En un momento determinado de La 4ª, novela de Mario Crespo, se hace una breve referencia a los cursos de escritura creativa, tan de moda desde hace tiempo. El narrador señala su inutilidad salvo que el profesor fuese capaz de transmitir a sus alumnos los mecanismos de la narración. Otro camino para tratar de enseñar este oficio resulta inútil. El novelista zamorano sin duda muestra en este libro publicado por Lupercalia que conoce dichos mecanismos y ofrece una obra bien armada, sólida y atractiva. Desconocemos si se trata de una venganza ante algún curso realizado hace tiempo e impartido por el ganador de un premio joven de poesía de una Diputación Provincial, sobrino del delegado de Turismo de la casa, el currículum habitual de tantos y tantos profesores de escritura de la querida España, esta España nuestra. Nos gustaría pensar, al fin y al cabo, que se trata de una de algo así, pues el autor apela constantemente a un lector también creativo y he ahí nuestro granito de arena. Peliculero, sí, pero granito de arena al fin y al cabo.
El ambicioso trabajo de Crespo llama la atención por varios aspectos. La complejidad de su estructura, repartida en varios episodios con distintas voces y en diversas épocas, contrasta sin embargo con un estilo muy sobrio y sencillo, con ritmo, que consigue enganchar con facilidad. Los saltos temporales y las variadas peripecias por las que pasan los protagonistas que cuentan la historia quedan reflejadas con extrema claridad. Por otra parte, consigue que algo asociado por muchas personas a las costumbres más rancias, la Semana Santa, sirva como hilo conductor natural de una trama que se presenta además con cambios de género literario, desde la rememoración de la infancia y los descubrimientos propios de la adolescencia, hasta las aproximaciones al género policíaco o la distopía propia de la ciencia-ficción. Sostener estos cambios sin dejar de mirar a las imágenes en procesión de Castilla o Andalucía o de mencionar Domigos de Ramos y Lunes Santos es, cuanto menos, peculiar. Junto a ello, continuas críticas políticas que van desde la España del último trecho del franquismo a la crisis económica iniciada en el año 2008.
A todo esto hay que añadir un par de cuestiones que derivan de lo expresado al principio. Hay una apelación constante al lector como elemento activo y continuas referencias a obras literarias o cinematográficas que permiten esa participación. Cada capítulo se dedica a una de ellas, como La historia interminable, El padrino, Inception, San Manuel Bueno, mártir o Un mundo Feliz. Concluye con el titulado como la misma novela, que se convierte, al final, en una reflexión sobre la propia construcción de esta obra y la literatura en general. Ese metaliterario colofón hace hincapié en el contraste entre una forma llana y directa y un fondo que aspira a mostrar una riqueza de relatores, géneros y partes conectadas de las que, en algún caso, se podría hacer una lectura aislada, como cuento aparte. Se podría calificar a La 4ª de una rareza en el mejor sentido. Y de paso se puede ver un aspecto didáctico. Dan verdaderas ganas de leer y ver -o de releer y revisitar, que diría el cinéfilo- los libros y películas mencionados, con mucha atención en el primer caso, con ojos nuevos en el segundo.
Los que añoren la famosa Ruta del Bakalao y el mundo de la discotecas de los años 90, o se vean atraídos por conocer el fenómeno, encontrarán también un capítulo que trata este tema de forma diferente al que lo han hecho las pocas ficciones que lo han abordado. Casi siempre, además, se han centrado en el aspecto más superficial de las drogas y la noche. Esos autores, más preocupados por «escandalizar» con un lenguaje escatológico, pasajes de sexo explícito e historias cercanas al sensacionalismo de los medios de comunicación, pasaron por alto desde los efectos del MDMA a su influencia en la percepción de la música, y por cómo repercutía todo ello a las relaciones personales y la vivencia de la juventud. Aunque Mario Crespo no dedica multitud de páginas a este asunto, se agradece un punto de vista más amplio, pues no todo fue chavales vociferando tonterías ante los micrófonos de los entonces incipientes realitys que han invadido hoy la pantalla con todas su variedades.
La novela presenta desde luego a un escritor con «músculo» posiblemente antes de su madurez. Se echa en falta, si acaso una mayor capacidad de soltarse del todo, por decirlo de forma coloquial, de escribir «a tumba abierta», pues se percibe todavía cierta contención, tanto en el estilo como en la dotación de voces distintas a cada personaje. También quizá en la propia historia, que quedaría redonda con más hondura en algunas cuestiones, pues por momentos parece que hay cierta premura por ir cerrándolas.
De cualquier modo son «pegas» a una obra más que apreciable. Por el conocimiento que muestra Mario Crespo de esta particular ciencia de la construcción de la novela, estamos seguros de que es de esos escritores más que conscientes de estos aspectos. Esperamos que los pula con esa curiosidad que le entra al lector cuando encuentra a un escritor al que sabe le queda recorrido después de valorar los indudables aciertos, y también las imperfecciones, de una obra que tiene la virtud de crear expectativas.