de que sólo cuando han pasado aparecen con cierta claridad y, por extensión, la idea-deseo de lo que queremos ser y en lo que terminamos convertidos. Esto, que expuesto así resulta banal, en los cuentos de Bonilla (escritos con esa naturalidad con la que uno respira) se torna insólito, igual que si nos metiéramos en la aventura del rescate de un barco naufragado cargado de tesoros, donde la embarcación no es más que la nublada memoria y el reluciente tesoro aquello que impide seguir disfrutando del presente aunque ese presente sea común o rutinario.
TRES. El título del libro hace referencia a un documental que muestra cómo la manada de ñus en su migración anual al cruzar el Serengueti sacrifica a algunos de sus miembros devorados por cocodrilos para salvar la manada. Esta imagen se convierte en metáfora, imagen, motor, enseñanza… de lo que les ocurre a los personajes de estas espléndidas historias, pues de lo que hablan estos cuentos como idea central es de lo que cada uno tiene que sacrificar y renunciar para seguir viviendo o sobreviviendo. O, dicho con otras palabras: habla de la vida de cada hombre que no es Messi o Ronaldo… Habla, en definitiva, de personas normales, de sus sentimientos y anhelos, de sus pérdidas y sueños, de lo que dejaron atrás, y de las flaquezas y debilidades con las que se afronta el camino (alegre y doloroso) de la existencia.
CUATRO. Según ha contado el autor, los cuentos parten de situaciones autobiográficas. Pero esto es meramente un incitador, una simple excusa para dejar que se cuele la ficción por las grietas de lo que fue real en forma de deseo o anécdota. En forma de lo que fuese. ¿Qué importancia tiene que el muchacho Bonilla estuviese enamorado de Brooke Shields o que olvidara el pin de su tarjeta de crédito un día crucial en el que necesitaba dinero o que durante meses oyera el llanto de un bebé al que deseó la muerte? Algunos de estos cuentos están narrados desde la perspectiva del adulto que mira al adolescente que fue en una situación que de un modo u otro hizo estallar la pasión desaforada con la que los adolescentes viven casi cualquier acontecimiento, insignificante o no. En los relatos el adulto recuerda (Había una manera, Tú sigues por donde vas, que no vas a ninguna parte) o es la realidad la que le sirve el recuerdo (Brooke Shields, Subasta holandesa). Relatos narrados en primera persona, como si Juan Bonilla estuviera a tu lado contándote la historia en un local tranquilo, con una luz tenue, entre cervezas y confidencias, que es la sensación que como lector tuve al leer los cuentos.
CINCO. Los relatos conviene leerlos en su orden, porque aunque su lectura no está tan determinada como en Tanta gente sola, sí que hay un diálogo, conexiones, matices…, entre ellos. Por eso, e igual que Juan Bonilla alude en algunos de sus cuentos a la vida como una carrera de relevos en la que nuestros distintos yoes se suceden, dando el testigo y acumulando los pocos aciertos y los demasiados errores que se cometen, porque sí, porque en la vida hay más fracasos que triunfos, yo voy a comenzar por el primero, Había una manera, un cuento con un ritmo prodigioso que habla de la identidad y de la suplantación, de apropiarse de los logros ajenos, de la rivalidad y de la derrota a partir de una partida simultánea que al parecer tuvo Bobby Fisher en Jerez, donde alguien, en el cuento un chico, le hizo tablas.
SEIS. «La enfermedad de mi madre destrozó mi matrimonio y me salvó la vida», así comienza Cuidados paliativos, uno de los mejores relatos del libro, uno de los más sentidos, que expone la negativa a afrontar las certidumbres de la enfermedad, la muerte, y también del envejecimiento y de las relaciones de pareja. En este cuento, como en la mayoría de estas diez conmovedoras historias, el asombro y lo imprevisible emergen con facilidad, a pesar de que no hay aventuras extraordinarias, acaso porque la vida ya es suficientemente asombrosa. Bonilla despliega en este relato líneas de fuerza paradójicas, y lo hace con melancolía y con un raro aire esperanzador, tratándose como se trata de la muerte y la erosión del tiempo. «Bastaba con hacer tiempo, si es que es posible que el tiempo se haga, si no es vivir, precisamente, deshacerse en tiempo. Tan sencillo que daba miedo. No vamos a morirnos. No se puede. Vida por todas partes, vida sola, tan insignificante y obvia como un rostro hermoso al que adjudicamos un misterio para enaltecer de alguna forma su descarada falta de misterio».
