¿A dónde fueron los libros editados por miles por las instituciones antes de la crisis? Desde los gobiernos autonómicos al ayuntamiento de la última aldea, páginas y páginas se perdieron como lágrimas en la lluvia. Desde luego, a los estantes de las librerías no llegaron. Regalados los más afortunados en ruedas de prensa u otro tipo de eventos académicos de seminario, canapé y tentetieso. Apilados la mayoría, los desafortunados, en cajas amontonadas en los pasillos, huecos de escalera o cuartos vacíos de organismos oficiales. El que esto suscribe ha tenido la oportunidad de ver con sus propios ojitos cómo obras anunciadas a bombo y platillo unos días antes acababan cogiendo telarañas durante años en el mismo rincón cercano al lugar donde el concejal de turno, delegado de tal o consejero de cual había desgranado sus virtudes, escritas con mimo en un folio con letras muy gordas por uno de sus nosecuántos asesores. ¿A dónde fueron esos libros? ¿Qué criterios se siguieron para su edición? ¿Por qué nunca tuvieron líneas de distribución? Algún día alguien contará la historia de estos servicios editoriales dedicados a editar libros que nunca llegaron a ningún sitio. Y del dinero que todo aquello costó.
Seamos realistas. Nadie contará esa historia.
En el 2007 todavía había, como algunos la calificaban, «alegría presupuestaria». Un congreso celebrado en Córdoba sobre José Bergamín dio lugar a la edición en facsímil de Mangas y Capirotes, España en su laberinto teatral del siglo XVIII, editado originalmente por la editorial Plutarco en 1933. Es un libro difícil de conseguir y se podría pensar que en principio la elección fue muy acertada por parte de los servicios de edición de la Diputación Provincial. Finalmente sirvieron para regalo. Algo es algo. Quizá un ejemplar atrevido se escapó de alguna caja de noche y llegó a alguna librería. Quién sabe.
Al menos un puñado de personas podrán haber tenido la oportunidad de abrir las páginas de este peculiar ensayo centrado en la figura de Lope de Vega, aunque también se haga constante referencia a Calderón de la Barca y, en menor medida, a otros dramaturgos. No se trata de un libro para acercarse de forma ordinaria al teatro del Siglo de Oro, puesto que Bergamín no es un ensayista al uso. Aquí transforma su aproximación en una obra creativa llena de pasajes líricos muy cercanos a una especie de poesía en prosa vehemente y pasional, donde parece en ocasiones que le interesa que el lector sienta más que comprenda.
A lo largo de diversos episodios, Bergamín liga indisolublemente el teatro español a la religión católica, sin la cual no se concibe. Y describe sus características principales, como la popularidad, su relación con conceptos como Muerte, Verdad o Eternidad o su vocación burlesca, mediante la cual precisamente se puede llegar a las más grandes verdades.
Mangas y Capirotes resulta tan extraña como su autor y quizá su principal valor esté en aquellos que deseen estudiar su personalidad y evolución. Como ensayo es una insólita, abstrusa, y en ocasiones delirante muestra de fervor de alguien que pareció escribir este texto en un estado cercano a la exaltación religiosa. De hecho, cuando lo concibió era un católico convencido o convencidísimo. Se trata de un estilo extravagante por el que no ha pasado nada bien el tiempo, y que hoy tiene valor si acaso por comprobar cómo un considerado escritor decidió embarcarse en tan disparatada aventura, cuyo aliento poético ardiente, e incluso podemos decir que fanático, choca muchísimo con su obra poética propiamente dicha, sencillísima y humilde, como un intento de desproveer a Bécquer de todo adorno innecesario.
Si utilizamos jerga actual diríamos que cuando Bergamín escribió Mangas y Capirotes estaba «on fire» y abandonándose a un entusiasmo demoledor. Su propósito en ningún momento consiste en analizar racionalmente a Lope de Vega, sino que más bien se puede pensar que desea arrancarle el corazón al célebre dramaturgo y mostrárnoslo todavía ensangrentado y latiendo a nosotros, atribulados lectores que vamos como de susto en susto pasando sus páginas. Señor Bergamín, tranquilícese, por el amor de Dios.
Expertos en Bergamín, en el teatro del siglo de oro o alumnos de determinadas carreras de letras podrán encontrar en Mangas y Capirotes algún interés verdadero y cualidades aprovechables para sus labores. El resto con dificultad podrá entrar en una obra que posiblemente estuviese trasnochada desde su propia concepción. O puede que sea demasiado vanguardista para nuestros insensibles y embrutecidos cerebros.