Que Iosif Stalin alabe tu trabajo viene a ser como si el doctor Josef Mengele te recomendara para el trabajo en una guardería; puede quizá resultar algo inconveniente e ir en contra, a la postre, de los propios intereses. Eso le ha sucedido a Vladímir Vladímirovich Maiakovski durante décadas tras su suicidio en 1930 disparándose al corazón. Su compromiso con la revolución soviética, auténtica máquina de picar carne que se lleva la triste medalla de oro de la historia de la infamia de la humanidad, lo ha postergado hasta que ha llegado la revalorización de su poesía como obra con peso real al margen de sus adhesiones políticas, desde sus experimentos futuristas hasta los más hondos y tradicionales poemas de nostalgia o amor. Muchos de ellos fueron fruto de su peculiar relación con Lily Brik, esposa del escritor Osip Brik: «hermosa» y «ninfómana», es como la describe Luis Antonio de Villena en su crítica de la novela Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla (una biografía sui generis del autor ruso). Posiblemente sus infortunios amorosos y la persecución sufrida por parte de algunos artistas «oficiales» —él fue uno de ellos— contribuyeron al estado depresivo que le condujo a terminar con su vida a los 36 año de edad.
La editorial Nevsky recupera en Escritos sobre cine una faceta menos conocida de este poeta, donde se percibe entre líneas su extravagante y entusiasta carácter, sus ardores revolucionarios y su punto de vista sobre el arte, cercano en ocasiones al del visionario. Al margen de este acercamiento psicológico a un personaje fascinante —y afortunadamente cada vez más conocido en España— esta recopilación de textos sobre cine, que incluye un guión y varias sinopsis, permite, en cierto modo, viajar en el tiempo para conocer las opiniones críticas de alguien que vive justo en el momento en que el cinematógrafo está naciendo, evolucionando y transitando hacia el sonoro. Ese figurado viaje en el tiempo se realiza en una carretera de doble sentido. Resulta curioso que algunos de los debates y reflexiones que plantea Maiakovski puedan extrapolarse sin problemas a discusiones que se producen hoy en día.
Si en los años 10 y 20 del siglo XX Maikovski habla sobre la destrucción del teatro o la pintura a manos del cine y la fotografía, resaltando la incipiente «democratización» del arte, vemos el eco de estos planteamientos en la actualidad aplicados por ejemplo a la cámaras fotográficas y de vídeo cada vez más baratas o insertadas en los teléfonos móviles, también en las posibilidades de la aplicación de determinados programas de todo tipo a cualquiera de las dos disciplinas. Ese doble camino mantiene tanto el interés histórico por conocer cómo un artista de la época se enfrentaba a la impetuosa irrupción del cine, como por ver reflejados argumentos perfectamente aplicables a diatribas semejantes que se producen en la actualidad con la también vehemente irrupción de Internet y otras tecnologías a principios del siglo XXI.
En el capítulo «¡Socorro!» se muestra un problema recurrente de forma que puede resultar humorístico. Maiakovski, al intentar poner en marcha una película basada en su guión, se topa con la aprobación de los responsables de la elección de guiones y rodajes, con críticas devastadoras e impedimentos… de la capa superior que ha contratado a dichas personas. O sea, que se de de bruces con los que ahora se llamarían ejecutivos de las compañías. De nuevo, un obstáculo de entonces que parece haberse incluso acentuado hoy. Un puede que algo ingenuo poeta se pregunta:
(…) ¿Por qué razón, una vez que se ha tomado una decisión, el experto en cuestiones artísticas se calla y se convierte en un personaje de un cuento infantil: «El pez abrió la boca/pero nadie podía escuchar lo que decía»?
¿Por qué tiene el contable la última palabra en cuestiones relativas al arte y la cultura , pero figuras del arte y de la cultura no tienen nada que decir sobre cómo se hace la contabilidad? (…)
Varios capítulos de este breve libro resultan interesantes por comprobar las relaciones que se establecen entre los diversos artistas y personas del mundo cultural de la revolución rusa, así como sus intentos de poner las obras al servicio de dicha revolución. Otros por, como indicamos, ser reflejo de la extraña personalidad de Maiakovski, que no duda en protestar y vociferar, por ejemplo, contra aquellos que bloquean sus posibles rodajes a la par que también protesta y vocifera contra aquellos que sí los han rodado, al renegar de sus propios guiones. A eso se le llama contradicción.
Finalmente, la selección incluye tres sinopsis de sus guiones y un guión completo, el de Cómo va todo, especialmente atractivo por la desbordante imaginación de su autor, que deja los experimentos surrealistas de Buñuel en La edad de oro o Un perro andaluz, en juegos de aficionados. De hecho, en aquellos años, y sin necesidad de que lo hubieran abortado esos grises contables, la película no hubiera podido rodarse por necesitar demasiados efectos especiales. Tendría que haber requerido de seis o siete «Lumieres» y al menos cuatro o cinco «Segundosdechomón». En este caso al menos, el futurismo le gana el combate al surrealismo en este duelo ¿dadaísta? que nos hubiera gustado ver.