Sí, he visto a La Mano Invisible. Si Adam Smith pudiera ver ahora a su creación, gritaría sin poder parar
Hoy he leído un artículo sobre las películas de superhéroes en la cartelera. Curiosamente, se lo han encargado a un periodista cuya falta de aprecio por este género del cómic es pública y notoria desde hace décadas[1]. Entiéndanme, soy del parecer de que cada uno es libre de expresar sus opiniones, pero no he podido evitar recordar los feroces debates tebeísticos de los años 80-90 en los que aficionados y crítica se lanzaban los unos al cuello de los otros en razón de sus querencias de género. Los aficionados al cómic franco-belga y sus variantes posmodernas se postulaban como defensores de la Línea Clara, en contra de los aficionados al Underground (cuyos guasones partidarios optaron por bautizarse como Linea Chunga), los defensores del cómic americano (en su variante clásica: Hal Foster, Alex Raymond, Wally Wood,…) o los fans del género superheróico. Por aquel entonces, el cómic oriental todavía no era objeto de importación masiva, con lo cual no había suficientes aficionados a los que el resto de lectores posicionados pudiera calificar, desde sus respectivas trincheras, como emisarios de Fu-Manchú.
En aquella estéril yihad tebeística, para determinar qué estilo de cómic era «el bueno», los fans de los superhéroes eran los que más recibían por parte de la crítica «seria y adulta». Irónicamente, en aquella época las grandes editoriales americanas estaban dando la alternativa a jóvenes autores que revitalizaron añejos personajes dándole una vuelta de tuerca al género. Muchas de esas obras, distribuidas sin el sello censor del Comics Code Authority, se dirigían a un público mayormente adulto. Yo ya era entonces de la opinión de que el secreto de la felicidad para el lector de cómics consiste en una dieta rica y variada, y consumía línea clara, línea chunga, superhéroes y básicamente todo tebeo que se me pusiera por delante[2]. Desde mi perspectiva omnívora, me escamaba un tanto la abstinencia a la que se sometían algunos; si yo disfrutaba leyendo a Hergé, Crumb o Gotlib, ¿por qué ellos no podían disfrutar de Frank Miller[3], Walter Simonson, Jack Kirby o Alan Moore? Añadiré que algunos cómics de superhéroes publicados entonces han tardado tres décadas en ser reconocidos por los popes de la sección cultural de los grandes medios, quienes en su momento, y por poner un ejemplo, no prestaron la más mínima atención al Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, supongo que por ser un tebeo de tíos en esquijama.
Creo que uno de los motivos del desdén de algunos hacia el género es su incapacidad para la suspensión voluntaria de la incredulidad: «¿Tíos superfuertes que vuelan con el calzoncillo por encima de los pantys? ¡Pero de que vas!». Ese mismo síntoma se puede detectar en personas incapaces de disfrutar de una buena película de fantasía o ciencia ficción[4]. Gente que, por otra parte, es perfectamente capaz de creerse que una señora saludablemente rolliza y con un chorro de voz está agonizando a causa de la tisis. Será que en los escenarios de ópera nadie va vestido con spandex[5].
Los que abrimos un tebeo sin prejuicios sabemos que bajo la etiqueta de género un buen autor de cómics puede explicar historias sobre angustia existencial, amor, guerra, amistad, diferencias generacionales o desigualdades sociales, por citar sólo unos temas que han generado obras inmortales. En manos de un autor capaz y con cosas por explicar, el medio y el género utilizados son secundarios. Un cómic puede también ser una herramienta de análisis de la actualidad, como en el caso de The Adventures of Unemployed Man (Little, Brown and Company, 2010), en la que Erich Origen y Gan Golan[6] nos narran una historia de caida y redención claramente didáctica, con mucho sentido del humor y manejando con suma habilidad los tropos del género superheroico; ofreciéndonos un retrato de las causas y consecuencias de la crisis económica que desde 2007 convulsiona la economía del planeta. El cómic se centra en el caso estadounidense y sus autores se posicionan claramente en contra de la economía de corte especulativo que tiende a beneficiar a las grandes fortunas y precarizar la vida del ciudadano da pie[7].
