¿No es esto extraño? Durante toda la noche, cada vez que me desperté, el Sol brilló a través de las paredes de seda de la tienda, y la luminosidad y el calor eran tales, que soñé con el verano, lejos de canales y sufrimientos y fatigas sin término. ¡Ah, qué hermosa aparece la vida en estos momentos, y qué radiante lo futuro!
Las regiones árticas no son lugares en los que uno se sienta bienvenido, y aún lo eran menos en 1890, cuando el Doctor Fridtjof Nansen presentó en la Sociedad Geográfica de Cristianía —hoy Oslo— la propuesta de un viaje de exploración consistente en navegar hacia los hielos árticos, dejar que estos atrapen la embarcación y que la corriente los arrastre hacia latitudes más septentrionales, quién sabe si incluso hasta el mismo Polo Norte.
La idea chocó con la oposición de muchas voces cualificadas, ya que en aquellos tiempos el Ártico era, amén de una zona sumamente inhóspita, territorio inexplorado en su mayor parte. Aún estaba en la mente de todos el desgraciado final de buena parte de los componentes de la expedición de la Jeannette, representada en la mano inerte del capitán DeLong, que fue finalmente hallada sobresaliendo entre la nieve helada en Siberia.
Fue sin embargo la desdicha de la Jeannette la que dio la idea a Nansen. Se encontraron restos de la nave que habían llegado desde el las islas de Nueva Siberia hasta el sur de Groenlandia, hecho que hizo especular al meteorólogo Henrik Mohn sobre la existencia de una corriente que arrastrara los hielos polares hacia el norte. Nansen creyó que la teoría de Mohn era acertada y estaba dispuesto a demostrarla.
Tras conseguir financiación para su proyecto, Nansen se concentra en la construcción del Fram, un vapor de gruesos costados diseñado por el ingeniero naval Colin Archer para poder ser arrastrado por los hielos flotantes sin ser aplastado, una nave que sacrificaba la bella estampa por un diseño rechoncho y corto de eslora destinado a resistir la presión y ser más maniobrable en lugares en los que apenas hubiera espacio para navegar. Aparte de eso, también se concibió para que sus tripulantes estuvieran razonablemente cómodos a la hora de soportar un viaje que podría durar varios años.
A la hora de reclutar la tripulación, Nansen escogió a candidatos con capacidad intelectual, habilidad manual y conocimientos técnicos; a lo largo de la expedición la capacidad de reacción y la inventiva de estos hombres les permitiría llevar a cabo con razonable éxito la misión de exploración. Les acompañarían perros siberianos con la finalidad de que en los meses de invierno pudieran alejarse del Fram en trineo para explorar el terreno y procurarse sustento.
Cuando llegó el invierno , y con él la noche y el hielo, los expedicionarios se mantenían ocupados con las tareas de análisis del entorno, siguiendo una estricta rutina diaria para soportar el aislamiento y el aburrimiento. El escorbuto no hace su aparición gracias a la planificación de menús. Los expedicionarios, incluso, engordan, por lo que Nansen decidirá moderar las raciones. No todo es comodidad: las chinches hacen su aparición en el barco; los aventureros combaten la plaga con el simple a la par que eficacísimo procedimiento de dejar los elementos infectados a la intemperie en la cubierta, donde los insectos sucumben ante el frío.
Hay algunos momentos en los que la crónica de exploración parece estar a punto de dar paso a una novela de terror. Los témpanos se abalanzan sobre el Fram con un estruendo ensordecedor, los perros ladran por la presencia de «algo» que se aproxima desde el norte y desaparece en la noche, Nansen cree ver acercarse una fantasmagórica linterna roja por el desierto helado… No obstante, el Fram resiste la presión de los hielos, los marineros encuentran a los perros tras seguirles la pista, y también a un oso, la linterna resulta ser Venus asomando en la parte baja del horizonte.
Llegando al segundo invierno del viaje, resultaba y evidente que la deriva no les llevaría hasta el Polo Norte; de manera que resolvió que, llegados al punto más septentrional de la deriva, él y otro tripulante intentarían llegar al Polo Norte geográfico, dejando que el Fram, dirigido por el Capitán Sverdrup, siguiera el plan previsto. Habiendo llegado en febrero de 1896 a 84 grados de latitud, Nansen se dirige hacia el norte en compañía del Teniente Johansen. Llevan dos trineos tirados por perros en los que transportan vituallas, instrumentos y dos kayaks. Son arrastrado por el hielo en dirección norte con intervalos de deriva hacia el sur.
Dentro de este pequeño enclave humano en el desierto helado, Nansen se quedaba absorto observando en el microscopio a los microorganismos que viven en el agua dulce sobre el mar del ártico, sintiendo afinidad por esos pequeños seres monocelulares que, como ellos, se desenvuelven, a pesar de todo, entre la muerte helada. La organizada rutina de a bordo le empezaba a aburrir y los recuerdos de Noruega le ponían melancólico… Soñaba con los recuerdos de su tierra, como si fuera un paraíso veraniego, y ciertamente lo es si lo comparamos con el desierto de carámbanos que lenta e inexoreblemente arrastraba al Fram en su deriva.
