Siempre que alguien quiera hacer una comparación y no sepa a qué aferrarse, ahí está el boxeo. Este deporte no ha venido sólo a distraer al personal, sino sobre todo a prestarse a las metáforas. Tantos abdominales, tantos saltos a la comba, tantas carrera, tantas pesas y tantos golpes recibidos… y al final todo era material para los símiles. En la esquina ponemos a los poetas, acorralados y atosigados por la falta de peso de un género que parece haber agotado todas sus posibilidades desde hace mucho tiempo. Debido a ello, y como poesía ya puede ser cualquier cosa, nunca ha habido más poesía. Y debido a lo mismo nunca ha habido más falta de talento en un campo ya sin reglas de ningún tipo y copado por el ensimismamiento (la metapoesía), las ocurrencias o la sencilla presión al botón de intro que permite bajar el renglón y convertir en poema un texto cualquiera. Paradoja: nunca ha habido más poesía y menos poetas.
Los pocos que quedan, inocentes empeñados en remover un cadáver y a los que podemos llamar cariñosamente locos necrófilos, reciben asalto tras asalto (¿creían que nos íbamos a olvidar del boxeo?) los golpes de este peso pesado que es la sobresaturación de poesía o, mejor dicho, de aquello a lo que se llama poesía. La avalancha de poetas que no son poetas arrastra igualmente a los poetas que sí lo son. Unos y otros acaban en el sumidero. Unos justamente. Los otros no tanto. Y al final prevalece un puñado de versificadores infantiloides adheridos a la chepa de un concejal o consejero de cultura.
Encontramos en Benito del Pliego a un verdadero poeta, si es que esto quiere decir algo, que creemos que sí. Y un verdadero poeta consciente de que está siendo golpeado en una esquina, que se la ha caído el protector bucal y de que su entrenador está a punto de tirar la toalla. Así que su reacción es, como suele decirse, ir con todo. En su libro Fábula encontramos un libro de poemas muy original, otro llamado La Voz del Oído que se lee desde el final y está ligado de una forma muy particular al anterior, la simbiosis con los dibujos de Pedro Núñez y, para redondear el conjunto, la labor editorial de Aristas Martínez que convierte la obra en un libro-objeto.
Pero hay más. Fábula reúne un grupo de textos en prosa poética que toman la forma de proverbios o consejos orientales en la línea del I Ching o Libro de las Mutaciones, influencia decisiva en Benito del Pliego. Cada texto se une a un dibujo de Pedro Núñez; al principio se ofrece un índice de dichos dibujos, creando una especia de relación con el lector que recuerda al horóscopo o al tarot, ya que además cada símbolo se corresponde con un animal o elemento. Este «horóscopo» prescinde de las relaciones temporales (a cada signo le corresponde un mes, por ejemplo), así que se liga en cierto modo al estado de ánimo del lector o sencillamente a sus preferencias personales, creando un curioso divertimento y permitiendo que pueda leerse al abrirlo por cualquier página.
Los poemas proverbiales de Fábula se contraponen a los de La Voz del Oído, libro que empieza en la contraportada y se sucede hasta encontrarse con Fábula en la mitad. En el primero los textos están a la izquierda y el dibujo a la derecha. En el segundo los textos están a la derecha y los dibujos a la izquierda. En esa mitad, el propio autor recomienda enfrentar unos poemas de un lado con los de otro y observar las relaciones que se dan entre ellos. De esta manera, la lectura de los poemas, con múltiples posibilidades, se transforma en una enredadera que apela constantemente a la participación del lector.
Todo esto podría parecer un artificio para despistar sobre el lenguaje poético. Nada más lejos de la realidad. Del Pliego sortea con pericia el riesgo de caer en la afectación o la vacuidad que siempre tiene la prosa poética. Y en este caso supera el riesgo añadido de que la influencia oriental lastrase cada escrito al percibirse una suerte de imitación. El estilo bello, breve y sencillo consigue remitir a su fuente sin que en ningún momento se traspase esa línea, tan complicada de saber dónde está, que daría lugar al remedo extemporáneo.
Los dibujos de Pedro Núñez no sólo colaboran en el juego que genera Fábula/La Voz del Oído. Su carácter geométrico se une al comentado estilo de los poemas trasladando las resonancias del libro a la actualidad. El referente está ahí, pero los poemas están vivos hoy. El fundamento en que se basa, su inspiración, se advierte pero jamás encorseta o lastra. En cierto sentido son los dibujos los que parecen dar movimiento a unos poemas llenos de vida, hasta el punto de que el lector puede sentir la tentación de pasar las páginas del libro a toda velocidad asiéndolo por alguna esquina para ver si se topa con una historieta oculta a modo de «moviola».
¿Gana Benito del Pliego combate tan difícil? A estas alturas no vamos a hacer spoiler…
EL LIBRO
- Nunca nada escapa a su origen, así lo camufle con dichos y actos.
La tinta diluye una piedra, las páginas son árbol. Quien grabó en su tronco un nombre ve que las palabras son verdad agrietada por el tiempo: «Yo estuve aquí» decían; «Que en paz descanse» dicen ahora.