A veces, al recordar a Félix Romeo, me lo imagino como una gran bola luminosa de memoria. Creo que tiene que ver con su envergadura física —era muy grande, con todos mis respetos— y también con su envergadura intelectual, por eso la luz. Y luego está la memoria. Quizá fuese un hombre hecho de memoria, quizá todos estemos hechos de memoria. Otras veces imagino que era el hombre sobre la faz de la tierra que más libros había leído, y que tenía la capacidad de recordarlos todos, como en aquel cuento de Borges, Funes el memorioso, si bien él lo llevaba mucho mejor que Funes. Otras veces me lo imagino en el catre de su celda leyendo toda la noche con una pequeña linterna, como si fuese un niño que descubriese lecturas a escondidas de sus padres.
Por qué escribo, publicado por Xórdica, recoge un gran número de artículos escritos por Félix Romeo entre 1988 y 2011, muchos de ellos publicados en el Heraldo de Aragón.
Hay algo muy particular en sus artículos que también trasluce en sus novelas y sus cuentos, esa sensación de que lo que leemos es un pequeño extracto de vida, de su vida, el tranche de vie, que dicen. A veces imagino que realmente sus novelas, cuentos y artículos pertenecen a una gran historia, escrita en diferentes géneros, que relata una vida, su vida.
Ocurre que la vida de Félix es una de las vidas más grandes que he visto, aunque se acabase pronto (Zaragoza, España, 1968 – Madrid, 7 de octubre de 2011 ). Era inmensa porque Félix hacía algo que no muchos hacen, que es vaciarse en los otros para volverse a rellenar con ellos. Por eso sus escritos que hablan de él hablan de tantas cosas, te lanzan a tan diversos lugares, cuestionan espacio y tiempo. Por ejemplo, sus cadenas, que usa en muchas ocasiones como técnica estilística en sus artículos, esa forma de interconectarlo todo.
Pepe Cerdá, antes de pintar a Ascaso y a lo milicianos, pintó atracciones de feria. Con su padre. Pepe Cerdá vivió en parís durante siete años. Pepe Cerdá pintó un retrato de Ramón Acín Aquilué. Ramón Acín Aquilué, que vivió exiliado en París, pintó un cuadro que se llama La feria en el que aparecen una noria, un enorme tobogán y un Pim Pam Pum.
Y en un pequeño texto tenemos a Pepe Cerdá pintando a Ascaso y también atracciones de feria con su padre y también, en París, pintando a Ramón Acín que pinta un cuadro que se llama la feria y tentemos a Félix Romeo y su infancia, y a las ferias. Y así funciona, con ese fraseo corto y repetitivo casi como un poema limpio donde los quiasmos y las anáforas se sucediesen pero con cada una nos mandase a un lugar distinto y en su conjunto explosiona como una bomba atómica casera.
El título del libro viene de un artículo homónimo, Por qué escribo. No conozco a ningún escritor al que el artículo le haya dejado indiferente. Tampoco conozco a un lector al que no le haya emocionado. A veces, imagino a Félix Romeo escribiendo, sentado, este artículo. Lo imagino sin detenerse mucho a pensar lo que escribe, quizá porque no necesita pensarlo, porque ya lo sabe, quizá porque ya lo ha pensado, o porque sale de dentro. Sus textos, no sólo este, están revestidos de una honestidad hermosa, hermosa porque es vulnerable, porque son textos que tiemblan como tiemblan las personas cuando son bellas y están cansadas y se les puede alcanzar una verdad a través de los ojos aunque no digan nada.
Uno de mis artículos favoritos es Aparecen y desaparecen: las fuentes donde Félix hace un recuento de todo aquello que ha desaparecido.
Ha desaparecido la harinera, ¿era una harinera?, de la avenida Compromiso de Caspe y ha aparecido un bloque de casas. En el local de abajo hay un Chiqui Park, donde mi sobrina Vera Celebró sus primero cumpleaños.
Han desaparecido las huertas y los tractores y han aparecido los chalets adosados con escaleras y verjas a la entrada.
¿Han desaparecido Manolo Rodríguez, Paco Urgel, Santiago Uriel, Félix Salvoch, Mariano Roy, los hermanos Gallur, Paniagua, Mercedes, Rosario, Cristi? Yo también voy desapareciendo.
A veces imagino que no, que no, que tú no vas desapareciendo.
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