Lucharían tozudos contra el frío, el viento y las accidentadas crestas de hielo, hasta agotarse. Atascándose de continuo en la voluble banquisa, el avance les resultaba cada vez más lento y fatigoso. Incluso para los animosos noruegos y sus perros, llegó un momento en que el objetivo les parecía inalcanzable. Una noche, Nansen sueña con una pródiga mesa en la que le convidan a un suculento pato, y despierta tiritando del frío dentro de su saco, los perros están exhaustos, la pitanza escasea. Alcanzado el grado 86, Nansen llega a la conclusión de que había que dar media vuelta en dirección al sur si él y Johanssen querían emprender un regreso con garantías de supervivencia. Inician así su Anábasis polar camino de la isla Spitsbergen, un agotador itinerario en zigzag, una lucha constante para desplazarse por el accidentado hielo, sorteando canales de agua, y con la deriva en dirección Norte menguando sus avances. Los perros eran sacrificados a medida que sucumbían al agotamiento, siendo sus restos utilizados para alimentar al resto de la traílla: Nansen explicaba cómo dos de ellos, conscientes del origen de su sustento, se resistían a comer la carne hasta que no perdí el calor de la vida que una vez albergó.
El calor estival llegaba, pero no en suficiente medida como para que los dos hombres encontraran canales lo suficientemente anchos como para desplazarse en Kayak. Ambos avanzan obstinadamente pese a que el hielo bajo sus pies era cada vez más leve, y eso cuando no tenían que marchar trabajosamente sobre superficies de nieve blandurria en las que apenas les sostenían sus raquetas. Por suerte, se cruzarían con osos, focas y morsas con los que aumentaban sus provisiones, su ropa de abrigo y su reserva de combustible.
Finalmente, alcanzaron aguas abiertas, con tierra firme a la vista, donde proseguirían ya sin perros, navegando cuando la mar está lo suficientemente calmada y las morsas no daban guerra. Aún así, al llegar septiembre, les resultó imposible seguir avanzando de manera sostenida, por lo que se construyeron una cabaña en la que pasar su tercer invierno polar. Aun habiendo tenido ocasión de cazar lo suficiente para alimentarse, los dos hombres echaban de menos una mayor variedad alimentaria, un lecho seco, cómodo y calentito.
Si bien disponían de un jergón, abrigo apiltrafado y comida, lo que no tenían y echaban terriblemente de menos con desesperación eran libros con los que sobrellevar la soledad y el aburrimiento de su forzada hibernación:
Extraña existencia ésta de pasarse todo el invierno metido en una choza subterránea sin tener nada en qué ocuparse. ¡Cómo deseábamos un libro! ¡Qué maravilloso era, a bordo del Fram, disponer de toda una bilbioteca! (…) la contemplación de la letra impresa nos hacía sentir que, a despecho de todo, aún quedaba en nosotros una pizca de hombres civilizados.
Pasado el invierno, seguirían al sur hasta que el viento les trajo algo inesperado: el sonido de ladridos y voces humanas: han llegado a la base en la que se encuentra una expedición británica dirigida por Frederick Jackson, cuyo encuentro con Nansen es digno del de Stanley con Livingstone. La hospitalidad de los británicos, aún en el breve espacio de una cabaña de exploracion, devolvió a Nansen y Johansen a las añoradas comodidades de la civilización, poniendo fin a la aventura. Los viajeros regresarían a Noruega a tiempo de coincidir con la llegada del Fram por mar, pero eso ya es un simple colofón a la gesta: Nansen y su equipo habían demostrado que una expedición bien concebida y planificada no tenía que acabar necesariamente en tragedia. Y la Terra Ingógnita se hacía algo más pequeña y algo menos terrible.
El relato de Nansen, elaborado a partir de sus diarios, mantiene un tono dichoso que, sin duda, se debe al afortunado desarrollo del viaje, a ratos es incluso jocoso, como cuando el autor relata su accidentado estreno como conductor de trineo de perros, o cuando describe la zaparrastrosa pinta con la que él y Hjalmar Johansen llegan al minúsculo enclave de civilización británica que era el campamento de Jackson en Cabo Flora. O el recuerdo de una accidentada y malograda jornada de caza, en recuerdo de la cual los socarrones Noruegos bautizan su emplazamiento como Kap Smørlaus (Cabo sin Mantequilla) en memoria al rugido de sus estómagos.
No cabe duda que hablamos de hombres hechos de otra pasta, que se adentraban en lugares pavorosos sin GPS ni comunicación por radio. Cuesta abandonar la lectura de sus peripecias. Hay algo que movía a estos hombres a desafiar de manera feroz lo desconocido, a caminar sobre una fina capa de hielo que les separaba de una profunda sima al fondo de la cual no llegaban sus sondas: es la curiosidad por lo que les pueda deparar el día siguiente, una infinita capacidad de maravillarse ante todo lo que les rodea, lo que les ayuda a soportar el lugar más terrible.
Una crónica de exploración no tiene por qué estar, necesariamente, desprovista de lírica, tampoco:
… La luz de la luna flota por encima de los hielos y del fiordo y se refleja, centelleando, al incidir en las nevadas crestas y colinas. Una rara y frígida belleza, propia de un planeta extinto, hecho de brillante mármol blanco. Así se alzarán las montañas, heladas y frías; así se extenderán los mares, yertos bajo la capa de nieve, cuando llegue el gran silencio que un día ha de reinar, cuando la tierra vuelva a ser desértica y muerta, cuando el zorro no more ya entre estos guijarros, cuando el oso no vague a la ventura por estos hielos, cuando ni siquiera el viento sople desencadenado: ¡Un silencio infinito! A los resplandores de la aurora boreal se mece el espíritu del espacio sobre las aguas heladas. El alma se inclina ante la majestad de la noche y de la muerte.