Nuestra esperanza de vida se ha doblado con poco más que lavarnos las manos y ducharnos, dice el físico italiano Carlo Rovelli. La jornada laboral de 5 días, y no sólo mejores medicinas, es lo que ha añadido años a nuestra esperanza de vida, dice el genetista Richard Lewontin. En cualquier caso, todos esos factores han desembocado en cifras que aumentan paulatinamente desde mediados del siglo XX y que se sitúan ahora en muchos países avanzados por encima de los 80, siendo las mujeres las que aumentan la media (suelen vivir unos siete años más). Estas estadísticas son algo engañosas, o al menos su interpretación resulta matizable. Las esperanza de vida con buena salud se sitúa en los hombres en torno a 60 años y en las mujeres unos decimales menos (ahí ambos sexos andan parejos). ¿Qué quiere decir esto? Que para muchas personas, la vejez supondrá una larga cuesta abajo, una constante pérdida de funciones vitales y «adquisición» de nuevos achaques, una especie de desconexión cable a cable, como la del ordenador HAL de 2001.
Un Adiós Especial, de Joyce Farmer, narra el proceso de deterioro físico y mental de una pareja de ancianos, los últimos cuatro años de vida de los que fueron su padre y su madrastra, pues está basado en su propia experiencia. La obra, realizada durante trece años, supone -sin exageración- uno de los mejores retratos de la vejez que se han hecho hasta el momento en cualquier género de ficción (novela, película, serie, cómic), un acercamiento desgarrador, impactante, pero también tierno y lleno de humor, a la impotencia ante la muerte cercana que en este caso no se viene tan callando, que diría el poeta, sino con suficientes anuncios previos, su particular marketing que incluye todo tipo de productos, desde las más variadas inutilizaciones hasta las imprevistas averías, a lo que hay que sumar todo un catálogo de desgastes comunes.
Presentado así pudiera parecer una muestra del horror. Nada más lejos. Lo mejor de Joyce Farmer es cómo muestra algo tan duro. El camino que toma es reflejar el proceso con un tono conmovedor pero sin sentimentalismos baratos, sugiere pero no condiciona al lector, y no abandona en ningún momento la otra fuerza presente y resumida en el lugar común la vida sigue. Y mientras sigue no es que haya esperanza. Sencillamente su fuerza se impone y con ella el intento de disfrutar de lo que se pueda y continuar al lado de los seres queridos. A su vez, estos seres queridos se enfrentan con dolor e impotencia, y muchas veces sin saber ni cómo hacerlo, a esa degradación lenta pero segura que incluso convierte en una odisea algunas actividades de lo más corriente, como el aseo, conducir, coger algo de una estantería, limpiar o levantarse de la cama o el sofá. Casi cualquiera podrá identificarse por haber vivido de una u otra forma alguno o muchos de los pasajes que se cuentan y por la reflexión que suscita en torno al paso del tiempo y la muerte propia o de familiares y allegados.
El enorme humanitarismo, honradez e inteligencia con el que está narrado el cómic contiene otros dos elementos de importancia. Por un lado, el recuerdo de una serie de anécdotas de juventud de los dos personajes principales resalta hechos como la riqueza de unas vidas corrientes cuya dimensión suele ser más grande y variada de lo que pueda parecer incluso a los que la viven ( con cuestiones impensables o sorprendentes para las personas cercanas). Es decir, pese a lo que creamos sólo conocemos una parte de los están a nuestro lado, muy relacionada con el papel que desempeñan con respecto a nosotros. Por otro, y aquí podemos enlazar con el primer párrafo, los excesos de una profesión médica que, en ocasiones, está destinada a prolongar la vida a pesar de la merma de salud que pueda provocar el tratamiento, una paradoja cada vez más frecuente que parece valorar esa extensión por encima de otras consideraciones.
El aspecto formal se sustenta en viñetas regulares y sencillas que ayudan a que el lector pueda entrar en la historia desde el principio. El dibujo ni destaca ni estorba, siendo a la vez suficientemente expresivo y adecuado a lo que se narra, un vehículo excelente para que fluya un guión que por su dureza se beneficia de esta elección. Sin ser una gran dibujante tampoco le hace falta.
Puede resultar sorprendente que Joyce Farmer haya escrito y dibujado una obra de estas características, pues su trayectoria como autora de cómics estaba cimentada en el underground de los 70, donde destacaba como combativa feminista con viñetas reivindicativas cargadas un lenguaje y carga sexual controvertidos para la época. Con este trabajo muestra su versatilidad y múltiples posibilidades creativas. Lo terminó con 73 años y se trataba de su primer tebeo largo, justo cuando entraba en la edad en la que podían empezar a pasarle muchas de las cosas que ocurren en Un adiós Especial.