Del Cojo Mantecas rompiendo farolas hasta las más recurrentes poses de Alaska o Mecano actuando en un escenario, hay una carretera oficial para la movida que pasa también por las bonitas villas de El Vaquilla y El Torete y suele concluir en los pueblos de Jeringuilla de la Santísima Heroína y Tierno Galván. Finalmente, esta carretera se corta antes de llegar a la costa puesto que aquí no hay playa. Esa imagen estereotipada de la vida nocturna y cultural madrileña de finales de los setenta y primeros ochenta —con decadentes coletazos hasta el 87 u 88— se ha multiplicado por doquier y, sin dejar de ser una parte real de aquel fenómeno quizá sobrevalorado y excesivamente manoseado, dificulta que puedan conocerse otras versiones o perspectivas, desde el testimonio particular hasta los puntos de vista de otros grupos de jóvenes menos apegados a los núcleos de artistas y hartistas que pueblan los vídeos de archivo y las entrevistas en los documentales sobre la cuestión.
Por eso puede sorprender la Movida de Yulino Dávila concentrada en el libro de poemas Hebras de Malasaña (Varasek, 2014), donde se refleja un Madrid alejado de aquel al que tantas veces se le aplicó, hasta dejarlo sin significado, el adjetivo de efervescente. Este brevísimo libro se centra en una ciudad vivida como experiencia personal y asociada a músicas en principio tan alejadas de la Movida canónica como el jazz o la música clásica. Los poemas intentan acercarse en su forma a una partitura. En el fondo optan por un erotismo elegante y sutil, algo que también choca con el tan publicitado descaro de un periodo que suele llevar la procacidad por bandera, en no pocas ocasiones atravesando los límites de la chabacanería.
Con un estilo bello y un ritmo propio, el poeta peruano ofrece una visión de Madrid que, desde muy pronto, se revela como aquella que sólo puede ofrecer alguien que no ha nacido allí. Ojos distintos, extrañados, para una ciudad que Dámaso Alonso definió como de un millón de cadáveres. En los setenta y ochenta se debieron añadir otros tantos millones de zombis, draculines y especies variopintas, la mayoría extinguidas, como el quinqui autóctono o el heroinómano con ínfulas culturales de muerte prematura.
Hebras de Malasaña se complementa, siguiendo su vocación musical, con los interludios fotográficos de Beatriz Ruibal. La fotógrafa trata de captar los compases jazzísticos mediante fotos abstractas donde la luz intenta ser el reflejo de las noches que describe el poeta. Para ello acerca la cámara hasta hacer irreconocible el objeto fotografiado. Queda la combinación de colores que se ajustan como guantes al tipo de poemas escritos por Dávila. Una buena combinación, o maridaje que diría el hortera de turno, para recuperar un interesante texto que añade una exposición distinta desde hace años recurrente asunto de la Movida. Casi se puede definir en esta ocasión como una Movida desmovida, desprovista de sus clichés y omnipresentes protagonistas, diferente como lo es cada vivencia particular.
Sermón de una banada campera (fragmento)
Sin premura podremos acogernos a la sombra
y refrescar nuestros ajados vientres
Tendernos a la garganta del otoño
y esperar que las hojas dibujen la línea de su caída
El mar lavará las huellas de las últimas huidas
Una palmera alta: La rosa de los vientos(de Hebras de Malasaña. Yulino Dávila)
Pertenece este libro a la más que interesante Colección Bucaneers de la editorial Varasek, que está recuperando libros de poemas difíciles de encontrar, algunos olvidados, y otros que requieren de nuevas ediciones. Junto a ellos, obras actuales que tienen siempre dentro sus características un alto grado de calidad y se proponen el difícil obejtivo de aportar algo en un género, el poético, que posiblemente se trate, casi casi en la actualidad, de una cadáver, aunque un cadáver exquisito.
Aún quedan, sin embargo, voces que pueden, con esfuerzo y cuidado, añadir algo en estos tiempos paradójicos, pues nunca han existido tantos poetas… para tan pocos poemas. Uno de esos autores es Antonio Cordero. Con En el Hangar Cromado, Cordero tuvo el honor de dar el pistoletazo de salida, en el 2008, a una colección que tantas alegrías nos está dando a los lectores de poesía. El libro mezcla viajes y poemas, pero va mucho más allá de la simple impresión. Con estrofas breves y sencillas que recuerdan,de forma directa, sin alaharacas ni alardes innecesarios, como una especie de trayecto sin maletas ni alforjas. Se trata de poesía sin pretensiones, de aliento clásico, clara, esmerada y sobria
Tiene en común con Hebras de Malasaña la labor de Beatriz Ruibal. La fotógrafa acompañó a Antonio Cordero en algunos de sus viajes. Fruto de estas andanzas se produjeron una serie de fotografías con una función de apoyo. Si en la obra de Yurino Dávila había una búsqueda que imbricase poemas y fotos, en este caso el propósito es meramente ilustrativo. Comprobar esta diferencia puede ser una buena excusa para disfrutar de dos libros de poemas distintos en sus maneras, pero más cercanos de lo que pueda parecer.
El primero en llegar
no fue Walter Spitz.
Mournau y Scott
cuarenta grados bajo cero
en el paralelo 75
leían
al paso de las naves
cargadas de efebos y atletas.(de En el hangar cromado. Antonio Cordero)
[…] Martín Gorriz 1 agosto, 2014 https://tanyible.com/hebras-de-malasana-y-en-el-hangar-cromado-libros-dificiles-de-encontrar/ […]