La historia empieza presentándonos al multimillonario Bruce Paine, más conocido como Ultimatum, el Caballero Oscuro de la Autoayuda, quien desde su UltimatiCueva de Positividad sale cada noche a combatir a los desustanciados que no creen en el sueño americano: «Si tú crees en ti, nada te resultará imposible», proclama. En una de esas patrullas en las que se convierte en azote de supuestos gorrones del sistema, descubre que en realidad muchos de ellos tienen empleo, pero cobran un salario que no les permite vivir dignamente. Nuestro héroe les sigue la pista hasta una maquila urbana en la que estos héroes cotidianos son explotados sin piedad fabricando merchandising de… ¡Ultimatum!
Escandalizado al descubrir que hay ciudadanos que pasan necesidad aún «trabajando duro y respetando las reglas del juego», Ultimatum convoca al consejo administrador de PaineCorp para cambiar tan terribles prácticas, sólo para descubrir que su empresa ya no le pertenece y que su consejo sigue las órdenes de La Mano Invisible; Ultimatum es expulsado de su propia empresa y se convierte en Unemployed Man. Ni siquiera su poder del Pensamiento Positivo le había preparado para perder su fortuna y su mansión, dedicar horas interminables a mirar ofertas de trabajo o acudir a entrevistas de trabajo en las que se le llega a proponer que trabaje para supervillanos. Durante su éxodo hacia el puesto de trabajo prometido, Unemployed Man se encontrará con otros héroes que, como él, soportan la crisis como buenamente pueden. Entre ellos está Plan B, el eterno compañero de los héroes; FellowMan, el hombre empático; Master of Degrees, el universitario que se ha dedicado durante años a estudiar para encontrar un empleo mejor que el de sus padres, o eso creía; Wonder Mother, una superejecutiva cuya kriptonita laboral son su maternidad y el techo de cristal; Good Grief, vocacional profesora de superhumanidades afectada por los recortes en educación; White Rage, el trabajador blanco sobreexpuesto a sobredosis de ondas generadas por emisoras ultraderechistas, que le convierten en un coloso de furia ciega que destruye aquello que considera una amenaza para los buenos WASP; o Fantasma, la trabajadora sin papeles con el don —o la maldición— de la invisibilidad.
¡Mirad! ¡Arriba en el cielo! ¡Es un pájaro! ¡Es un avión! Naaah… Es otro pringao al que han despedido
Nuestros héroes descubren que detrás de su desgracia y la de otros muchos superhéroes en paro o en precario, están las maquinaciones de La Mano Invisible y la exclusiva Just Us League. Además, está el asunto de la desaparición de Everyman, el más grande de los superhéroes de la edad de oro, el héroe del New Deal Rooseveltiano que consiguó domeñar la crisis del 29. ¿Podrán nuestros empobrecidos héroes seguir sus pasos y acabar con una crisis global de proporciones monstruosas?
The Adventures of Unemployed Man nos revela las claves de la crisis económica en clave paródica, más propia de un cómic underground o una sátira de la revista Mad de sus buenos años. El estilo gráfico, sin embargo, es claramente homologable al del cómic clásico de superhéroes, no en vano está en manos de profesionales habituales del género. Completan el argumento original cuadros en los que se ofrecen informaciones y estadísticas adicionales, camuflados a la manera de falsos anuncios a imitación de los que se suelen encontrar en los tebeos de grapa.
