La Fugitiva es una de esas librerías que te invitan a pasar una tarde de lluvia entre libros y café. (No necesariamente tiene que llover para ir.) En un principio, no parece poseer las condiciones necesarias para ser un lugar agradable. La estrechez de la habitación puede provocar una primera sensación de claustrofobia a los más aprensivos[1]. Sin embargo, los enormes ventanales que espían desde el interior lo que sucede en la calle llenan de las luces del exterior la estancia. Esta circunstancia y el suelo de madera, que cruje, o los montones de libros de los estantes y el sutil golpeteo de las cucharillas en las tazas de café, también el murmullo de los asistentes al acto al que nos han convocado, contrarrestan esa primera sensación: en seguida es fácil encontrarse agusto, es un lugar acogedor.
Las tertulias son habituales en esta librería. La gente se reúne en clubs de lectura, para hablar de sus vidas, de sus inquietudes, de cine y, cómo no, como hoy, de periodismo. Eduardo del Campo y Manuel Jabois, ambos colaboradores de fronterad y periodistas, presentaron Maestros del periodismo, un libro antológico que presenta una selección de reportajes, crónicas y entrevistas que han formado parte de la historia del mejor periodismo que se ha hecho en España y en español. Será la excusa para acabar hablando de la situación actual del periodismo, de qué se echa en falta, si acaso cierta forma de hacer periodismo ya no tiene cabida, esa «conquista del espacio» casi imposible.
Uno de los editores, Alfonso Armada, hará las presentaciones: «Eduardo del Campo es periodista de El Mundo de Andalucía, amigo desde hace mucho tiempo, gran viajero. Manuel Jabois es compatriota, de Pontevedra, aunque nos conoceríamos mucho después. Creo que en el diario de Pontevedra, donde empezó, aún le están añorando, como nosotros en Fronterad, donde tuvo durante un tiempo un blog muy peculiar que se llamaba Si no fuese tan puta». «Estoy aquí para humillarme», decía Jabois sobre esta aportación. «Esto en un periodista contemporáneo es una especie de ángulo de visión de la propia naturaleza y personalidad muy enriquecedora, muy saludable en estos tiempos de tantas vanidades y egos hinchados». Así les da paso.
Comienza Manuel Jabois: «En mi caso lo que pretendo es mantener una conversación con Eduardo, que nos explique el libro tan bien de tal forma que ya no tengáis necesidad de comprarlo. Vamos a intentarlo». El sentido del humor de Jabois, ese no querer tomarse en serio, así como la pasión y el entusiasmo de Eduardo del Campo se harán notar durante toda la velada.
Los hombres consagrados a los estudios más hondos y a las más graves disciplinas del saber son, por lo regular, grandes lectores de periódicos, no desdeñan la hoja volante que recoge la palpitación del día. Pero abundan los fariseos de la cultura que se jactan de no leer periódicos, dándonos a entender que, consagrados a la ciencia, no tienen lugar para lecturas superfluas. Desconfiad de ellos; suelen ser hombres a quienes estorba lo negro. El peor de los analfabetismos no es, ciertamente, el del siervo de la gleba, encorvado sobre el terruño de sol a sol para ganar el sustento; hay un analfabetismo con birrete y borlas de doctor infinitamente más lamentable.
En un momento determinado, para responder a la pregunta de Jabois sobre cómo se le ocurre la idea de reunir estas crónicas periodísticas, Eduardo del Campo leerá en alto este pasaje de la crónica de Antonio Machado que se incluye en el libro Maestros del periodismo. El mensaje del andaluz, con el que se encontró en una vitrina en el Instituto donde el poeta dio clases de francés, en Lopera, «serían el año 1909, 1910», fue lo que le llevó a tomar la decisión de armar esta antología: «Había en el aula algunas vitrinas con artículos suyos, entre los cuales estaba uno que había publicado en un periódico muy humilde de Baeza que unos amigos suyos, los liberales del pueblo, habían editado en esos años. Al cabo de un año —la revista Nueva idea, se llamaba— para conmemorar el que hubiera sobrevivido, él escribió un artículo de homenaje a sus compañeros, estos periodistas que se estaban enfrentando a las fuerzas vivas para llevar el progreso a través de las páginas de un periódico. El texto era tan bonito, tan certero… y estaba ahí aparcado, en un estante». «Cuando uno nota que se deprime ante la situación actual del periodismo es bueno releerlo. Ese fue el origen de este libro. A partir de ahí fui buscando».
Maestros del periodismo revive las grandes plumas, tanto masculinas como femeninas. «Intenté también encontrar mujeres periodistas, sabía que existían; me centré en el primer tercio del S.XX, que es muy interesante, arranca el periodismo moderno en España, ya hay tiradas más importantes, son más ejemplares en la calle, enviados especiales a otros países; también busqué algún texto del XIX. En una profesión de tradición machista, estas mujeres consiguieron hacerse su hueco en el mundo de los hombres. Carmen de Burgos, Sofía Casanova, Magda Donato, periodistas irreverentes que se desmarcaron de las convenciones de su época. Lo importante del cronista es que consiga interesar con lo que cuenta, y cómo lo cuenta; que sea secundario quién es quien escribe». «He procurado que los textos fueran interesantes por la época histórica, por el reflejo en el presente, pero que también fueran maestros por el rigor periodístico, por su honestidad».
