Ven, pasa, te estábamos esperando. Entra en la librería, está llena, nunca habíamos visto tanta gente en una librería, sólo faltabas tú. Ponte aquí, hazte un hueco, ése que está ahí de pie es Isaac Rosa, sí, nos va a hablar de su libro, La habitación oscura, pero antes, espera un momento, lee.
La habitación oscura es un libro de lectura intensa, incómoda, desasosegante. Un libro que se te agarra a las manos y del que cuesta escapar, como si también el lector necesitara buscar a tientas ese cuarto sin luz donde alejarse de todo y de todos. Lo más destacable, sin embargo, es que en la primera parte se produce una inversión del mecanismo de la novela: en lugar de escoger una o varias vidas, de individualizar las posibles experiencias de alguien para convertirlo en protagonista de la narración, Isaac Rosa (Sevilla, 1974) se dedica a crear una amalgama con los lugares comunes que configuran las vidas de mi generación, que es la suya, constituyendo así la habitación oscura, el núcleo de esa amalgama de deseos, sueños, derrotas y rutinas que formamos al pasar por la vida.
Han apagado las luces. Estamos a oscuras, en una librería, qué bueno. Si no quieres verlo da igual, imagínatelo, estamos todos en la librería Tusitala escuchando a Isaac Rosa, no se ve nada, pero es agradable estar aquí, juntos, como si pudiéramos cambiar algo, o cambiarlo todo.
Durante las primeras cincuenta páginas de la obra no hay personajes con nombre propio, no hay más que un tú al que el libro interpela, invitándole a entrar en la habitación oscura. Tal vez sea esta estructura narrativa una manera de desprestigiar nuestro ego, de subrayar que los treintañeros españoles de clase media somos legión, pobres extras de una telecomedia barata, intercambiables unos por otros en nuestra pretendida singularidad. La habitación oscura funciona como opuesto a las habituales autoficciones y spleens y retratos generacionales donde se juega a mejorar una de tantas vidas mediocres y a convertirla en protagonista de algo, donde se apuesta por que el lector se identifique con el personaje principal en la medida en que, como él, aún guarda la esperanza de destacar por encima de la media.
Ya lo sé, nos están machacando, sobre todo a nosotros, que íbamos a comernos el mundo. Nos mienten, nos roban, nos estafan. Tenemos que salir de aquí, no basta con indignarse, con venir a la librería, con leer esta reseña, con sentirnos a bordo del mismo naufragio. No es suficiente. Que el miedo lo tengan ellos.
Hay también, más allá de ese mecanismo disyuntor de egos, una trama política y de espionaje en La habitación oscura, necesaria quizá para facilitar al lector el tránsito por sus páginas, pero que irremediablemente lleva la obra hacia un terreno más convencional, menos deslumbrante. No importa, porque a esas alturas el libro ya ha logrado su objetivo, ya ha torpedeado la comodidad de quienes aún seguíamos pensando que la vida iba a ser un plácido tránsito de éxitos, de bienestar, de proyectos cumplidos.
Ya se ha terminado, ya nos vamos. Puedes quedarte un poco más, si quieres, te esperamos fuera. Es triste, es desoladora, pero no podemos hacer nada. Salvo leerla, claro está, ayudar a construirla para derribarla luego, como ha hecho su autor, hablar de ella, manosearla, pasar las páginas aunque sea a tientas, completamente a oscuras, ya lo sabes, que no hay más ciego que quien no quiere ver.
He visto comentarios tan dispares sobre este libro que me tiene desconcertada, pero en el desconcierto siempre me inclino a comprobarlo por mí misma..
Gracias y un saludo