SIETE. Brooke Shields retrata el miedo de un muchacho a ir solo al cine por el qué dirán a ver El lago azul, y poder así disfrutar de la persona de la que está enamorado, la actriz que da título al cuento. Sin embargo, este arranque deriva en algo más hondo, en un juego de la dimensión de la realidad, de la amistad, de la literatura, que se acompaña de un retrato bastante atinado de los años ochenta y de las debilidades y anhelos y deformaciones que hacemos cuando somos adolescentes. Ese territorio poblado de pasiones y odios, de deseos que explotan con frecuencia, en el que la construcción de la identidad y la personalidad condiciona la persona que uno será y a la que volverá una y otra vez, sabiendo que no es más que una máscara, quizá igual que aquellas sensaciones y aventuras, transformadas en el deterioro de la memoria, en la idea ilusoria de conquista de casi cualquier adolescente. Este cuento (los cuentos) nos muestra el reino mítico de la adolescencia sin idealizar, pero con toda la energía de un joven apasionado. Y sí: Brooke Shields es uno de esos relatos que se te clavan y te acompañan.
OCHO. Tal vez, el relato más débil en comparación al resto (aunque las comparaciones habría que dejarlas para una competición, algo de los que los libros de relatos se encuentran exentos) sea Sólo tienes que resistir hasta mañana. Un tipo en crisis existencial que al olvidar el número de pin de la tarjeta empieza a recordar los instantes más importantes de su vida. El cuento despliega bastante sarcasmo soterrado y dobles lecturas a pesar de que no se termina de desprender de la anécdota. El olor a infancia, a las calles en las que el niño jugó, en las que dio las primeras patadas a un balón… articulan El sol de Andalucía embotellado, donde un escritor de promoción en Alemania hace lo imposible para ver el partido clave en la que debe ascender su equipo, el Jerez, cuando en la habitación de al lado hay alguien que canta los goles a la vez que el protagonista, preguntándose éste si en pleno Berlín pueden haber dos seguidores del Jerez viendo el mismo partido. Entonces el escritor fantasea, reflexiona, retuerce posibilidades en una narración con mucha nostalgia y perspicacia.
NUEVE. A El llanto y Justicia Poética los impulsa la venganza, aunque están contados con humor y mordacidad. Ambos plantean situaciones algo cafres, pero muy verosímiles. Ahí radica la capacidad de Bonilla para rizar aquello que consideramos real. No resulta complicado empatizar con esos jóvenes que quieren hacer justicia al escritor ninguneado hace décadas, ni por el obsesivo tipo que decide grabar el llanto de un bebé que le impide dormir con una idea descabellada. Con un planteamiento sugerente y el desenlace más triste de todos, el cuento Tú sigue por donde vas, que no vas a ninguna parte traspasa la realidad y la ficción y se desenvuelve en esa zona porosa e indeterminada de la imaginación (condenadamente verosímil) al tiempo que se vuelve un potente análisis de las relaciones de los adolescentes con los adultos, de la amistad en esa época, en una historia con tantas vetas que el autor podría regresar a ella y seguir explotándola. Ya sé que nadie va a creerme, pero sucedió así puede leerse de varias maneras, con un pie en Bradbury y otro en Salinger: la pareja y el desgate, la capacidad de la literatura en la vida, el pasado como el detective que nos vigila y fotografía, la confusión del presente y el inexistente futuro.
DIEZ. En el relato que cierra esta colección, Subasta holandesa, el protagonista recibe de su hermano la lista que hizo de adolescente titulada «Cosas que tienes que hacer antes de los cuarenta». Por supuesto, no ha hecho ninguna. El cuento es una invitación a sentirse bien con el yo actual, aunque el yo joven que fue le meta los dedos. La aceptación y no la resignación, la libertad de asumir lo que uno ha terminado siendo en la carrera de problemas y fracasos y alguna alegría de la vida… de esto hablan estos cuentos maravillosos, escritos con una sencillez compleja, sin retórica inútil, impregnados de nostalgia y de corazón.