La nuestra es una época en la que «en el metro ya sólo se lee el whastapp o el candy crush. Nadie va leyendo un periódico o una revista. Somos súbditos de la novedad y la virilidad grotesca del titular fácil», reflexiona Eduardo, «engullimos datos y caudales de información». Víctimas de la exclusiva y la banalidad provocada por la hiperproducción y el consumo frenético. El me gusta, retuitear, compartir, el favorito… se han convertido en los dictadores del tiempo. Es necesario recapacitar, pensar, y no sólo disfrutar, también aprender de la literatura y el periodismo.
Tanto Eduardo del Campo como Manuel Jabois llegaron a la conclusión de que la conquista del espacio, la revolución del no-papel ha llegado. Nuevas revistas de papel y digitales, sobre todo en América Latina, pero también aquí (Fronterad, Jot Down…) han roto con las limitaciones del espacio, aunque ese litigio con el espacio siempre escaso no sea una novedad contemporánea. En las épocas de los escritores cuyos artículos se han recopilado en Maestros del periodismo también lo sufrían. Se las veían y se las deseaban para que les dieran dos páginas en sus periódicos. Tenían su pequeña parcela que cultivaban y con la que alimentaban a diario a los ávidos lectores que se saciaban de ellos.
«Nos faltan sucesos. No te estoy pidiendo una guerra, tampoco. Cuanto más heavy sea la realidad, el prestigio del momento se convierte en legendario». Manuel Jabois ironiza, no está pidiendo que surja una guerra, pero sí recalca los momentos apasionantes que estos cronistas tuvieron la suerte de vivir y reflejar. «A veces a nosotros nos toca inventarnos la actualidad, cubrir algo y convertirlo en heróico. De ahí viene ese tipo de columna irónica que practicaba Camba. Cualquier paso de peatones era como San Petersburgo. Me pasa mucho en el Congreso de los diputados, cuando voy a los plenos y se pasan dos horas sin decir absolutamente nada. Si la realidad no se comporta, me tendré que comportar yo». Eduardo del Campo incide en esta idea: «No podemos dejar a un lado la responsabilidad civil del periodismo. Toda época es única. Lo importante es la humanización de las historias, contar a través de los pequeños detalles. Se necesita la capacidad de captar la realidad».
Recuerdan Campos y Jabois que la palabra y la poesía son la base del periodismo. El salto de conocimiento y significado que atrapa al lector. Cuando no existían grabadoras ni cámaras todo se fiaba a la palabra, tenía todo el peso del periodismo y la credibilidad. «Retratar lo que ocurre con las palabras, como hacía Gabriel Garcia Márquez», rememora Jabois. «Igual esa capacidad de la descripción se ha perdido entre los puros datos y la falta de espacio». «La realidad da más trabajo que la imaginación». Afirma el reportero Eduardo del Campo: «La realidad hay que buscarla y lo más importante va a ser su veracidad».
Entre salto y salto, tantos temas se han tocado, las manecillas del reloj han pasado inadvertidas para los tertulianos y los asistentes. Alfonso Armada, director de fronterad, abre la veda para la ronda de preguntas. Se oye un ligero murmullo detrás del mostrador/barra de la librería. Clea, la librera, pregunta con voz tímida y casi imperceptible sobre el necesario acercamiento del periodista al suceso, a la historia, rememorando la célebre cita del fotoperiodista Robert Capa: «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado bastante».
Eduardo del Campo recuerda entonces una de sus primeras vivencias en el mundo del periodismo. Se acercó demasiado en una manifestación en Tirana, la capital de Albania, perdió todo el material fotográfico y se llevo además una paliza. «Hay que aprender cuál es el límite». A instancia de Carlos García Santa Cecilia, otro de los editores, recuerda la entrevista de Luis de Oteyza a Abdelkrim y su hermano, una de las joyas periodísticas que también se recoge en Maestros del periodismo: «Se adentró en la historia, y supo no superar el límite, aguantar la presión del momento, salir airoso, ser honesto y veraz».
Manuel Jabois y Eduardo del Campo se dan la mano. Al fondo, descorchan una botella de cava, los libreros sacan unas berenjenas rebozadas, riquísimas, nos levantamos, y todos comienzamos a hablar con todos.
[1] Sobre todo los jueves, suelen organizarse presentaciones de libros, por lo que a esta hora, sobre las ocho y hasta las nueve o las diez, estará llena de gente que ha acudido a la llamada de los libreros.
Fotografía: Raquel Blanco