La reciente polémica en los medios implicando a Woody Allen y su hija adoptiva Dylan Farrow me trajo a la mente la primera vez que vi Manhattan. En mis tiempos, los cines del extrarradio suburbano no solían proyectar películas recientes hasta pasado un año del estreno en las pantallas del centro. La ventaja de eso era que en la taquilla de los cines de la banlieue no te pedían el carnet y una adolescente cinéfila podía permitirse el lujo de ver películas a las que no hubiera tenido acceso en la capital por cuestiones de clasificación por edades. Uno de los peligros de estas salas eran los sobones emboscados: se sentaban a tu lado y tenías que ir un asiento más allá, maniobra que se repetía hasta que finalmente te cambiabas de fila, más allá del alcance de los tentáculos del Kraken, que no se aventuraba más allá de su guarida: Tuve que tragarme la película del doble programa para volver ver la película de Woody Allen sin… interrupciones.
Estos recuerdos me han hecho pensar en un estimable cómic[1] escrito y dibujado por Bryan Talbot sobre abusos sexuales a menores: Historia de una rata mala[2]. Talbot, más conocido por su trabajo como dibujante de cómics underground, superhéroes y ciencia ficción, cambia de registro y recurre a un estilo más realista y suave para narrar una historia delicada. Influye también en ello la voluntad de recrear, en otro contexto, el estilo de los cuentos de animalillos antropomorfizados ilustrados por Beatrix Potter.
Historia de una rata mala sigue la peripecia del equipo formado por dos de las criaturas más incomprendidas de la creación, una víctima y una rata. Es una historia de soledad y desprecio, incluso por parte de aquellos que no son mucho más afortunados que la protagonista, pero que son incapaces de comprenderla y traspasar el muro que ella se ha construido alrededor, un muro para evitar que conozcan su secreto y su vergüenza, para ocultar su pasado incestuoso. En la mochila, la adolescente vagabunda lleva como un tesoro sus cuentos de Beatrix Potter, en los que se refugia y que le recuerdan que alguna vez fue una niña feliz, que alguna vez deseaba vivir.
Helen gusta de copiar las ilustraciones de Beatrix, que recrean un mundo de fábula en el que traviesos gazapillos sortean peligros incontables, eco de peripecias menos amables que en el mundo de los humanos que no siempre tienen final feliz. Como el conejo Perico, Helen tiene que sortear a feroces depredadores, tipos egoístas y : ahora un parlamentario con unas copas de más, ahora un comercial-revendedor de Souvenirs, ambos triunfadores, o aspirantes a serlo, en la Inglaterra post-thatcheriana, lobos feroces, gatos crueles, como el monstruo que ella ha garabateado con un bolígrafo en su ajado pantalón.
¿Puede Helen salvarse? Tal vez la salida esté hacia el norte, con su admirada Beatrix Potter como estrella polar: Beatrix, esa otra chiquilla retraída que escapó de una tiranía paterna para vivir su propia vida, y hacerse fuerte, Beatrix, que encontró su solaz en la ilustración infantil y lo convirtió en su modo de expresión y vía de sustento ¿Hay algún lugar que no esté poblado por adultos indiferentes o dañinos? Tal vez la rata de ciudad pueda dejar atrás el dolor y la vergüenza, convirtiéndose en rata de campo, en el Distrito de los Lagos, tal vez…
El autor podría haber ido a lo fácil, pintar al abusador de la historia como un ogro repugnante, cargar las tintas en la maldad de un monstruo deshumanizado, y no: es un tipo de aspecto normal, básicamente un pringadete que responde a los embates de la vida haciendo de su hija una desgraciada todavía mayor. Es un hombre despreciable, sí, pero al que casi llegamos a compadecer por su pretensión de no haber hecho nada realmente malo, que caray, ha abusado pero, oigan, sin desflorarla, eh… El agresor se autoasigna un papel de mentor, de protector, que en su percepción le absuelve. No le ocurre así a Helen, que tiene muy claro que si no decide vengarse tampoco opta por el perdón, simplemente da cuenta de su rabia, su desprecio, y su intención de dejarlo atrás.
El cómic tiene una factura impecable. Si algo se le pudiera reprochar sería que en algunos momentos es un tanto discursivo, pero ello se debe al propósito de este cómic llegar a un público lo más amplio posible e ilustrar la problemática de los abusos a menores.
El germen de la historia está en una escena que Talbot presenció en el metro de Londres[3], cuando vio a una frágil adolescente pidiendo limosna que sufría los embates de un predicador dispuesto a redimirla. Una no sabe cómo terminaría la historia de esa desconocida, y espera que al final tuviera, como su ficticia contrapartida, la opción de mejorar su vida. Más que nada, porque me gustaría pensar que en el mundo hay alguna que otra víctima que llega a dejar de serlo.
[1] Nunca oirán salir de mis labios el término «novela gráfica», no, no, no…
[2] Editada por Planeta De Agostini, 1999
[3] La referencia a la chica del metro estaba en el epílogo de Bryan Talbot en el cómic: «I was reminded of a teenage girl I’d seen begging on a platform of Tottenham Court Road Tube station. She looked excruciatingly shy and was being hassled by a huge, bearded Jesus Freak»