Entre los chistes y juegos de palabras encontramos un retrato bastante amargo de la precariedad, y un ataque frontal a quienes obtienen beneficio de ella. Realiza una crítica de fondo de las teorías ultraliberales que han regido la economía desde los años 80 y que han supuesto para trabajadores y clase media una pérdida de poder adquisitivo y de derechos cada vez mayor. Razonan que una economía basada en el egoismo y el sofisticadísmo principio de «¡Tonto el último!» no abunda en provecho del bien común, sino en el de una élite cada vez más reducida y más opulenta. No quiere decir esto que el cómic no critique al ciudadano que, por mantener una ficción de prosperidad pese a su menguante salario, se abandonó en los brazos del crédito fácil. Tampoco se libra cierta élite política que, siendo en apariencia más progresista, es pusilánime a la hora de afrontar las reformas necesarias para poner coto a un ultraliberalismo que campa a sus anchas.
Pero este cómic no se limita a ofrecer un diagnóstico de la crisis: nuestros voluntariosos superhéroes tambien proponen soluciones, el mismo protagonista cambia de perspectiva sobre lo que tiene que ser una actitud positiva: «Tal vez pensar en positivo no consiste en pretender que eres feliz mientras el sistema te exprime… Tal vez en lo que consiste realmente es en creer positivamente en tu capacidad para cambiarlo». Cabe preguntarse si veremos algún día una edición en castellano de este interesante cómic (existe ya una edición francesa): pese a que bastantes las referencias de fondo (situaciones y personajes) son locales y las coñas en clave superheroica serán sin duda mejor disfrutadas por los adictos al género, la mayoría de estas referencias son razonablemente asequibles para quienes van siguiendo la sección de noticias internacionales de los media y superables con alguna que otra nota al pie. El problema retratado es mundial y, por desgracia para el ciudadano de a pie (con alter ego superheroico o no), sigue plenamente vigente.
[1] No quiero decir con ello que no esté de acuerdo con alguno de los argumentos expuestos por el periodista, pero su intensa aversión al género lastra todo el artículo.
[2] Desde temprana edad, me lanzaba con avidez sobre cualquier cómic que estuviera a mi alcance, ya fuera el Zipi y Zape, el Totem, Creepys, El Hombre Cosa o El Papus.
[3] El de entonces, el que marcó un antes y un después con su trabajo en Daredevil y Batman. Confieso que le dejé de seguir con asiduidad alrededor de Sin City, que nunca me acabó de gustar pese a que los que no prestaban atención a su obra anterior lo consideraban «mejor y más adulto». Moraleja: si quieres que la crítica respetable te considere un «autor adulto», añade unas cuantas gachisas espelotás, como en una de esas pelis de la era dorada del Landismo.
[4] Gente que, por ejemplo, no podrá apreciar en Distrito 9 (District 9, 2009) como la acerada parábola sobre el apartheid y la xenofobia que es.
[5] Aunque dénle un poco de tiempo a los ocurrentes escenógrafos modernos y ya verán, ya…
[6] Origen y Golan son los creadores y guionistas del proyecto en el que este último se ha dedicado a la dirección de arte, diseño de personajes y esbozos, acabados al lápiz por Ramona Fradon, Rick Veitch y Michael Netzer, y entintados por Terry Beatty y Joe Rubinstein. Los colores y la rotulación están a cargo, respectivamente, de Thomas Yeates y Clem Robins. En calidad de artistas invitados, Benton Jew, Thomas Mauer, Clem Robins, Shawn Martinbrough y Tom Orchezowsky son los autores de insertos sobre el origen de varios personajes. Más detalles sobre el cómic en su página web.
[7] El cómic es un medio con un potencial de divulgación enorme: véase, por ejemplo, el impacto del video promocional de Españistán. Este país se va a la mierda, el cómic de Aleix Saló sobre la burbuja inmobiliaria en España, que en el momento de escribir estas líneas se acerca a los 6 millones de visionados (la cifra es la de los visionados en el canal de youtube oficial del autor: el video se ha visto publicado en otros canales; así que la cifra total de personas que han visto este cortometraje sesrá mucho mayor).
Gloria Porta
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