El asesino que se internó en casa con nocturnidad y alevosía para serrar a marido, esposa y niños, incluido tierno bebé, y así hacer honor a algún apodo puesto por un mediocre periodista, tiene su oportunidad. El violador del descansillo de la escalera —el ascensor y el portal estaban saturados— tiene también su oportunidad. La tiene el traficante de armas, el mafioso, el estafador de poca o mucha monta, el banquero corrupto o el tironero de bolsos. La tienen el proxeneta o el falsificador de billetes. La tienen el maltratador y el camello. La tiene el conductor borracho que atropella a un viandante. Existe, sin embargo, un nuevo delito no tipificado en el código penal que escapa a toda posibilidad de perdón: el spoiler. Antaño no era raro que aquel que veía una película te la contase de cabo a rabo, con la excepción de los títulos de crédito, y sólo porque se había marchado de la sala nada más leer «The End». No sólo te lo contaba, se pedía que lo hiciera como modo de salvaguardar la tradición oral del pueblo mediterráneo. «Cuéntame la película». Y te la contaba incluso haciendo gestos, y puede que rememorando las escenas de acción con bastante viveza. Esto cambió hace unos años y ahora la propia Amnistía Internacional exige tortura para aquel capaz de desvelar la trama de una obra. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en su epígrafe 3.1 de la sección cuarta, recoge la necesidad de linchar al que adelanta el argumento del sexto episodio de la cuarta temporada de una serie. Médicos sin Fronteras ha puesto a disposición de la ciudadanía bisturís sobrantes para abrir en canal a la persona que se exceda con la sinopsis de un libro. Cruz Roja Internacional mira para otro lado cuando hordas enfervorecidas despedazan a alguien que narró el final tan ansiado. El spoileador no tiene oportunidad. Es el enemigo público nº 1. Un apestado social. El nuevo leproso. Jack el Destripador de series. Desvela tramas, finales y giros argumentales a las prostitutas de White Chapel, que mueren por indignación.
Por tanto, no nos atrevemos a ni tan siquiera esbozar la peculiaridad de un altar con la Virgen María que aparece en Muchos Matrimonios, la novela de Sherwood Anderson, que deja en simples aprendices a los excesos de cualquier romería rociera o festividad de Semana Santa en un pueblo de Hispanoamérica. Este uso personal de la religión simboliza el tono en el que está desarrollada una obra elogiada por F. Scott Fitzgerald en la antigua reseña del libro que sirve ahora de prólogo para la edición de Gallo Nero. Faulkner consideraba a Anderson el padre de su generación.
Si hoy día estamos acostumbrados a la disección de las relaciones familiares y de pareja desde multitud de puntos de vista, la perspectiva desarrollada en Muchos Matrimonios sigue manteniendo su fuerza y originalidad desde 1923. Cuenta por tanto con ese doble interés. Por un lado, es una novela en cierto modo pionera al abordar el matrimonio en ciudades plenamente industriales y ofrecernos además un protagonista ahora muy habitual pero no tanto entonces, ese personaje cuyas acciones pueden ser cuestionadas y que traspasa en ocasiones los límites de la crueldad. Un personaje complejo y poliédrico que se cuestiona a sí mismo, que se discute y que no se limita a autojustificarse, como tampoco espera justificación por parte de un lector que tiene la oportunidad de juzgarle por sí mismo en caso de que quisiera juzgarle o pudiera hacerlo. Por otro, la narración se centra en un tono místico, casi delirante a veces, para explicar la crisis de una pareja que se unió muy joven y de una forma un tanto arbitraria a causa de la presión de un entorno social que proscribe las pasiones, la carne y el sexo. La locura como vía para explicar la locura cotidiana. Romper con todo comportamiento coherente como única forma de escapar de unas convenciones cuya pátina de normalidad, cuya cotidianeidad, hacen que otro tipo de incoherencia esté tan pegada a la cara de las personas que no pueden llegar a verla hasta que se alejan de ella de una forma tan abrupta que acarrea el trastorno o la enajenación, o que quizá los provocaron, lo que hace que la búsqueda de la felicidad, lejos de ser un camino floreado, implique costes altísimos para aquel que desea emprenderla y también para sus seres queridos.
Otro punto interesante en la novela es la sutil distinción entre ingenuidad e inocencia. La inocencia es vista como un subproducto de la opresión y de una educación deficiente. Equivale a llevar una venda en los ojos por miedo. La ingenuidad la forma de huida desesperada ante quien de ninguna forma, y debido precisamente a vivir todo el tiempo en la inocencia, aún no puede tener acceso a una manera más realista y madura de ver las cosas. Si una impide el acceso a la vida, la otra es puerta de entrada, aunque como la de un elefante en una cacharrería.
La elegancia de Muchos Matrimonios entra también en asuntos, como la observación claramente sexual del cuerpo de una hija, bastante difíciles de abordar sin que la fuerza del tabú emborrone las diferencias, perfectamente expuestas en este caso, entre lo sano y natural y otro tipo de impulsos. Realmente la obra de adentra en multitud de cuestiones espinosas, dejando un amplio margen al lector, al que lejos de darle todo mascado se le exige un esfuerzo para adentrarse en un terreno que a veces roza lo profético.
Sólo se le puede poner una pega a esta novela. Mientras la voz principal es la del protagonista, otras voces también quedan reflejadas pero se quedan en una sencilla muestra, no llegan a desplegarse como la principal. Y se echa de menos que prosperen y sirvan de contrapunto a la primera, especialmente cuanto más perjudicado resulta el personaje por determinados actos.
No es casualidad que dicho protagonista pretenda ser escritor, pues la novela contiene una crítica no sólo a ciertos valores, sino a sus defensores, y entre ellos a determinados escritores. En uno de los pasajes finales, Sherwood Anderson pone en boca del personaje principal estas palabras:
Creo que la literatura americana ha hecho una contribución sin igual a la mejora, en sentido general, de las condiciones de vida del pueblo –prosiguió con tono convencido-. ¿No se da cuenta de que han sido nuestros escritores quienes nos han recordado constantemente el código moral y las virtudes esenciales? Los hombres como usted y como yo, propietarios de negocios y, en cierto sentido, responsables de la felicidad y del bienestar de la comunidad, jamás podrán estarle lo suficientemente agradecidos a los literatos americanos. Le aseguro que son hombres fuertes y generosos, siempre listos para defender todo aquello que es noble y justo.
Están lanzadas en tono irónico a un representante de la Cámara de Comercio del que se está burlando sin que él lo sepa.
En el fondo Mucho Matrimonios tiene un carácter burlesco y el carácter del protagonista equivale en cierto modo al del bufón que puede denunciar y desmontar ciertas convenciones asumidas como verdades inamovibles porque también está protegido por el mismo sistema al que ataca. De hecho no es el que paga por decir que el rey va desnudo. Aquí el bufón se disfraza de visionario, si es que ambos en el fondo no han sido siempre lo mismo.
En diversas reseñas se aclara que la obra no es inmoral, sino antisocial. Quizá tampoco lo sea y se encuadre dentro de una crítica al sistema desde el sistema, y una denuncia de determinados excesos. La singularidad de la voz del personaje principal puede llevar a la primera impresión, pero es una voz que se aparta del tono ordinario para analizar aspectos de la sociedad de su tiempo con más ánimo constructivo del que podría parecer por su naturaleza iluminada. No se trata por tanto de renegar o desertar, sino de construir de forma edificante aunque para ello se requieran en un primer momento las formas de un loco.